DESDE JÁJOME HASTA ÍTAKA
TABLA DE CONTENIDOS
I. ENTRE JÁJOME Y LOS PUEBLOS
II. JUEGOS Y JUGUETES
III. LECTURAS
iV. SANTURCE
V. ESTEREOTIPOS EN EL NORTE DEL NORTE
VI. ACADEMIAS
VII. ROMANCES
VIII. SUICIDIOS
IX. ENTIERROS
X. ÍTAKA
“Y si pobre la encuentras, Itaca no te ha engañado. Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, comprenderás ya qué significan las Itacas.” (Constantin Cavfis: Ítaka)
I. ENTRE JÁJOME Y LOS PUEBLOS
JÁJOME NO FUE COLLORES
Cuando salí de Jájome no fue un viaje como el de Lloréns Torres: "en una jaquita baya por un sendero entre mayas". Salí en una pisicorre por una carretera llena de curvas, flamboyanes, "arropás de cundiamores". Idílicos los llamó un reconocido escritor, “urbano de guasas”, a los hermosos campos que comprenden esta zona de Cayey. Para aquellos que tuvimos que abandonar esos campos, lo idílico es la reacción menos sentida. Las fincas son hoy el “playground of the rich, the beautiful and the well connected.”
Salí de niño junto a mis padres y hermanos como resultado de los nuevos vaivenes económicos que trasformaban la isla durante los años cuarenta. Ya no quedaban fincas donde vivir como agregados y menos suficiente tierra para heredar. El fenómeno económico de aquella época no incluía a los dueños de pequeñas fincas ni a sus peones. O vendías o te hundías más en la miseria. Las ideas social demócratas del gobierno de turno nos echó a la suerte: unos para el norte, otros para los cañaverales o los arrabales de San Juan.
Mi padre escogió los cañaverales cerca de Guayama, y a trabajar “to’ el mundo”. Los más chiquitos a la escuela y los más grandes a ayudar con el sustento. Si la familia era grande, los más pequeños podíamos aspirar a una mejor educación. Los mayores trabajaban para ayudar a sostener la familia. Allí no terminó la odisea. Ese patrón de desplazamiento se había convertido en variable constante del nuevo modelo económico.
La caña no era futuro para todos, ni de capataz ni de picador. Las fábricas que reemplazaban la caña no podían emplear a todos los parados y muchos menos si no tenías diploma de escuela superior; y los hijos de muchos de aquellos jíbaros a duras penas podían terminarla. Una vez más, a moverse hacia nuevos nortes: el ejército, Nueva York.
Cada desplazamiento sigue una muy trillada y repetida sentencia: toda acción tiene una reacción. Y dicha reacción no sólo la experimenta un nuevo modelo económico. La vivimos en carne propia los desplazados. Los que por alguna razón tienen un tesón de acero y una red de apoyo la superan y hasta triunfan. Otros, los que además del desplazamiento tienen que enfrentarse a cuáles y qué tipos de problemas familiares o sociales sufren el aceleramiento de sus torbellinos: deterioro colectivo e individual. Este fenómeno ha sido extensamente discutido y recreado. Incluso, también ha sido motivo de burla y desprecio por parte de literatos, sociólogos y otros que desde lejos lo observan.
"Recordar es vivir" decía el locutor de un programa de radio dedicado a la música jíbara. Recordar es no olvidar dicen otros. ¿Recordar qué? ¿Lo idílico de Jájome y el bohío de Lloréns Torres o el desplazamiento de cientos de miles de personas sin ningún tipo de consideración por las consecuencias que tan frías decisiones generan? Muchos superaron las consecuencias de las migraciones de los años cuarenta. Muchos, no. Generación tras generación de vidas perdidas y patologías reproducidas en los guetos de ciudades en los EEUU, caseríos y barriadas de Puerto Rico sirven de evidencia de que todo no ha sido color de rosa.
Recordar puede ser matizado y distorsionado por nuestros deseos o por nuestros miedos advierte Milan Kundera en La ignorancia. Recordar puede ser recurso para evitar el que se vuelvan a cometer abusos por fríos gobiernos completamente desligados de su gente y sin ningún ápice de deseo de incluirlos en sus nuevos proyectos. Lloréns soñaba con su Collores, la memoria filtrada cual personaje de Kundera; mas no perdió de vista lo que lo llevó a ver la gloria como "sueño vano. Y el placer, tan sólo viento. Y la riqueza, tormento. Y el poder, hosco gusano.”
Mi padre escogió los cañaverales cerca de Guayama, y a trabajar “to’ el mundo”. Los más chiquitos a la escuela y los más grandes a ayudar con el sustento. Si la familia era grande, los más pequeños podíamos aspirar a una mejor educación. Los mayores trabajaban para ayudar a sostener la familia. Allí no terminó la odisea. Ese patrón de desplazamiento se había convertido en variable constante del nuevo modelo económico.
La caña no era futuro para todos, ni de capataz ni de picador. Las fábricas que reemplazaban la caña no podían emplear a todos los parados y muchos menos si no tenías diploma de escuela superior; y los hijos de muchos de aquellos jíbaros a duras penas podían terminarla. Una vez más, a moverse hacia nuevos nortes: el ejército, Nueva York.
Cada desplazamiento sigue una muy trillada y repetida sentencia: toda acción tiene una reacción. Y dicha reacción no sólo la experimenta un nuevo modelo económico. La vivimos en carne propia los desplazados. Los que por alguna razón tienen un tesón de acero y una red de apoyo la superan y hasta triunfan. Otros, los que además del desplazamiento tienen que enfrentarse a cuáles y qué tipos de problemas familiares o sociales sufren el aceleramiento de sus torbellinos: deterioro colectivo e individual. Este fenómeno ha sido extensamente discutido y recreado. Incluso, también ha sido motivo de burla y desprecio por parte de literatos, sociólogos y otros que desde lejos lo observan.
"Recordar es vivir" decía el locutor de un programa de radio dedicado a la música jíbara. Recordar es no olvidar dicen otros. ¿Recordar qué? ¿Lo idílico de Jájome y el bohío de Lloréns Torres o el desplazamiento de cientos de miles de personas sin ningún tipo de consideración por las consecuencias que tan frías decisiones generan? Muchos superaron las consecuencias de las migraciones de los años cuarenta. Muchos, no. Generación tras generación de vidas perdidas y patologías reproducidas en los guetos de ciudades en los EEUU, caseríos y barriadas de Puerto Rico sirven de evidencia de que todo no ha sido color de rosa.
Recordar puede ser matizado y distorsionado por nuestros deseos o por nuestros miedos advierte Milan Kundera en La ignorancia. Recordar puede ser recurso para evitar el que se vuelvan a cometer abusos por fríos gobiernos completamente desligados de su gente y sin ningún ápice de deseo de incluirlos en sus nuevos proyectos. Lloréns soñaba con su Collores, la memoria filtrada cual personaje de Kundera; mas no perdió de vista lo que lo llevó a ver la gloria como "sueño vano. Y el placer, tan sólo viento. Y la riqueza, tormento. Y el poder, hosco gusano.”
DIVERTIMENTOS JÍBAROS
En marzo del 1887 nació mi padre en un campo de la región montañosa de Cidra, Puerto Rico. Se mudaron a Jájome, otro campo, otros cerros. Estudió su primaria durante el régimen español, y luego hasta un grado que pocos para aquella época lograban: el octavo. Pudo haber sido uno de los miles de maestros que formaron parte de la activa y masiva escolarización de principios del siglo XX. Decidió caminar otros senderos.
Iba a pie o en carreta hasta el pueblo de Cayey y, además de estudiar, vendía huevos para poder pagarse su almuerzo. No sé si también pagaba por la transportación en carreta de bueyes. Gustaba de cantar las cadenas; las que cantaban los carreteros. Se fue muy joven para la costa a conocer el mundo. Del cerro a las costas, los cañaverales, otro jíbaro que se movía y aspiraba a subir de clase. Se fue de dependiente en un colmado enorme que se encontraba en la antigua carretera Guayama-Salinas, la número tres, a la entrada de la antigua central Aguirre; en un histórico edificio de dos pisos, mampostería, arcos y galería para proteger del sol, cuatro anchas y algo ovaladas puertas. Muchas décadas más tarde, el edificio seguía allí, abandonado, testigo de otras historias.
El viejo dejó Aguirre para seguir caminos, dar más vueltas por el mundo; el mundo más allá de Jájome. Las tierras comprendidas entre Cayey, Salinas y Guayama fueron su Ítaca, y en una época donde el pie o o el caballo o las carretas eran los medios de transportación por excelencia, la tierra que exploraba era una geografía bien amplia y diversa, vista a través de su curiosa mirada, ojos llenos de chispa y su gusto por el buen vivir..
Sus cuentos sobre cómo llegó y lo que encontró en el Puerto de Jobos tenían el mismo tono y sentir de cualquier relato de viajero contemporáneo. No contó historias sobre lo que los soldados encontraron en el puerto de Hamburgo o en Marsella. Otros personajes e historias de puerto sedujeron al joven dependiente en un almacén de Aguirre. A los diecisiete se topó con las hijas de Tembandumba, culipandeando por la calle antillana.
A los diecisiete, de Jájome al Puerto de Jobos, lo despidieron a puertas abiertas, y el saludo con la mano, aquel saludo de antes -la palma hacia adentro- le dijo al viajero adiós y buen ir.
De Jájome a Jobos hay un largo trecho, a veces, a pie; otras, a caballo.
