En las islas de Sotavento, Fe, Esperanza y Caridad llegan donde el ceiba milagroso de Altagracia las ha dirigido, otro árbol, el que con su flor de la campana servía como icono entre algunos de los pueblos que habitaban estas islas, y continúa como fuente de conocimiento entre aquellos que buscan recuperar sus lejanas conciencias.
Sembrado en tiempos tan distantes que sus fechas se pierden en la memoria de los que recuerdan que el árbol surgió sobre las cenizas que allí quedaron cuando los hombres de hierro y largas cotas negras quemaron a los amantes y bohiques.
"Muy mi Señor mío, Marqués de Jájome Bajo, si hoy
le escribo estas páginas fue a sugerencias de Usted, mi más agradecido
protector, y al muy diligente y anciano maestro, el Marqués de Santillana,
quien arduas horas estuvo guiándome por las lenguas y letras de Usted y sus
hermanos que hoy conozco, y quien quiso conocer sobre aquellos de nosotros que
de otros martirios fuimos salvados. La muerte del Marqués de Bobadilla me llevó
hasta hoy donde Usted y no puedo dejar de agradecer su bondad y
protección."
El árbol de las flor de la campana expande las conciencias y lleva a las tres cubanas a otros lugares, otros tiempos paralelos, otras medíunidades, un santiguador caribe, con su crucifijo en mano y un guanín colgando del cuello, un hombre, un bohique, que ayudará a iluminar y tranquilizar dos almas que todavía viven rondando cerca de la tierra y no logran transformarse en jupías. El santiguador no puede identificarlos, solo este hombre en un barco cerca de ellas podrá lograr aclarar sus pasados y destinos.
Llegan Fe, Esperanza y Caridad donde mí en el crucero, por la señas que en Dominica, el santiguador caribe les indica; y en trance cuentan sobre otras cartas y documentos prohibidos que se encuentran en los Archivos de Indias en Sevilla, quizás en un antiguo monasterio en Cádiz. Otros viajes, otros cuentos sin terminar, otras lenguas en busca de ser descifradas, no paran, no tienen fin.
"¡Ay!, mi amado, no sabe Usted cuánto lo añoro. Es tan grande mi dolor, mi angustia, mi desespero, que muero lentamente de dolor, y no por culpa de este camino que mis pasos guía. Muero en el vivir, nuestro amor fue tan mal comprendido. A ese amor nos llevó el gran Yaya y hoy, otros sin decir ni explicar por qué en castigo nuestro amor han convertido. Son tan frías estas noches, tan obscuras su paredes, que el único consuelo que tengo es saberlo a usted morando en el mundo de los jutías. Un cemí le construí, y sin entender el amor con que fue hecho, los padres de su Santa Iglesia en polvo lo han convertido.
¿De qué vale conocer sus letras, sus hombres santos y
sus obras?, si bañado en soledad y lágrimas en este calabozo mis historias
están perdidas. Al Marqués mucho agradezco estos folios que para su excelencia
escribo, mas estas que a usted dirijo, enredadas en penumbras quedan junto a
trapos y caracoles que a la hoguera pronto irán conmigo."El árbol de las flor de la campana expande las conciencias y lleva a las tres cubanas a otros lugares, otros tiempos paralelos, otras medíunidades, un santiguador caribe, con su crucifijo en mano y un guanín colgando del cuello, un hombre, un bohique, que ayudará a iluminar y tranquilizar dos almas que todavía viven rondando cerca de la tierra y no logran transformarse en jupías. El santiguador no puede identificarlos, solo este hombre en un barco cerca de ellas podrá lograr aclarar sus pasados y destinos.
Llegan Fe, Esperanza y Caridad donde mí en el crucero, por la señas que en Dominica, el santiguador caribe les indica; y en trance cuentan sobre otras cartas y documentos prohibidos que se encuentran en los Archivos de Indias en Sevilla, quizás en un antiguo monasterio en Cádiz. Otros viajes, otros cuentos sin terminar, otras lenguas en busca de ser descifradas, no paran, no tienen fin.
