No era una de las que guarda billetes y es puesta en el bolsillos de atrás del pantalón. De carne y hueso, la señora ochentona vende billetes de lotería. Así las llaman: billeteras. Y a los boletos: billetes.
Desde la mesa, unas mujeres -sus dos maridos hablaban entre ellos- tuteaban y daban consejos a la billetera, la que vende sus boletos por los alrededores de la Placita de Mercado de Santurce. La muy gentil y respetuosa señora, mantuvo la distancia, habló pausadamente y respondió con una sonrisa.
Los dos maridos miraban la copia de marido que tenían frente a cada uno de ellos y le hablaban. Sus esposas, tiradas hacías atrás en las sillas, el cuello estirado y un codo en alto, no sonreían, hablaban -no hablaban con la señora-, le hablaban con las voces chillonas y nasales de cierto tipo de mujer burguesa puertorriqueña; aprobaban -narices respingadas- sus propios consejos.
La vendedora de lotería, cual científica social entrenada en el campo y la práctica, observaba cada detalle físico y comportamientos de los especímenes clases medias, recogía datos, que luego compartiría, decorados con alguna que otra burla, con su esposo, un señor que también es billetero. Una vez terminan de vender sus billetes, se los ve tomados de la mano en camino a su casita.
Desde la mesa, unas mujeres -sus dos maridos hablaban entre ellos- tuteaban y daban consejos a la billetera, la que vende sus boletos por los alrededores de la Placita de Mercado de Santurce. La muy gentil y respetuosa señora, mantuvo la distancia, habló pausadamente y respondió con una sonrisa.
Los dos maridos miraban la copia de marido que tenían frente a cada uno de ellos y le hablaban. Sus esposas, tiradas hacías atrás en las sillas, el cuello estirado y un codo en alto, no sonreían, hablaban -no hablaban con la señora-, le hablaban con las voces chillonas y nasales de cierto tipo de mujer burguesa puertorriqueña; aprobaban -narices respingadas- sus propios consejos.
La vendedora de lotería, cual científica social entrenada en el campo y la práctica, observaba cada detalle físico y comportamientos de los especímenes clases medias, recogía datos, que luego compartiría, decorados con alguna que otra burla, con su esposo, un señor que también es billetero. Una vez terminan de vender sus billetes, se los ve tomados de la mano en camino a su casita.
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