Regresó del Puerto de Jobos, se “llevó” a mi mamá; trabajó de agregado en una finca; y otra vez, abandonaron a Jájome.
Para la época que Palés Matos comenzó a escribir, mi viejo leía poesía, la palabra saeta se usaba comúnmente, y los jíbaros hasta cantaban saetas a la virgen, durante los rosarios cantados.
Volvíamos a Jájome, al Alto, a la casa de una tía. Subíamos, años más tarde, en "pisicorre" o en la línea de guaguas que transportaban los pasajeros por la carretera Guayama-Cayey, la número quince, la de las muchas curvas, sin ningún trecho recto.
Ningún trecho es recto, y mucho menos para los jíbaros.
EL CRIOLLO Y LA PARDA
"Antes de la antigua carretera PR 15 ser embreada, nosotros teníamos a Mayito; Lile vino después": don Santiago Rivera Burgos nacido y criado en las sínsoras de Cayey. "Cuando los americanos llegaron al puente, ya habían tomado a Guayama. Los españoles abandonaron todo y cogieron para los montes. Se veían subir. Se perdieron por todos lados, y diciendo que eran de aquí. Jájome, Carite, Beatriz, La Altura, Cercadillo, todo esto se llenó de españoles. Si no, iban presos."
Don Santiago Rivera Burgos era peón en la fincas en Jájome y Carite de los padres de doña Teresa de Jesús León Cartagena, la abuela. No es de dudar que el apuesto don Santiago, su físico y educación, impresionaran a doña Teresa; quien, a pesar de ser heredera de grandes fincas, guapa y bien criada, dado su fisonomía parda, no tenía todo el estatus que exigían los criterios raciales y sociales de la época, y que compensaba casándose con un peon, que era un hombre de ojos azules y pelo castaño: el criollo y la parda.
La medida ofreció licencias de entrada a nuevos inmigrantes y legalizó la residencia en la Isla de muchos extranjeros ya establecidos. Además, exclusivamente a los extranjeros católicos y procedentes de países amigos, se les ofreció la libertad de naturalización luego de cinco años de residencia en el país. A los nuevos colonos blancos, tanto hombres como mujeres, se les concedían cuatro fanegas y dos séptimos de tierra y la mitad de esa concesión de tierra por cada esclavo que trajera.
Es con la Real Cédula de Gracias que comienza la historia de los Rivera Burgos y de León Cartagena, tras inmigrar desde Canarias, Andalucía, Cataluña y recibir tierras en los cerros isleños, hoy conocidos como Jájome. Dicha medida, otorgada por Felipe VII, abre las posibilidades para que otro Felipe - cuyas coordenadas históricas son menos fáciles de identificar y rastrear que las de las familias antes mencionadas -, unos cien años después, le dé un giro a la historia.
El Felipe neo-criollo, pardo hijo de pardos -mestizos que llevaban años aislados en los cerros isleños-, se casa con una de las descendientes de los colonos; se junta con los que vienen a imponer el control, y al hacerlo, desvía las órdenes del real Felipe numerado, derrite los poderes de instituciones españolas, diluye los bordes, las metas, las clases y colores. Al margen de cédulas, documentos, apellidos heredados o impuestos. la entremezcla de hijos y el borujo formado por distintas historias trascienden lo oficial, desplazan al colonizador y comienzan un nuevo pueblo en busca de nuevas cédulas. (Fernando Picó. Cayeyanos: Familias y Solidaridades en la Historia de Cayey. Rio Piedras, PR: Ediciones Huracán, 2007)
Don Santiago Rivera Burgos era peón en la fincas en Jájome y Carite de los padres de doña Teresa de Jesús León Cartagena, la abuela. No es de dudar que el apuesto don Santiago, su físico y educación, impresionaran a doña Teresa; quien, a pesar de ser heredera de grandes fincas, guapa y bien criada, dado su fisonomía parda, no tenía todo el estatus que exigían los criterios raciales y sociales de la época, y que compensaba casándose con un peon, que era un hombre de ojos azules y pelo castaño: el criollo y la parda.
ABUELO CHAGO Y EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA
No paro de mirar una copia de la pintura El Pan Nuestro de Cada Día por Ramón Frade. Es como si estuviese mirando a a mi querido abuelo Chago, don Santiago Rivera Burgos. Lo conocí cuando ya él no podía trabajar; aunque me contaba cuentos sobre el Jájome decimonónico. Otros hicieron los cuentos sobre el abuelo: la verticalidad de su conducta, recto, cortés, el que trataba a todos de usted, el que compartía con tantos lo poco que tenía, trabajaba de sol a sol en las fincas de Jájome, y luego bajaba al mercado en Cayey, con mi hermana Ana -otra héroina en la familia- a vender las viandas, aves, huevos. Recuerdo lo que contaba sobre la vida aislada en aquellos montes, antes de que llegara la luz, los carros; su boda con abuela Teresa; cuando los americanos invadieron la isla y subieron a los cerros; lo orgulloso que estaba de haber conocido y visto a Ramón Frade pintar su serie de retratos de los jíbaros puertorriqueños. Recuerdo cuando vinieron a vivir con nosotros en Guayama, y cuando se fue de este mundo, tan tranquilo que estaba, tan lleno de paz.
La Real Cédula de Gracias (RCdG) fue promulgada bajo el gobierno de Felipe VII el 10 de agosto de 1815. Con la RCdG se le otorgó a Puerto Rico una mayor liberalización económica; y se concedió para poblar la isla con colonos europeos, evitar el desarrollo de un separatismo revolucionario, y segundo, lograr que la economía de la Isla fuese más productiva para España. Se incrementó la población: las concesiones de mayor envergadura e impacto de la Cédula fueron las relacionadas a la inmigración.LA REAL CÉDULA DE GRACIAS
La medida ofreció licencias de entrada a nuevos inmigrantes y legalizó la residencia en la Isla de muchos extranjeros ya establecidos. Además, exclusivamente a los extranjeros católicos y procedentes de países amigos, se les ofreció la libertad de naturalización luego de cinco años de residencia en el país. A los nuevos colonos blancos, tanto hombres como mujeres, se les concedían cuatro fanegas y dos séptimos de tierra y la mitad de esa concesión de tierra por cada esclavo que trajera.
Es con la Real Cédula de Gracias que comienza la historia de los Rivera Burgos y de León Cartagena, tras inmigrar desde Canarias, Andalucía, Cataluña y recibir tierras en los cerros isleños, hoy conocidos como Jájome. Dicha medida, otorgada por Felipe VII, abre las posibilidades para que otro Felipe - cuyas coordenadas históricas son menos fáciles de identificar y rastrear que las de las familias antes mencionadas -, unos cien años después, le dé un giro a la historia.
El Felipe neo-criollo, pardo hijo de pardos -mestizos que llevaban años aislados en los cerros isleños-, se casa con una de las descendientes de los colonos; se junta con los que vienen a imponer el control, y al hacerlo, desvía las órdenes del real Felipe numerado, derrite los poderes de instituciones españolas, diluye los bordes, las metas, las clases y colores. Al margen de cédulas, documentos, apellidos heredados o impuestos. la entremezcla de hijos y el borujo formado por distintas historias trascienden lo oficial, desplazan al colonizador y comienzan un nuevo pueblo en busca de nuevas cédulas. (Fernando Picó. Cayeyanos: Familias y Solidaridades en la Historia de Cayey. Rio Piedras, PR: Ediciones Huracán, 2007)
LA PRERA (PUERTO RICAN RELIEF EMERGENCY ACTION)
El olor de leche hervida impregnaba la cola que hacíamos para recoger galletas, queso, y un vaso de leche gratis, calientita. Sonreíamos y agradecíamos un buen sustento por la mañana. Si no, no comíamos. Quien hoy juega con los sentimientos, se burla de la pobreza o de los distintos otros no conoce el agradecimiento, el hambre.
EL CHIFOROVER: GUAYAMA 1950s
"Las estructuras cambian": Mafalda frente a una tortuga que saca y esconde la cabeza.
Nos mudamos hacia finales de los cuarenta, del campo en los cerros de Cayey al pueblo que siempre mira hacia el Caribe, Guayama, a uno de sus barrios pobres, que por ser tan “dinámico” y "violento" lo conocían como Borinquen Rojo.
Mamá, cuando salíamos de la casa, se pasaba los días preocupada por los hijos; siempre había alguien tentando la hombría o amenazando a las muchachas con un, “vas a ser mía”. En el campo, entre los jibaros el código de honor era distinto y roto pocas veces. Cuando se hacía, tenía consecuencias nefastas. Una apuesta no pagada, una palabra fuera de sitio, una virginidad deshonrada, un guapetón de pueblo que viniese a demostrar su valor eran los casos contados que documentaban los hechos violentos del barrio en las montañas. El resto del tiempo era vida tranquila, pobre pero en paz. Familias acostumbradas a la vida en clanes, en sus antiguos mundos estaban emparentadas; y sus modos de compartir, de juzgar eran regidos por el honor, la honra, el compadrazgo. No en ese nuevo barrio. Todos los domingos se formaban peleas por las razones más bobas, “que si tu mujer me dijo”, “que si tu marido es esto”, “que si tus hijos”. Allí duramos seis meses.