"¡Ay!, mi amado, no sabe Usted cuánto lo añoro. Es tan grande mi dolor, mi angustia, mi desespero, que muero lentamente de dolor, y no por culpa de este camino que mis pasos guía. Muero en el vivir, nuestro amor fue tan mal comprendido. A ese amor nos llevó el gran Yaya y hoy, otros sin decir ni explicar por qué en castigo nuestro amor han convertido. Son tan frías estas noches, tan obscuras su paredes, que el único consuelo que tengo es saberlo a usted morando en el mundo de los jutías. Un cemí le construí, y sin entender el amor con que fue hecho, los padres de su Santa Iglesia en polvo lo han convertido.
- Sal de aquí - gritó una voz ronca. Pudo haber sido cualquiera de las tres mujeres que saltaban, se tiraban al piso, se levantaba y daban vueltas sobre sí mismas, vueltas rápidas, brincaban, alzaban brazos, espantaban algo. La que hablaba con voz de hombre, sin dirigirse a nadie en particular, decía con voz de otro espacio - Esta no es tu casa, esta no es vida, este no es tu tiempo, tu tiempo ya pasó. ¿Qué buscas?
"Muchos hombres de fe han escrito las Santas
Obras de su Padre y de su Hijo, el Señor Jesucristo, y otros que han puesto en
palabras equivocadas las muy respetuosas obras de nuestra única Fuente de
vidas, Yaya, que no ha sido con la relación entera que dello se pudiera dar, y
que lo he notado en las cosas que de nuestras fuerzas creadoras, Juracán y
Yukiyú, las que nacen y regresan a la gran Fuente Yaya, he visto escritas, de
las cuales, como natural de la isla de Borikén, y su madre tierra, Atabey, que
fue, es siempre y será creada por ellos con sus aguas, movimientos, flores y
alimentos, tengo más largas y claras noticias que la que hasta ahora los
escritores han dado.”
Los bares del crucero tienen horarios programados y quienes los frecuentan saben de antemano qué está pasando dónde y a qué hora. Los de las piscinas hasta las seis, los de baile no prenden las luces hasta la hora de la cena, y a las diez de la mañana el gran salón de los espectáculos está completamente obscuro, y hasta allí se llegaron Fe, Esperanza y Caridad cuando se dieron cuenta que algo las mantenía inquietas, y que no era ni el café ni el desayuno. Ellas sabían que era algo más allá de lo corporal. Pudo haber sido el brebaje de la flor de campana.
“Verdad es que los hombres de fe tocan muchas cosas de
las muy grandes que su Padre y su Hijo Jesucristo tuvo, pero lo que escriben
sobre nuestra Fuente y sus fuerzas son muy mal escritas para mí, de la manera
que las dicen, las entienden mal. Por lo cual, forzado a abandonar el amor
natural de las aguas y los vientos, la quietud y los movimientos de las
tierras, las montañas, las flores y los alimentos, las bestias que allí le
habitan, las gentes de mi isla Boriken y los jupías, que una vez fueron, me
ofrecí al trabajo de escribir esta carta, donde clara y distintamente se verán
cómo vivimos y ofrecemos gracias a nuestra Fuente por la continua creación de
nuestras tierras, y las vidas de nuestras buenas y nobles gentes, las cosas que
en Boriken había antes de que mi muy amado y bien recordado Marqués de
Bobadilla allí encontrase."Los bares del crucero tienen horarios programados y quienes los frecuentan saben de antemano qué está pasando dónde y a qué hora. Los de las piscinas hasta las seis, los de baile no prenden las luces hasta la hora de la cena, y a las diez de la mañana el gran salón de los espectáculos está completamente obscuro, y hasta allí se llegaron Fe, Esperanza y Caridad cuando se dieron cuenta que algo las mantenía inquietas, y que no era ni el café ni el desayuno. Ellas sabían que era algo más allá de lo corporal. Pudo haber sido el brebaje de la flor de campana.
Esperar bajo el infernal sol por el bus de turistas
que los lleva hasta los montes en el centro de la isla de Dominica es más
desesperante que la cola que hay que hacer para poder reunirse con el
santiguador caribe. Después de preguntarle sobre los bohiques, eunucos y los
seres de luz que fueron asesinados por los españoles, el santiguador me pidió
que siguiera de cerca a las tres mujeres, que a través de ellas conocería otros
planos, que no me podía decir más.
