Sunday, March 5, 2017

JABIBONUCO: 7. LAS CENIZAS

(Capítulo 7 de la novela Jabibonuco)

7. Las Cenizas

Sor Bernarda escogió un poema de Rafael Alberti para explicarme su visión, como monja feminista, del mundo, la política, las religiones y la razones para la quema de los archivos; un poema donde el autor le pide a los turistas que van de visita por Roma, que no se fijen en sus monumentos, y que presten atención a los perros que están meando. Luego, sin perder el hilo de la conversación, casi en la misma oración en la que citó el poema de Alberti, habló sobre un monje trapista, también poeta, y cómo murió, asesinado, según ella.

A principios, no entendí la relación entre Alberti y el monje trapista, hasta que me dijo que el monje era muy ingenuo. Por no haberse fijado en los perros que meaban cerca de él -así le llamó a la monja a ciertas fuerzas obscuras, neo-góticas, que todavía seguían los principios de la iglesia medieval-, decidieron electrocutarlo. Según Sor Bernarda, las ideas de los miembros de esas cofradías no habían cambiado desde que hace cuatrocientos y pico quemaron a Jabibonuco en la hoguera.

Sugirió, me advirtió, que de yo seguir indagando en textos, lenguas y cultos prohibidos podía correr la misma suerte. Ella estaba muy segura de lo que hacía, y no se sentía amenazada. Era parte de grupos feministas dentro de la iglesia, monjas liberacionistas, incluyendo a sus hermanas en el convento de Caparra, que buscaban una transformación de las doctrinas cristianas. Estaban todas enlazadas a través de conductos electrónicos y distintos medios de comunicación. Se sentía protegida, no corría peligro, por ahora.

Ante la pregunta sobre los archivos y si ella fue quien trató de corregirlos, dijo que ya estaban algo editados cuando las monjas los desempolvaron; y sobre la quema de los mismos: sacó de su bolsillo un pequeño iphone, y lo abanicó.

Caminamos por la solitaria playa hasta el sitio donde había quemado todos los archivos, los de Caparra y los de Cádiz. El día de la incineración no se fue de la playa hasta que la marea subió y su espuma cubrió las cenizas; tierra, agua y cenizas juntas, con la luz del sol poniente que penetraba todo.

                             
©Gerardo Torres Rivera
Nueva York – Puerto Rico, 2014

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