Tuvimos que comenzar a aprender nuevas formas de vida, retratadas en mi memoria con el único recuerdo claro que tengo de aquellos seis meses: una expresión del miedo con el que vivía mamá. Su cara cuarteada por la tensión de los músculos, petrificada, cobriza y fundida con las paredes de madera, que azotadas por los años, cubiertas de rendijas, rodeadas de muchas casas iguales, formaban un ambiente donde casas, cara, colores e historia eran fragmentos y un entero a la par. En parte creo, porque siempre estuve consciente de toda esa trayectoria, que esa es la razón por la cual nunca dejamos de cuidar a los viejos.
A los seis meses de vivir en Borinquen Rojo, huyéndole a la violencia y lo impredecible, nos mudamos a un barrio de clases medias. Primero alquilamos la casa de cuatro cuartos, y luego los viejos la compraron. Mi hermana mayor, Ana, que siempre fue espabilada, inmediatamente aprendió los ir y venir de la gente en el pueblo y consiguió trabajo en un taller donde les cosían a las señoras de dinero y a los pocos meses de mudarnos al pueblo se casó. Desde el campo ya era novia del hijo de un policía rural. Fue ella quien nos consiguió la casa más cercana al centro del pueblo y aunque no vivía en casa, siempre se aseguraba de ayudar a mantener la familia. Ángel María consiguió trabajo de dependiente en una tienda, y luego se embarcó para Nueva York. Papá abrió un colmadito y dejó el cañaveral; mamá, que ya desde Borinquen Rojo vendía carbón, trabajaba de costurera y atendía la casa; Felix, Nila y yo asistíamos a la escuela.
El pueblo cuadriculado, el primero en ser planificado nos decían en la escuela, tenía divisiones marcadas por clases, ascendencias, apellidos y colores. Divisiones que a simple vista, muchas veces, no eran aparentes pero que se notaban en nuestras relaciones. Los dueños de la casa que nosotros alquilamos vivían al lado, y como miembros de la clase civil, un burócrata y una maestra, celebraban fiestas domingueras por el solo hecho de reunirse con sus iguales, otros burócratas y maestros. Nunca vi a las familias que vivían alrededor de la plaza asistir a esas fiestas, ni tampoco a doña Aurora, aunque la invitaban. Supongo que como los vecinos eran mulatos y ella, con apellido de alcurnia, emparentada con los llamados "blanquitos", no iba rebajarse aceptándole la invitación. A nosotros no nos invitaban, y creo que de haberlo hecho no hubiésemos asistido. Celebrar fiestas sin ninguna otra razón que reunirse era una novedad para nosotros; pues en el campo sólo se celebraban fiestas durante las navidades, bodas o bautizos.
A principios de mudarnos, como la curiosidad mató al gato, a través de los huecos que había en la verja de zinc que nos separaba de la otra casa, los fisgábamos. Sabíamos cuando llegaba el invitado más importante porque siempre era el último en hacer su entrada y todos los demás allí presentes corrían al balcón a recibirlo. Acompañados por música instrumental bailaban a sus acordes, comían, y se reían si temor a llamar la atención. Cuando se acababa la fiesta, los vecinos nos pasaban un plato de comida por encima de la verja.
Al mes de habernos mudado, Ana, la primera de la familia en subir otro escalafón en las clases económicas que regían el pueblo, nos regaló nuestro primer mueble que no había sido hecho por un pariente o compadre. Pusimos el mueble en el dormitorio que daba para la sala y mamá aprovechó la ocasión para coserle una colcha a la cama. Felix y Papá lo esquinaron para que luego Nila le pasara aceite de brillar muebles. Nila y yo nos sentábamos a mirarlo desde lejos. Papá, en cuclillas, nos miraba; con un gesto formado por los cachetes sumidos, hombros subidos y labios apretados, nos dejaba saber que no entendía la algarabía que teníamos formada.
No más perchas cubiertas con cortinas de cretona. El mueble estaba dividido en dos partes. Tenía cuatro gavetas en un lado, con un espejo al tope de las mismas. Nila le puso papel a las gavetas. Félix colocó su peinilla y un pomo de brillantina frente al espejo. Mamá le añadió una cruz de madera y un rosario. El otro lado del mueble era para colgar ropas y tenía en su puerta un espejo donde Nila y Félix, cuando mamá no se encontraba en casa, se pasaban horas muertas peinándose. Yo, a su lado, hacía muecas. A escondidas de mamá, ella no quería que le mancharan su chiforover.
JABÓN AZUL: GUAYAMA 1950s
En la foto aparece mamá lavando ropa a mano con jabón azul, un cubo, una tabla de restregar. Detrás de ella se ve la casa de madera, no era una casa: era un ranchón/casucha llena de rotos, y tablas pegadas sin nada de simetría, terrera, sin pintar, pobre, muy pobre.
No es hasta el 1960 que tuvo la primera lavadora de rodillo, heredada de mi hermana, y fue en ese momento que comenzó a usar detergente en polvo. El cambio de lavar en cubos a usar la lavadora no fue un proceso automático, pues no confiaba en aquella máquina. Primero, restregaba la ropa a mano y luego las metía en la lavadora.
Antes de la lavadora, poco a poco, llegaron otros artefactos eléctricos: un radio enorme, una nevera muy vieja, que tenía un motor encima. La nevera fue otro regalo de mi hermana; estuvo trabajando desde que tenía nueve años. Siempre fue/es muy astuta, y supo cómo bregar, y asegurarse que ella, su familia y nosotros subiéramos los escalafones económicos. Estudió hasta el tercer grado y luego trabajó desde esa edad, vendiendo viandas en Cayey y después de costurera en un taller.
En el patio estaba la cocina, y al fondo, una ducha y una letrina. Compartíamos cocina, letrina y ducha con los que vivían en otra casita que había en el patio. Años más tarde, en aquella casita murieron mis abuelos.
Vivíamos seis personas en cuatro cuartos (¿¡Qué privacidad!? Esa es una idea burguesa), que estaban divididos por cortinas de cretona, y servían de sala, comedor, dormitorios; sus paredes, pisos, techo eran tan viejos que no tenían clavos. Las tablas, tablones estaban conectados con tarugos de madera.
A veces, muchas veces, venían a vivir otros parientes, igual o más de pobres que nosotros: primos, tías y tíos en camino a Nueva York o por razones que variaban desde la violencia que muchas veces cae sobre los pobres, o por razones de salud: bajaban del campo a tratarse en Guayama. Por ahí están otras fotos que sirven de evidencia.
El jabón azul se usaba para lavar casi todo: ropa, pisos, platos; menos los cuerpos, aunque, según los informados, éste es menos tóxico que el detergente. Si mamá se llegaba a enterar, botaba aquella máquina que bailaba mientras lavaba -la tenía que aguantar para que no corriese por el patio-, o que, al menos, pudiese echarle al agua el jabón azul.
BALAUSTRES EN GUAYAMA
Balaustres, miles de balaustres, de madera, hierro o concreto. ¿Cuántos quedan? ¿Cuántos fueron reemplazados por rejas? ¿Cuántos dejaron de existir, de jugar el papel de arbitro, de servir de signo; quién subía al balcón o quién pasaba, quién no era reconocido o quién solo se podía quedar en la acera?
"Un balaustre o balaústre (del griego, balaustion; latín balaustium, ‘flor de granada’) es una forma moldeada en piedra o madera, y algunas veces en metal, que soporta el remate de un parapeto de balcones y terrazas, o barandas de escaleras. El conjunto de balaustres se denomina balaustrada."*
Bajo otros modelos económicos, los balaustres desaparecieron, cuando las nuevas clases medias reemplazaron las muy elegantes casas por cajones de concreto que no tienen balaustres, lo que una vez servía de clave para determinar las relaciones de clase, color, estatus en Guayama. Hoy las diferencias son marcadas por el salario.
La mulata - "de color" era cómo se les conocía; "ella es una señora de color, trigueña", decían; nadie hablaba de mulatos - paraba frente al balcón y hablaba con los blanquitos del pueblo. Podía parar porque era una de las directoras de escuela y con ese rango se permitía saludar y hablar desde la acera. No la invitaban a subir ni tampoco la invitaban a las fiestas en el club privado donde solo iban los blanquitos. Sus hijos hoy reclaman haber sido parte de aquella blancura - memorias de conveniencia; viven en los cajones de concreto sin balaustres.
"Los ejemplos más antiguos se muestran en bajorrelieves de los palacios asirios, donde se empleaban como balaustradas de ventanas, con lo que en apariencia parecen capiteles de orden jónico. No parecen haber sido utilizados en Grecia antigua ni en el imperio romano.
Ejemplos de finales del siglo XV se encuentran en balcones de palazzi en Venecia y Verona. Estas balaustradas del quattroccento no tienen todavía precedentes identificados en la arquitectura gótica y forman columnatas como alternativa a las arcadas en miniatura."*
Balaustres, miles de balaustres se perdían de norte a sur y de este a oeste en las calles del cuadriculado pueblo; el único que fue planificado antes de ser poblado; el que antecede a los cajones de concreto que lo rodean. Las nuevas urbanizaciones y condominios, con marquesinas para carros, sin balcones, sin balaústres que pudieran servir para que los hijos del policia, o la maestra, o el tenedor de libros aprendiesen a distinguir entre quién se puede parar frente al balcón, quién puede entrar y sentarse en una de las mecedoras y quién tiene que seguir de camino. En los cajones de concreto se diluyen los tantos grados de separación que existían/existen entre ellos y otros; entre la sierva y el apellido; entre el hijo del policía y el hijo del dueño del colmado, entre el negro y el blanco. Las diferencias siguen; el entorno y las fronteras son otros.