“Seres de luz, de antes y después, guíen a los seres
en camino. Seres en busca de empatar historias, en este viaje, en otros, de
isla en isla, de tiempo en tiempo, de árbol en árbol, repasen las lenguas que
hubo, que hay, que hablan sobre los que una vez fueron, que hoy andan en
tinieblas y entran en otros cuerpos, en busca de sus amantes perdidos, en los
mares, entre reyes y palacios, monasterios y calabozos hablen ahora y abandonen
esos dos cuerpos que no le pertenecen.”
Una vez en el barco, sin delatar mi presencia, las
seguí hasta el salón de bailes. Era una voz distinta, muy ronca, la que salía
de Fe, quizás de Esperanza o de Caridad. No podía distinguir desde lejos. La
sala de bailes no la usan de día y en ella las tres cubanas encontraron lo que
el palo santo, la flor de campana, el santiguador y Altagracia le habían
confiado.
La familia cumpleañera no juega en los casinos, ni se
baña en las piscinas, ni van a los bares y su paseo por el barco, explorando
sus salas, biblioteca, áreas de juego, los llevó hasta donde creían que era un
ensayo, el salón de bailes. Cuando oyeron las voces roncas y vieron los saltos,
reconocieron que no era la preparación del espectáculo de por la noche.
Llenos de gozo, los miembros de la familia observaban
de lejos a Fe, Esperanza y Caridad en su trance, hasta que unas sombras los
asustaron, se persignaron y siguieron camino. Frente a ellos caminaban
rápidamente los dos hombres, los amantes furtivos.
- Sal de aquí – gritó la voz ronca; una voz que no
esperaban oír los dos hombres que se manoseaban en una esquina de la sala de
bailes, detrás de las cortinas de terciopelo que separaban la tarima del salón
de bailes. Temerosos de que quienes estaban ensayando los descubrieran, se
fueron sigilosamente, protegidos por la obscuridad en el salón y se escurrieron
detrás de la familia, con la esperanza de que tampoco éstos los vieran.
"En todo lo demás que de aquellos indios en la
isla de Boriken se puede decir por los señores y hombres de fe que la tocaron
en parte o en todo; que mi intención no es contradecirles, sino servirles de
comento, de intérprete en muchos vocablos y costumbres, que, como extranjeros
en aquella lengua, interpretaron fuera de la propiedad de ella, según que
largamente se verá en el discurso de la historia, la cual ofrezco a la piedad
del que la leyere.”
La señora frente a la tragamonedas no disfrutaba del
alboroto que llevaba la familia cumpleañera, ni pudo entender a qué se
referían, todos hablaban a la vez, debatían si los dos hombres salieron por
detrás de las cortinas, o eran parte de los ritos de santería, o era un santo
el que les bajó a las res mujeres, o era un espíritu en busca de adelantar su
ascendencia a planos mayores; no, eran santeras cubanas, el acento cubano,
pueden haber espiritistas cubanos, no todos son santeros; los dos hombres deben
ser creyentes, puertorriqueños los dos; no uno es español, su acento es
castellano, casado, lo vimos bailando con su esposa, y el señor sentado cerca
de ellas era otra mediunidad, un babalawo, estaba bien quieto. - ¡Uy, aléjate, solavaya!“Viviendo o muriendo aquellas gentes Araguacu, llegados en yolas de islas más grandes a la isla de Borikén, muchos tiempos atrás de la manera que hemos oído y contado, y recordado en nuestros cemíes, permitió nuestro Yaya que dellos mismos saliese el conocimiento que les diese alguna noticia de la ley natural y respetos que los hombres debían tenerse unos a otros, y que los descendientes de aquellos Araguacu, procediendo de bien en mejor cultivasen aquellas tierras, y a sus hombres, haciéndoles capaces de razón. Después de haber dado muchas trazas y tomado muchos caminos para entrar a dar cuenta del origen y principio de los Araguacu que fueron, son y serán, me pareció que la mejor traza y el camino más fácil y llano era contar lo que en oí muchas veces acerca de este origen y principio, porque todo lo que por otras vías se dice de Yaya viene a reducirse en lo mismo que nosotros diremos, y será mejor que se sepa por las propias palabras que un Araguacu lo cuente que no por las de otros autores extraños.”
