Friday, June 13, 2014

Más Borges que Lorca

Los ojos saltones radiaban soberbia. Sus labios apretados controlaban la burla. El “ay chus” que tantas veces repetían los malandrines del pueblo salió sin pestañear, sin decirlo.

Automática, su respuesta. Con la cara todo lo decía. Su preparación como profesora de literatura no incluía sentir compasión, y mucho menos, aceptar que no se escogía ser homosexual. Su respuesta, desprevenida. No pidió perdón. Cambió de tema.


 La pregunta sobre la relación de la vida de Lorca con su poesía no estaba dentro de los contenidos del programa del curso, ni se cubría en la lista de lecturas. No pidió perdón y siguió con una explicación sobre el estudio del canon más allá de la historia personal de cada autor.  Sin proponérselo, los textos iban a ser estudiados partiendo de una concepción moral marcada por el cristianismo.


Era imposible dejarle saber que ya a la temprana edad de diez años se podía sentir una extraña atención hacia los varones. Que esa sensación informaba y formaba una sensibilidad. 
Que las mujeres de Lorca, que las obras del autor andaluz reflejaban, incluían su homoerotismo. Sí, el homoerotismo de Lorca lo informaba.

Contrario a su muy citado Borges, tan cargado de claves filosóficas, puras generalidades científicas, reprimido; con sus personajes sin vida, calcados, diagramados, que evitaban, evadían conocerse. Sí, al igual que sus personajes, Borges no se conocía. Por eso quería olvidarse. Recordar lo obligaba a mirar el mundo, a la gente más allá de los diagramas. 

Ella, la profesora era más Borges que Lorca.

Tampoco podía entender, ella no podía entender como su odio y el odio colectivo se basaban en un canon, una serie de relatos conocidos como la Biblia, un muy diagramado canon, y que su auto nominarse cristiana no servía de nada cuando el asunto tenía que ver con la sexualidad, pues la cegaban ante otros textos, otras versiones del ser, otras formas de leer.


Parábolas como la que habla sobre la samaritana y la compasión de Jesús eran convenientemente citadas, muy parecidas a los políticos que citan fuera de contexto. Su Biblia era un texto donde no existían las contradicciones, ni función histórica. No se le ocurría, no quería saber, que de ella haber nacido en los tiempos del antiguo testamento, hubiese sido esclava, apedreada, y justificado por sus biblias, religiosas o literarias. Su soberbia era más extensa que su capacidad para conocer y crecer.


Una vez más abandoné otra versión del circo romano: asignaturas, trabajos, familia. Esta vez no era la isla del encanto. Esta vez era una clase en el muy progre Nueva York. No tuve que debatir ideas para confrontar al otro. 


Bastó con decir una palabra, perro o barro. No recuerdo. Fue una "errre", pronuncié ese muy sensual fonema. Me corrigió. 


Le pregunté por qué su "sho" porteño  era aceptado y mi "errre" no. La sonrisa que acompañó su "sho" fue su despedida.





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