".......Rudolf Wittkower, historiador de principios del siglo XX, .... resalta el antecedente de Giuliano da Sangallo quien las usó profusamente en las terrazas de la Villa Médici, en Poggio a Caiano, alrededor de 1480, las empleó en la reconstrucción de edificios antiguos, y legó el motivo a Bramante y Miguel Angel. Con este último las balaustradas ganaron popularidad ya en el siglo XVI. Wittkower distingue dos tipos, uno de perfil simétrico con una forma bulbosa sobre otra invertida, separadas ambas partes con un anillo, y otra con forma de vasija, que fueron empleadas por primera vez, según Wittkower, por Miguel Ángel."*
Dos novelas, El hijo del Policia y El hijo de la sierva, escritas casi al final de las vidas de sus autores, retratan los laberintos, negaciones y realidades alteradas que viven sus protagonistas en distintos pueblos, con distintos balaustres.
En El hijo del Policía, el autor narraría las vivencias, negadas y alteradas por un joven médico, quien alcanza vivir una vida al borde la burguesía criolla. Sus reflejos en múltiples espejos, no es lo que ve, es lo que ha armado para justificar los tantos grados que lo separan entre él y su verdadera historia: un mulato claro que se auto-clasifica como blanco; un homosexual que se casa por puras apariencias; un descendiente del mundo proletario que presume de ascendencia aristocrática.
"El arquitecto y tratadista español Diego de Sagredo publicó en Toledo (1526) su tratado Medidas del Romano que tendrá una influencia notable tanto en la arquitectura española de la época como en la europea a través de diversas traducciones de la obra. En el capítulo De la formación de las columnas llamadas monstruosas, candelabros y balaustres juega con varias combinaciones entre estos elementos arquitectónicos......"*
August Strindberg en El hijo de la sierva, una novela de tintes autobiográficos, recoge las vivencias de la infancia y adolescencia de su vida como hijo de una criada. Aunque el autor reconoce explícitamente en el prólogo que los acontecimientos narrados se corresponden con sus propias experiencias, advierte también de que es humanamente imposible narrarlas con suma sinceridad; aunque es fácil adivinar que el carácter tumultuoso y muchas veces contradictorio del autor sueco tuvo su germen en esos primeros años que él vivió en un permanente estado de infelicidad y, sobre todo, de lucha.
"El balaustre es a menudo un medio para datar mobiliario o elementos arquitectónicos antiguos. Por ejemplo, el diseño torneado de balaustres en los muebles de roble del período de Carlos II de España, es característico de principios del siglo XVII."*
Ambos personajes, el hijo de la sierva y el hijo del policía, viven en universos paralelos a los que sus verdaderas historias cuentan, un tipo de esquizofrenia social, sintomático de lo que el tan estratificado mundo contemporáneo obliga a muchos, a re-escribir sus historias para poder sentirse encajados en algo tangible.
Niegan lo fluido de la historia, lo nada permanente de la existencia; los muy dinámicos balaustres que a la vez los separaban y vinculaban con los otros.
Muy parecidos a los balaustres en Guayama, la arquitectura normanda agregó "...... basamentos y capiteles, además de utilizar formas cilíndricas simples para los balaustres, asemejándolos, en consecuencia, a pequeñas columnas."*
*http://es.m.wikipedia.org/wiki/Balaustr
II. JUEGOS Y JUGUETES
EL CUBO Y LA GOTERA
No había muchos o casi ningún juguete, fuera de los que regalaban en Reyes; y como todo niño, crear juegos era cuestión de usar la imaginación. Es ahí donde el cubo y la gotera son recordados como juguetes o juegos que estimulaban la calma, mantenían ocupada la curiosidad, ayudaban a crear un cuento. El cubo estaba puesto directamente debajo del roto por donde entraba una gota de agua durante una lluvia torrencial, y la gota se separaba del resto del agua que corría sobre el techo de zinc, entraba por el roto y caía en el cubo que estaba sobre el muy diseñado linóleum que cubría el piso de madera lleno de rotos. Las flores del linoleum eran rojas, blancas, amarillas, verdes, violetas, azules, negras; hacían juego con las que la gota mojaba: una lindas rosas que crecían en el patio; las que ponian en el cubo para que se mantuviesen frescas. La gota no quería seguir con las demás en el chorro de agua que caía sobre el techo, se colaba por el roto del techo y saltaba dentro del cubo y mojaba las rosas. A la gota y al linóleum le gustaban las flores. .
REGALOS HECHOS A MANO
EL tío Cecilio era gruñón, franco, estricto y católico ortodoxo, cualidades que no contradecían su compasión, generosidad y caridad. Cuando vivía en NY era una de las dos casas -la otra era la de mi hermano- donde iba a celebrar las fiestas de Navidad. Con ellos me sentía que tenía familia en la ciudad que nunca duerme. Marcela, su esposa, preparaba unos pasteles de masa navideños que dejaban puro placer en el paladar, y me guardaba dos o tres yuntas, para comer en su casa y para llevar conmigo. Mi tío Cecilio me dio uno de dos regalos que nunca olvido: el primero que mi hermana Ana cosió en su Singer: un pantalón con tirantes; y el segundo, un caballito de madera que él, con su amor incondicional, me construyó. Ahí guardo las fotos, en una vestido con el pantalón que no me quitaba ni para dormir, y en otra, al lado del caballito de madera. Sigo vestido con el pantalón y jugando con el caballito de madera, hechos a mano.
JUEGOS DE NENAS
De niño, disfrutaba jugar con los carritos de metal, en particular los camiones, tráileres, coloridos y brillantes; correr bicicleta, teresinas: todos juegos y objetos asociados con los juegos de varones. A escondidas, jugaba con jacks hasta que el vecinito me delató. Menor que yo y más ingenuo, le pidió a la mamá que le comprara un set de jacks; y ella, sorprendida, le dijo que no, que esos eran juegos de niñas.
Por encima de la verja, al oír aquella conversación, me sentí desnudo, avergonzado, creo que boté los jacks y no volví a jugar con ellos o quizás me escondía en el baño (al igual que Lloréns, aquí la memoria pierdo) y allí tiraba la bolita y en el rebote trataba de coger la estrellita de metal; practicaba tan importante destreza manual.
De los jacks me moví a la cuica, brincar la cuerda, y tampoco fui muy buen saltador. Más de una no podía saltar; si aumentaban las cuerdas, mis pies se enredaban y tenía que abandonar los saltos (sigo igual de torpe con mis pies, hace unos meses me llevé de por medio los Limoges de mi amigo el sicólogo).
Mi amiga la pintora, MDR, quería una teresina/patineta con manubios como regalo de reyes. Le regalaron una muñeca. La odió y nunca jugó con ella. Su mamá se apoderó de la misma; a su manera, adulta, la madre jugaba con la muñeca: la vestía como si fuese su hija para luego sentarla en una esquina del sofá. Allí, en el sofá, permanecía hasta que le cosiesen nuevos trajes, sin poder distinguir su papel: objeto decorativo o reemplazo de la hija con comportamientos, gestos y gustos de varón.
MDR, de adulta, compensa sus deseos reprimidos a través de símbolos que usa en sus pinturas y dibujos; entre ellos, hermosos trompos que giran en el aire (si mal no recuerdo, no pinto, pero también compenso la represión, vergüenza que sufrí, con una bolsita de jacks que debo tener escondida en algún baúl en mi armario).
Mi estimado amigo, el sicólogo, colecciona muñecos de todo tipo, y se encuentran lo mismo sobre sus mesitas en la sala como en su ordenador o libreta de teléfonos. Es que, como bien él dice, hay muñecos y hay muñecos. Que le rompa una de sus Limoges le es indiferente. Que me le acerque a uno de sus muñecos puede ser guerra declarada.
Sus muñecos en las mesitas, su bien ordenada y decorada casa refleja aquellas casitas de muñecas que ayudaban y ayudan a entender y manejar el mundo doméstico de los adultos. No en balde hay tanto decorador y arquitecto gay: nos gusta jugar a las casas, de mamá y papá (sobre lo que aprendí cuando jugaba de mamá y papá no puede ser relatado en este libro serio, llenos de juicio moral).
Es harto conocido y estudiado que los juegos y juguetes reflejan las culturas y periodos históricos en que éstos se llevan a cabo, las razones e ideologías que subyacen el porqué son fomentados, sus funciones económicas, sociales, psicológicas, género, etc., etc., etc. También reflejan las inclinaciones de los niños y su visión del mundo
Lo mucho que tuve que leer sobre este tema cuando estudiaba pedagogía me sirvió para reflexionar sobre los jacks, trompos y muñecas durante mi niñez en el homofóbico, culturalmente claustrofóbico y caluroso pueblo caribeño.
En estas épocas tecno-formuladas, bordea en lo alucinante lo penetrado que están los juegos de video, militares y violentos, en la vida de los adolescentes y niños, en particular, entre los varones.
Jugamos todo el tiempo; y el mundo lúdico de los juguetes y juegos ayuda a aprender a manejar el mundo serio (de serlo) de los adultos.
Lo mucho que tuve que leer sobre este tema cuando estudiaba pedagogía me sirvió para reflexionar sobre los jacks, trompos y muñecas durante mi niñez en el homofóbico, culturalmente claustrofóbico y caluroso pueblo caribeño.
En estas épocas tecno-formuladas, bordea en lo alucinante lo penetrado que están los juegos de video, militares y violentos, en la vida de los adolescentes y niños, en particular, entre los varones.