Ajena a la familia cumpleañera, que en ese preciso
momento salía por una de las puertas que daban a la cubierta del barco, y rescatada
por la tragamonedas, la señora cambio de semblante, cuando la máquina empezó a sonar, un ruido
constante, estridente, y las monedas bajaban por montones y caían en el cubo de
cartón. Sonreía, ahogada en un estado de puro placer, absorta, en una relación
simbiótica con el casino, la música, los cajeros, las meseras.
“Nuestra gran Fuente, Yaya, envía sus Fuerzas que
ayudan a Atabey a crear las tierras, labrar sus bateyes, cultivar las plantas,
los frutos como hombres racionales y no como bestias, y les pide que fuesen por
do quisiesen y, doquiera que parasen a comer o a dormir, procurasen agradecer y
recordar en sus cemíes las vidas de ahora y de siempre, y que a Juracán y
Yukiyú, bailasen y tirasen sus flores y granos para ayudarles y agradecer los
alimentos y nuevas vidas que las Fuerzas nos llevaban y traían. Viendo los
grandes vientos que arropaban y cambiaban estas tierras suyas, mi gran
protector, corrí a agradecerle a Juracán y ofrecerle las flores, frutos y
semillas para que a otras tierras los vientos de Juracán llevasen, y en otros
momentos allí se cultivasen.”
Fe, Esperanza y Caridad, exhaustas, cayeron de
rodillas, con las cabezas sobre el piso, y los brazos estirados hacia el techo,
lloraban desconsoladamente. Ante aquella escena, callar y esperar a que me
vieran fue lo único que pude hacer. Se levantaron, vinieron donde mí y como si me hubiesen conocido de
mucho antes, de otros mundos, me contaron que los espíritus de los que una vez
fueron me seguían y que esperaban que los ayudase a reencontrarse, a completar
su misión en la tierra.
“Mi falta de
ropas y bailes era llenos de gozo y no ofensa a sus otros siervos y amigos,
menos a sus hombres de fe, su Jesucristo y Dios amado. Pero conforme a nuestra
lengua, como atrás hemos dicho y diremos de la mucha significación que los
Araguacu encierran en sola una palabra, Juracán, nos pide que demos gracias y
ofrezcamos algo al que hace llevar estas flores, estos frutos, dándonos
alimentos y vigor para vivir los que acá y allá vivíamos y los que en nuestros cemíes
siguen viviendo, Entendemos los Araguacu, con lumbre natural, que se debían dar
gracias y hacer alguna ofrenda al Yaya, por habernos ayudado en aquel alimento
y nacer de nuevo Atabey.”
Ver el tranquilo mar, tomar el fresco desde la
cubierta que bordeaba el piso donde se encontraba el casino, fue lo menos que
pudo hacer la familia al encontrase de frente al español, Diego, y a su esposa,
Isabel, en una fuerte discusión. El otro, el puertorriqueño, Javier, miraba
desde una cubierta superior, con su cuerpo que casi colgaba de la baranda desde
donde se podía observar las tranquilas aguas color turquesa del Caribe.
“De este calabozo escribo estas frasis, mi bien amado
protector, frente al enorme crucifijo que cuelga de estas frías paredes, en
espera de aquello que dicen es la quema en la hoguera por haber servido al mal
espíritu, su diablo. Cuán lejos, cuánto tiempo hace que me llegué hasta sus
tierras, cuán mal fue entendido lo que pedía y sentía con mis flores, frutos y
semillas a los vientos de Juracán. Mi querido protector, lejos de mi Boriken,
no he sido entendido por sus sacerdotes y reyes. En espera, en este frio
aposento, por la quema en la hoguera, de rodillas, obligado, frente a su
crucifijo me despido, su servidor, Jabibonucohttp://memoriasdeungaysesenton.blogspot.com/2014/06/jabibonuco-4-el-crucifijo.html
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