Jugamos todo el tiempo; y el mundo lúdico de los juguetes y juegos ayuda a aprender a manejar el mundo serio (de serlo) de los adultos.
ÁLBUMES DE ADOLESCENTES
Yo las odiaba y las envidiaba a la vez. Tenían álbumes con fotos, tarjetas, recordatorios de todo tipo, poemas de amor a primera vista, algunos, amor a ciegas, nombres de los novios de ese mes, borrados más tarde, lazos, muchos lazos, pegatinas, corazones, muñequitos, letras, y otros "cut outs", trencitas de muñecas que una vez fueron y no querían olvidar.
Tenían de todo lo que una chiquilla de catorce o quince años desea guardar, documentar, compartir con sus amigas y alguno que otro amigo; uno de aquellos amigos, pues, de los que por lo general, más luego, marchan en pro de los derechos del tercer o cuarto amor.
Yo no podía tener esos álbumes. ¿Qué iban a pensar, decir mis amigos, hermanos, padres, maestros, enfermeras, médicos, vecinos, vecinas, los curas y monjas del pueblo?
Ya no tienen álbumes de papel y cartón; tienen su página en Facebook, y ponen a todo el mundo; retratos junto a un peluche; lo bajan o lo suben o lo ponen o lo quitan en su álbum cibernético: Facebook.
No, no tengo Facebook. Tengo una libreta cibernética, un blog, donde escribo mis diarios, poemas, ensayos, relatos de todo tipo. No pongo fotos mías en las cuales me ven abrazando a un peluche. Puede que no haya superado la étapa de los álbumes de adolescentes. Nunca tuve peluches.
Yo no podía tener esos álbumes. ¿Qué iban a pensar, decir mis amigos, hermanos, padres, maestros, enfermeras, médicos, vecinos, vecinas, los curas y monjas del pueblo?
Ya no tienen álbumes de papel y cartón; tienen su página en Facebook, y ponen a todo el mundo; retratos junto a un peluche; lo bajan o lo suben o lo ponen o lo quitan en su álbum cibernético: Facebook.
No, no tengo Facebook. Tengo una libreta cibernética, un blog, donde escribo mis diarios, poemas, ensayos, relatos de todo tipo. No pongo fotos mías en las cuales me ven abrazando a un peluche. Puede que no haya superado la étapa de los álbumes de adolescentes. Nunca tuve peluches.
III. LECTURAS
COLL I TOSTE Y LAS LEYENDAS PUERTORRRIQUEÑAS
Si aquí mi memoria no pierdo, cuando salí, no de Collores sino de Jájome o de la escuela Cautiño en Guayama cargué conmigo los relatos incluidos en ese libro que todavía recuerdo: Leyendas Puertorriqueñas.
Lectura obligada en las escuelas públicas de Puerto Rico sacaba a los estudiantes -de entre once y trece años- de los símbolos y cuentos en la que la literatura juvenil europea o estadounidense los encajaba. "Guanina y Sotomayor", “La palma del Cacique", los amantes en “La Garita del Diablo", “La muerte de Salcedo", “Yuisa" y sus perros frente a los españoles, “Cofresí" hablaban de historias más cercanas a nuestro entorno e historia, sin perder la magia que tanto gusta a los lectores pubertos, los de "la edad del pavo".
Sí fué en la Cautiño con la Señora Zavaleta, ¿o fue una de las hermanas Catalineau en la Intermedia la que -con rigurosidad, dicción impecable, sintaxis perfecta y preguntas socráticas- nos llevó a conocer nuestra historia a través de la ficción?
Dicen que los libros ayudan a darle forma a la personalidad. Hay quienes van más allá y sostienen que una vez una persona es alfabetizada su cerebro es transformado. No queda duda que los textos, o afianzan lo conocido o lo cuestionan, o comienzan un nuevo camino conceptual, narrativo, afectivo. Para nuestra generación, no fueron los viajes pseudo-místicos de Harry Potter los que ayudaron a darle forma, a reafirmar el cómo nos vemos y somos. Aunque desafortunadamente otras fuerzas más poderosas contrarrestaron ese logro, al menos, para aquel entonces las leyendas recogidas por don Cayetano Coll i Toste sirvieron para no perder de vista la historia puertorriqueña.
CONVERSANDO CON CAVAFIS Y BENEDETTI
A la hora de los rosarios y las vísperas gregorianas llegaba la violencia, el alcoholismo, el terror. Décadas más tarde, Benedetti y Cavafis entran, despojaron la historia, fijaron su mirada en la luz de la tarde; evitaron la explosión, abrieron el camino para comenzar otra vida. Las memorias eran poesía, dejaron de doler.
"El Favor de Alejandro" por Cavafis y el lector setentón: eras Alejandro. Podías perder. Ensalzado, deificado en Delfos. Deseado por Balas, su debilidad. Joven, guapo, guerrero, poderoso, Antioquía era tuya.
Sin imperios ni glorias, el anciano lector, enamorado, pierde un poco, algo queda: su amor, su odio. Con la vejez a cuestas se consuela, se entrega y no pierde, se pierde con el autor y los héroes en el poema.
"Dos Cielos": por Benedetti y el lector setentón: los ojos blancos "tiernos y del sur" de los muertos en Dos Cielos, por Benedetti, no fueron los tuyos en un bar del Village, "insomnes en su sábana". Los ojos blancos confirman "con sus revelaciones que no cesan/ y que presumo no van a cesar" de dejarte saber que estás muerto. "No obstante en la rendija/ inútil del pasado" el recuerdo de otros hombres ajenos aparecerán como "pájaros que desmienten el olvido”. La habitación con vista al Hudson está alumbrada por la puesta de sol.
CONEJILLOS DE INDIAS
En una crítica contundente a las tendencias de los años setentas en las escuelas de los EEUU - modelos educativos fundamentados en el conductismo clásico, dirigidos a mejorar la autoestima de los estudiantes con ejercicios muy programados-, Lillian Weber proponía que lo que había que hacer era lograr que los estudiantes aprendiesen a explorar sus intereses, a estructurar su propio aprendizaje, guiados por los docentes, pero como sujetos activos en el proceso de enseñanza y aprendizaje llevado a cabo en las escuelas. Sugería doña Lillian, que si la niña o el niño se veían como protagonistas de sus propias vidas, su auto estima se solidificaría, lograban reconocer que podían aprender, aprender a aprender, y sentirse muy bien con ellos mismos. En las clases medias con recursos, las familias puede que ayuden a que su prole adquiera ese sentido seguro del yo como agente de su propio aprendizaje; mas en hogares con menos recursos y mucha demanda, el estudiante puede enfrentarse a barreras y limitaciones que no son resueltas por el solo estar en un salón plural y dinámico.
Guayama, Escuela Superior, Clase de Biología (1959): Con la materia iba muy bien, entendía las lecturas y lecciones hasta que me enfrenté a una tarea, más complicada que las anteriores, que incluía plantear un problema, diseñar un método, usar la naturaleza como fuente. medio, sujeto, llevar a cabo la investigación, y presentar los resultados. Por primera vez, fuimos asignados una tarea que no consistía en seguir instrucciones bien especificas; había que organizar sub-tareas y planificar por su cuenta sin la ayuda del maestro. Escogí estudiar algo con conejillos de indias. Los busquè y no comprè. Muy caros. Terminé presentando unas gráficas, escritas a mano en una cartulina. Nervioso, casi no podía hablar, nada claro, poco coherente. Nunca recibí apoyo con aquel proyecto. Recuerdo dos o tres proyectos que fueron elogiados, y no dudo que sacaron excelentes notas. Yo no pude haber recibido más de una C, ni fracaso, ni razón para celebrar. Años más tarde sigo casi avergonzado por aquel fracaso: parado frente a mi cartulina, escrita a mano, con gráficas mal dibujadas, tratando de explicar algo que tenía que ver con conejillos de indias.
Avergonzado por culpa de maestros que te dan tareas sin saber si puedes o no llevarlas a cabo, por la pobreza que no permite buscar los recursos ni pagar por los mismos para que alguien -más allá de padres con muy poca escolaridad- ayude a entender qué es estudiar, cómo estudiamos, qué preguntas haces, a quién le preguntas sobre un proyecto para una feria de ciencia, con conejillos de indias que no podía comprar. No podía pagar por los materiales, mucho menos, diseñar un estudio sobre los muy lindos animalitos, llevarlo a cabo y explicarlo como hicieron aquellos otros compañeros -hijos de médicos, abogados y maestros del pueblo-, que luego fueron invitados a otras ferias de ciencia a presentar sus proyectos. Tareas para ferias de ciencia, que marcan y sirven para identificar quién tiene los recursos y quién no puede ni comprar un gūimo; peor, no tener a alguien, que entienda la tarea, y te ayude a estudiar conejillos de indias.
YA NO SOY AQUÉL POR CAUSA DE BENEDETTI
"Yo soy aquél que cada noche te persigue/ yo soy aquél que por quererte ya no vive": Raphael cantó hace muchos años (yo le hacía coro, me sentía igual). Ahora, más viejo, curtido por lo vivido, por la poesía, por los amigos sinceros que crecen junto a la palma, no lo entiendo. Raphael sigue por ahí, aunque parece una momia, vivo marcado y estirado por las cirugías plásticas, fosilizado. Leo a Benedetti.
PRONÓSTICOS POR BENEDETTI
Mario Benedetti en su poema Pronósticos dice: "en los pronósticos sobre mí mismo/ siempre le erro como en las peras/ pero en las apariencias me reencuentro”. El niño que crece rodeado de violencia, padres y hermanos alcohólicos, palizas que nunca sabe cuando vienen ni por qué, violencia diaria, no confía con facilidad en los demás. De adulto, le entrega su confianza a un pretendiente, a las que se venden como amigas, amigos, y una vez más lo engañan, le mienten, y vuelve esa horrible desconfianza, ese deseo de no volver a relacionarse con nadie; aunque aprende, si lo permite, porque en las apariencias se reencuentra.
iV. SANTURCE
VARIACIONES GOLDBERG EN SANTURCE, 2009
La muy bien vestida joven, acicalada, maquillada, cara algo blanqueada que no cuadraba con el color marrón de sus manos, caminaba sus emociones en un trago; se movía por los alrededores de la Placita de Mercado de Santurce como si estuviese dentro de una copa de cristal.
Trago en mano, desafiante, tuteaba sin miramientos ni criterios claros en cómo y con quién se trata hasta que le tocó moverse a planos más complejos sobre expresiones y proyecciones. Respondió a la pregunta sobre Gould y su interpretación de Las Variaciones Goldberg con una sonrisa que bordeaba en una mueca. No dijo nada porque nada podía o puede decir sobre variaciones o movimientos más allá de los llanos superficiales de la corteza de su cerebro.
Abandonó el grupo sin excusarse. Caminó con soltura, garbo y muy poca elasticidad muscular, alzó la copa para denotar elegancia, se acercó a otro coctelero igual de llanito y altanero. Hablaron sobre el último bar de moda en Santurce. La joven se movía y diluía como si fuese un coctel con sombrillita.
LAS CHICQUERÍA DE SAN JUAN Y SUS MALAS COPIAS NO SON JÍBARAS
Se creen chic, tienen casas de playa (aunque no cogen sol) o de campo, o dicen que tienen, son trigueñas con el pelo planchado y teñido, la piel blanqueada, hablan medio nasales-chillonas, malas copias de cierto tipo de mujer burguesa en San Juan. Son agresivas y confunden el ser asertivas con el ser directas sin distinción de personas o entornos. Vi a una insultar en un velorio a un señor mayor, en duelo, a quien ella no conocía. El señor quedó en shock, se le salieron las lagrimas de la vergūenza; y el marido de la neo-cafre se fue "juyendo". Los maridos le tienen miedo. Ese tipo de nuevo rico o nuevo clase media puertorriqueño, gradudado de colegio orivado chipichape, que retrata los platos en lo restaurantes, habla dos idiomas a medias, bilingües limitadas por la falta de contenido académico. Bueno, corrijo: faltos de mucho contenido, reducidas a "pintura y capota". Son el arquetipo de cierta mujer puertorriqueña, a quienes antes de los setentas no las hubiesen dejado salir del arrabal, y que hoy se mueven por las islas de los encantos como peces en el agua. Muy distintas a las jíbaras con las que me crié: serias, respetuosas, pobres pero con clase. Las Mari Pili en Puerto Rico representan lo peor de los logros de la colonia capitalista; la colonia que no se fija en cómo evoluciona la gente, que produce ese arquetipo: la cafretona con dinero (luego escribo sobre los hombres clase media, bocones, agarra "guevos", y sobre otros especímenes de la fauna portoricensis).
LA ALEMANA Y LOS SOBRINOS
No son los sobrinos de una amiga alemana. Son mis sobrinos puertorriqueños que -tres generaciones más tarde, descendientes de jíbaros campesinos pobres por ambos lados de sus familias- conversan con ella sobre equipos de baloncesto alemán, opinan sobre el papel de la Angela Merckel, el neo-liberalismo, la medicina alternativa (una sobrina es exoerta en ese tema). Incluso, cuando no hubo comunicación verbal (una hermana y sobrina no hablan inglés), otros rasgos -las maneras de tratar a los demás; ese rastro de cierta crianza- llevaron a mi colega y amiga entrañable a discutir la relación entre crianza y desarrollo educativo, económico; las estructuras históricas, sociales que los subyacen, y su vínculo con los logros de los sobrinos. Aunque fueron pobres, las familias sabían cómo apoyar la educación. Sorprendieron y sirvieron a la socióloga, psico-analista alemana como tema de discusión; en parte, porque la teoría y los estudios de movilidad económica y social sugieren que el proceso de reajuste a nuevos entornos, estructuras y escalas de valores es muy difícil, y con muchas probabilidades de fracaso, y en mi familia en tres generaciones el salto se había logrado. Nada que ver con el pesimismo o docilismo de la literatura costumbrista o la llamada “realismo social” que tanto estereotipó a los hijos de los cerros. De Jájome al Mundo.
RETRATO DE LAS DOS LEOCADIAS EN LA PLACITA DE SANTURCE
La dos Leocadias en las pinturas de Goya y Lucas difieren mucho.
La de Goya que está en El Prado, y en los catálogos goyescos, es la representación fidedigna de la última compañera del pintor español: morena con tipo de manola y un poco pueblerina.
La Leocada de Goya fue pintada en épocas más tempranas a la Leocadia de Lucas.
La de Eugenio Lucas Velázquez es una damisela delicada de pelo y tez clara, que más bien puede que fuese la tónica que admiraba la Leocadia de carne y hueso.
La Leocadia de Lucas evoca a las mujeres trigueñas boricuas que se pintan el pelo de rubio, aclaran sus caras, pero -si uno se fija bien- no sus cuellos, que al igual que la Leocadia de Lucas, delata los matices que informan la psique de un pueblo.
LA BILLETERA EN LA PLACITA DE MERCADO, SANTURCE
No era una de las que guarda billetes y es puesta en el bolsillos de atrás del pantalón. De carne y hueso, la señora ochentona vende billetes de lotería. Así las llaman: billeteras. Y a los boletos: billetes.
Desde la mesa, unas mujeres -sus dos maridos hablaban entre ellos- tuteaban y daban consejos a la billetera, la que vende sus boletos por los alrededores de la Placita de Mercado de Santurce. La muy gentil y respetuosa señora, mantuvo la distancia, habló pausadamente y respondió con una sonrisa.
Los dos maridos miraban la copia de marido que tenían frente a cada uno de ellos y le hablaban. Sus esposas, tiradas hacías atrás en las sillas, el cuello estirado y un codo en alto, no sonreían, hablaban -no hablaban con la señora-, le hablaban con las voces chillonas y nasales de cierto tipo de mujer burguesa puertorriqueña; aprobaban -narices respingadas- sus propios consejos.
La vendedora de lotería, cual científica social entrenada en el campo y la práctica, observaba cada detalle físico y comportamientos de los especímenes clases medias, recogía datos, que luego compartiría, decorados con alguna que otra burla, con su esposo, un señor que también es billetero. Una vez terminan de vender sus billetes, se los ve tomados de la mano en camino a su casita.
CAFÉ PUYA EN SANTURCE
La escena; un balcón de Santurce: Una paloma turca anuncia el despertar borrascoso, en la radio un "lei lo lai" jíbaro recuerda al centro montañoso de la isla, al Jájome pre-chicquería, brisas, la agradable frescura de la madrugada.
El café: puertorriqueño, de Ciales, prieto, evoca las mañanas en Jájome, suave y aromático con destellos de un dulce en la uva, activados por un ligero tueste, colado, cargado y puya. Sí, café puya.
LESBIANAS DE DERECHAS EN EL TÍA MARÍA DE SANTURCE
Es que no puedo, no puedo tolerar los homos que apoyan a la derecha. No los entiendo. Y mucho menos cuando una “buchota" (derivado de la palabra inglesa butch, si quieren saber la definición, vayan al diccionario), una “tofeta” (de “tough") forma un círculo con los dedos pulgar e índice de su mano derecha, los alza al estilo de los cantantes de flamenco y mientras los baja, dice, bien macharrana, que ella vota por los estadistas.
Quien conoce al partido político que representa a los estadistas en la isla de los espantos sabe que este partido está dirigido y controlado por los talibangélicos, y que si estos fascistoides siguen en el poder, los hombres y mujeres al margen del margen en este gauteriano jardín del mundo van a tener que esconderse o si no, aguantar los atropellos de los nada tolerantes. Es que no se dan cuenta que pudisen ser estadista y no fascista. No creo. La partidocracia parece controlar el cerebro de los votantes en este reguero de país. Por Dios, que siguen, al igual que muchos otros, defendiendo partidos que no representan sus intereses, y nada que ver con el status político de la islita de los encantos.
"¿Usted vota?”: me preguntó, después de su muy gesticulada postura. “No”: respondí. Cachapera pendeja, pensé, pero no dije por temor a que me acusara de homofóbico o, peor, me invitara a pelear en la calle. Ya uno sabe como son las lesbianas estadistas.
Y yo que iba en busca de una copita para relajarme en el Tía María de la de Diego terminé atolondrado por la negación de algunos gays boricuas.
(Por cierto, el ron Barrilito con una pizca de naranja agria estaba delicioso.) No, no me tomé el Barrilito en el Tía María. Me tomé en mi apartamento santurcino (pues claro, me moví de bohios y casuchas en Jájome y Guayama a tener apartamentos en Manhattan y San Juan) el muy elogiado y emblemático ron mientras escribía este relato sobre cabezas dislocadas.
EL CALOR EN LA ENTREPIERNA
El calor cuenta historias. Una señora en una casa frente a la mía usaba su falda para abanicar su entrepierna. Cuando me vio observándola, -un espanto-, despertó del letargo que causa el intenso calor y la sofocante humedad; se levantó de su cómoda silla; me miró mal; entró a su casa. y cerró la puerta de mala gana. No entiendo por qué la gente es tan enojadiza. Debe ser por causa de calor tropical en pleno mes de julio.
SEISES
Desde un puesto de viandas, Placita de Mercado de Santurce, un trovador improvisa, canta música jíbara, acompañado por un cuatro y un tiple. Si el seis chorreao sirve para el bailoteo y el con décima para el trovador, el celinés invita a amar.
LOS AGUACATES DE SILA
- ¿Tienes aguacates del país?
- No.
- ¿Y por qué?, si todavía por ahí quedan.
- La cosecha se está acabando y hay que importar para tener en venta.
- ¿Estos son de afuera? ¿Son aguachosos?
- Algunos: contesta el algo hosco jíbaro gordo y colora'o. De medio ganchete, observa y atiende en su puesto de viandas en la Placita de Santurce. Sin esperar palabra, le entrega otro aguacate a la muy nacionalista ama de casa.
- Llévese este que le va a salir bueno.
- ¿Cuánto es? Es que lo de aquí son más cremosos.
- ¿Y por qué?, si todavía por ahí quedan.
- La cosecha se está acabando y hay que importar para tener en venta.
- ¿Estos son de afuera? ¿Son aguachosos?
- Algunos: contesta el algo hosco jíbaro gordo y colora'o. De medio ganchete, observa y atiende en su puesto de viandas en la Placita de Santurce. Sin esperar palabra, le entrega otro aguacate a la muy nacionalista ama de casa.
- Llévese este que le va a salir bueno.
- ¿Cuánto es? Es que lo de aquí son más cremosos.
VERDURAS
Una de dos señoras vecinas frente a un placero, temprano en la mañana, antes de que lleguen los borrachines, turistas y fashionistas, dice algo ininteligible. La otra, bolsa llena de verdor fresco en mano, contesta: "Mejor así, porque así no sufre".
LA CALLE CANALS, SANTURCE, NO ES MI ÍTAKA
Me jubilé. Qué felicidad el no tener que levantarse todas las mañanas, obligado por el ir y venir del trabajo.
Quizás las tres cuadras que conforman la calle Canals se acortan, las puedo caminar con más liviandad, y la insoportable levedad del ser no retrasa mi andar; que disminuya mi ir. La Canals convierte el ir y venir en un círculo concéntrico, y lo reduce al punto donde nos encontramos todos y todo en mí.
Señora no estacione su monstruosa todo terreno en la acera. Todo el mundo lo hace: la mitad del carro sobre la acera y la otra sobre la Canals. Señora, si no hace mudanzas ni entrega equipos enormes, cómprese un Volkswagen. Señora, usted es la culpable de todas mis angustias y todos mis pesares. Usted llegó a mi vida, comprenda de una vez que la edad dorada no permite ir y venir dando vueltas sobre uno mismo y sobre sus carrozas blindadas. La Canals graba los pasos y recrea todas las huellas en un solo paso.
El caminar está medido por la intención del andante y no por la distancia entres los dos polos que le dan principio y fin al trecho andado. Las aceras secuestradas por los carros, los comercios con anuncios en lenguas no habladas por los caminantes de la Canals, las alcantarillas desbordadas de aguas negras y los hoyos en la calle dejan de ser molestias matutinas para convertirse en una gran obra de arte conceptual.
No tendré que medir el tiempo y disfrutaré del aroma de cada una de las rosas del jardín que está frente a la casa donde vive la pintora que nunca se le ve rociando sus flores, comprenderé la necesidad del octogenario dueño del puesto de verduras en la plaza de mercado de trabajar doce horas diarias, entenderé la vida de aquellos hombres que viven en matrimonio, la compararé con esta vida de solterón jubilado, estudiaré los detalles arquitectónicos estilo arte decorativo criollo - por fin puedo pronunciar su nombre – de cada una de las casas de mi querida calle.
No tendré que medir el tiempo y disfrutaré del aroma de cada una de las rosas del jardín que está frente a la casa donde vive la pintora que nunca se le ve rociando sus flores, comprenderé la necesidad del octogenario dueño del puesto de verduras en la plaza de mercado de trabajar doce horas diarias, entenderé la vida de aquellos hombres que viven en matrimonio, la compararé con esta vida de solterón jubilado, estudiaré los detalles arquitectónicos estilo arte decorativo criollo - por fin puedo pronunciar su nombre – de cada una de las casas de mi querida calle.
¿Cuánto hace que tomé por última vez el autobús número dos de la vilipendiada Autoridad de Autobuses Metropolitanos?, nombre con rasgos fascistas, pobre reflejo del anarquismo que la caracteriza. ¿Qué pasó con el bus que se supone pasara a las ocho? Voy a llegar tarde. ¿Qué más dije? El chofer me mira con ojos de “y a mí qué”, pasa de largo cada vez que me ve en la parada número veinte. Mejor tomar el autobús que pasa a las siete, desayunar en la fonda del árabe y leer el folletín con ínfulas de periódico que nos alumbra cada nuevo día.
Regresar no consigue satisfacer los deseos de revivir lo que una vez fue sentido. Las tardes en el balcón en espera de las noticias de las nueve, la noche es para los jóvenes. ¿Cuánto hace que la tatuada muchacha estira sus piernas, alza sus brazos en perpetua oración?: yoga en el techo de la casa de apartamentos que queda directamente frente a la casa de la señora que alquila cuartos a inmigrantes dominicanos. Ella hace ejercicios de yoga; yo sólo observo.
El chofer es otro, las rosas de la vecina se han marchitado, el bar de la esquina no toca música de bachata. Ni el autobús, ni la parada, ni la oficina, ni la pensión recuerdan lo que una vez fueron.
Regresar revienta las imágenes de escenas pastorales, obliga a desmantelar esquemas y cambiar de cara ante los dos “Ghetto Brothers” en la parte de atrás del bus, molestos por no haber ganado el premio como los mejores intérpretes de música urbana. El regresar a la Canals en busca de sensaciones conocidas abre un vacio donde todos caben y no llenan.
Regresar revienta las imágenes de escenas pastorales, obliga a desmantelar esquemas y cambiar de cara ante los dos “Ghetto Brothers” en la parte de atrás del bus, molestos por no haber ganado el premio como los mejores intérpretes de música urbana. El regresar a la Canals en busca de sensaciones conocidas abre un vacio donde todos caben y no llenan.
La Canals huele a cloacas, a la podredumbre del trópico, a los olores que salen de las casas con sus puertas y ventanas siempre abiertas, ante el continuo calor, y por ser todos parte de la vida del otro. Olor disperso obliga a cada uno de sus habitantes a expresar su disgusto o gusto (a saber) por los gases que inundan la calle.
Calle, contadora de historias, resumes las vidas del panameño remendador de zapatos o el colombiano que vende palabras silbadas, el cubano que no tenía suficiente espacio para poder almacenar todo lo que su historia poseía, el chino que los reemplazó con un supermercado de ilusiones y fantasías, el árabe de nombre, Fouad, reducido a un simple y sencillo don Fua.
¿Por dónde estará el pordiosero a quien le regalaba las monedas?, y él, en cambio, me regalaba una sonrisa de agradecimiento. Te habrás mudado a otros planos, rehabilitado, transformado, para estar concentrado en tu más puro ser sin necesidad de pedir ni sonreír. Algunas farolas no alumbran.
La Canals es parte del camino hacia mi Ítaka.
V. ESTEREOTIPOS EN EL NORTE DEL NORTE
PARECEN: PINTURAS DE CASTAS EN MORNINGSIDE HEIGHTS
¿Parecer qué?
¡Que mucha conceptualización atomista sobre los parecidos rige la "facultad" que se usa para pensar sobre los otros! (Facultad mental en vez de escalonadas estrategias o destrezas intelectuales skinnerianas/pavlovianas. Antes de las facultades estaban los "humores", mucho antes.)
Todo esto, después que una joven méxico-americana dijese que yo no parecía puertorriqueño.
Quizás, parece que se quedó en la etapa mental en la cual el sujeto que aprende confunde un particular con un genérico, y como la dependencia en destrezas skinneriana/pavlovianas no ayudan a superar, transformar las formas de conceptualizar el mundo -el dominio de destrezas específicas es el único propósito.
La joven aprendió a identficar puertorriqueños después de poder hacer suya una sola destreza, y no se ha dado cuenta.
Pues, parece, una vez más, vuelvo y repito, que lo dicho por Trump sobre los mexicanos no movieron a la joven a pensar más allá de los estereotipos, a poder usar sus facultades mentales plenamente, en vez de depender de las taxonomías creadas por los sicólogos reductivistas, los cientifícos sociales durante el siglo diecinueve, y sus pintores de castas mexicanos.
Todo esto, después que una joven méxico-americana dijese que yo no parecía puertorriqueño.
Quizás, parece que se quedó en la etapa mental en la cual el sujeto que aprende confunde un particular con un genérico, y como la dependencia en destrezas skinneriana/pavlovianas no ayudan a superar, transformar las formas de conceptualizar el mundo -el dominio de destrezas específicas es el único propósito.
La joven aprendió a identficar puertorriqueños después de poder hacer suya una sola destreza, y no se ha dado cuenta.
Pues, parece, una vez más, vuelvo y repito, que lo dicho por Trump sobre los mexicanos no movieron a la joven a pensar más allá de los estereotipos, a poder usar sus facultades mentales plenamente, en vez de depender de las taxonomías creadas por los sicólogos reductivistas, los cientifícos sociales durante el siglo diecinueve, y sus pintores de castas mexicanos.
SELLOS
Puntualmente, a las nueve estaba en fila, esperando mi turno para que el muy diligente, bien planchado y cortés oficinista (así le llaman en PR a los burócratas: oficinistas) me atendiera. Miró detenidamente mi récord en la pantalla de su ordenador, se levantó de su escritorio y abandonó la cabina detrás de la ventana de cristal que nos separaba (a la cual pegaba mi oído, ya que, por un lado, la medio sordera de viejo y por otro, lo alto del roto en el cristal por donde nos comunicábamos no permitían que entendiese muy bien el enredo que el buen empleado me trataba de explicar). Se llegó hasta otra cabina donde imprimió mi récord, regresó, me preguntó no sé qué cosa, repasó los documentos, y me dijo que los cómputos estaban mal registrados y que tenía que pasar por las oficinas centrales de la Colecturía (nombre que precisa lo que en esa oficina hacen: colectar dinero) en otra zona de la ciudad; que llevara las copias de los documentos que me iba a entregar, que allí me arreglarán los datos, los números correspondientes al estado de mis cuentas con el gobierno de la isla de los espantos, y a pagar al Estado lo que el Estado requiere.
Una hora en una fila para terminar siendo informado que tengo que ir a otra oficina donde otro burócrata y sabrá Dios qué más me va a decir: que los datos están mal registrados, que tengo que ir a otras oficinas, esperar, a saber cuánto voy a pagar, que no deducen mis gastos en viajes y tiempo para resolver problemas que yo no he creado, que tienen teléfonos, internet, sistemas computarizados que pueden resolver todo de lejos pero que no lo hacen por cuestión de bla, bla, bla... Al ver mi cara llena de preguntas y de resignación, el muy juicioso y eficiente oficinista, mientras me preparaba y entregaba los documentos que tendría que llevar a la otra oficina colectora, me dijo, como para darme ánimo o para sentirse que me entregaba algo concreto, que le iba a poner el sellito a los documentos. Sacó una antigua máquina de sellos y,¡prángana!, plantó en cada hoja el logo de la Colecturía.
Conforme y sumiso, en camino a la otra oficina del mismo organismo me dirijo, con mis documentos en mano, a oír sobre procedimientos y datos, sin mucha esperanza de poder resolver el problema; aunque oficializado, en cada uno de mis papeles tengo puesto el sello, que no es el mismo que me ponían cuando era joven, y con el que me sacaban del clóset. Para aquel entonces, no era el de la Colecturía el que se plantaba, era otro tipo de sello. Nada de máquinas. Se señalaba con el dedo a quien fuesen a sellar. Luego, se pasaba el mismo dedo por la lengua, se marcaba la palma de la otra mano con el dedo ensalivado, se formaba un puño con la mano del dedo ensalivado y se remataba el sello, dando con el puño sobre la palma de la mano. Era un sello que marcaba y al que muchos se referían con un, ¡Qué sello tiene!
¿Sería el sello que le planté al oficinista cuando me fijé en sus ojos -la lectura mutua-, acicalados dedos y camisita ajustada lo que lo llevó a sentirse solidario, ponerme un sello mental y luego ponerme el otro sello, el de la Colecturía?
PSiCÓLOGAS DE REVISTA EN QUIOSKO
Muy preocupadas por el estado emocional del sujeto/artista, ignorantes de que antes de la creación hay caos, que un poeta o u pintor no llegan a su trabajo como si fuese un cambio en carro antiguo, las dos amigas, psicólogas aficionadas de sofá y vino tinto (espeso y avinagrado), lo analizaron con lujo de detalles; y para sentirse útiles (no se lo dijeron de frente), le regalaron uno de esos miles de libros llenos de consejos genéricos, clisés, tan elásticos que no se aplican para nada a los procesos internos que vive un ser en continua creación: los que, a veces, están y lucen desconcertados, inquietos, en espera de una nueva idea, una forma distinta de abordar el mundo. Ellas fueron maestras de primaria, escalaron las instituciones, y ahora tienen buenos puestos en las oficinas de la burocracia educativa. Controlan cada paso, gesto (o así creen), Reprimen. No son artistas, o no se dejan, ya que es muy peligroso abrirse a lo desconocido. No se atreven revelar cómo son verdaderamente por dentro, a darle libertad a su genio creador. Psicólogas de sofá pequeño burgués.
MI APELLIDO NO ES XANAX
¡Uy! Alguien me escribió, después de leer el último poema, para decirme que le parecía muy bien que me dedicara a la creatividad y dejará la ira atrás. Aparte del pontificar, bordear la censura, y sugerir que no acuse o señale, como Julia de Burgos, con la tea en la mano, o delate a los que abusan, está la idea de que lo escrito es válido en virtud de la personalidad del escritor. La ira es tan válida como fuente creativa, material para un escritor, como lo son el amor, las trampas, la deshonestidad, y todo aquello que nos hace humanos. Escribo para adultos, y si no pueden bregar con lo que escribo, pues no lean; porque no soy Corín Tellado, ni tampoco sirvo como calmante. Mi apellido no es Xanax.
DOÑA YEYA NO HIZO CASO
Doña Yeya votó por Trump. Doña Yeya es una señora mayor puertorriqueña que llegó muy joven de Puerto Rico a Nueva York, se mudó al Bronx ("Cuando aquello era precioso": dijo durante mi entrevista), trabajó de costurera en las fábricas, crió y educó a sus hijos ("Para que fuesen gente de bien": recalcó dos veces"), compró una casita en la zona de Pelham Bay ("Cerquitita de donde vivía la familia de Jennifer López": enfatizó con orgullo), se jubiló ("La casita está paga y entre el Seguro Social, mis hijos y los ahorros..: sostuvo con una sonrisa), y a su muy avanzada edad votó por primera vez por un candidato republicano ("Porque estaba 'jarta' de todos esos latinos que se creían que eran superiores a los puertorriqueños, y algunos se atrevieron hasta ofenderme con comentarios racistas, o peor, cuando trataban de 'metérmelo mongo', haciéndose los simpáticos": razonó.) Doña Yeya no hizo caso a sus hijos cuando trataron de convencerla de que el problema con Trump no era solamente cómo los otros latinoamericanos asumían las posturas de los "americanos blancos". No hizo caso a los argumentos que sus hijos presentaban para criticar a Trump y su gente. Doña Yeya no hace caso. En el momento que doña Yeya decidió mudarse para Nueva York a principios de los años cincuenta, tampoco le hizo caso a su familia: una mujer sola, con poca escolaridad, sin saber inglés. No hizo caso.
INVITACIÓN A CENAR CON PLATOS DE PORCELANAS SIN DITAS
La invitación era para cócteles a las siete, cena a las nueve, luego ir a uno de los bares en uno de los hoteles del Condado a tomar más licor, para terminar en uno de los bares gais de Santurce. Llegué a las siete y treinta, no quería dar las impresión de que estaba emocionado o súper impresionado con el que me hubiesen invitado a salir con un grupo tan chic. Esa fue la palabra que usó Tuto para describirlos: "chic". “Son bien chic”. Como lo dijo tan serio, no sé si fue en tono de burla o que verdaderamente creía que así eran los demás invitados.
Cuando llegué, Tuto todavía no estaba allí. Me lo temía. Además de que era un cínico empedernido, disfrutaba de la jodedera y los buenos vinos, y no era de dudar de que ni se apareciese por la muy elegante cena o de que andaba por los cafetines de la Placita de Mercado de Santurce. No era la primera ni la última vez que lo hacía, dejar plantada a la gente para irse a beber a los bares de cualquier barrio popular. En uno de esos bares fue que lo conocí. El grupo chic lo seguía invitando por los vínculos escolares y sociales que los unían: se crió en el mismo sector clases medias, y estudió en el mismo colegio donde fueron educados los anfitriones.
Saludé con entereza, apreté fuertemente la mano de cada uno de los otros invitados, sonreí, y con un “sí, sí” estuve de acuerdo que era amigo de Tuto; que vivía en el Village, que me fui muy joven de la isla. Acepté una copa de vino blanco, y no más ya estaba relajado y sintiéndome cómodo en el muy elegantemente decorado apartamento, medio abrí los ojos cuando vi que uno de los invitados apuntaba con su dedo, al tener de frente la bandeja de porcelana donde traían los entremeses, y decía con un leve gritito y respiración ahogada, estirando la o: “Limooges”.
Yo que llegué a comer en ditas, al estar frente a platos con nombre y apellido me pregunté: “ ¿Qué carajo hago yo aquí?”. Mis platos no son parte de un juego, no tienen procedencia ni nomenclatura. Los compré en quincallas, pulgueros; otros son heredados o regalados. Nada cuadra en mi casa y mi vida está completamente falta de abolengo, apellidos históricos, colegios de renombre y vacaciones con mis padres en Europa. El relajamiento duró muy poco. Peor todavía, como soy algo torpe, temía que pudiese romper un plato.
Tuto nunca llegó. Saqué mis mejores modales, cené, comparti la sobremesa, ofrecí alguna razón para excusarme y no poder acompañarlos por los bares, y salí como alma que lleva el diablo. Me sentí libre al poder abandonar aquel grupo de maricas estreñidas por la historia, y me fui hasta la Placita de Santurce, al cafetín donde sabía que iba a encontrar al sinvergüenza de mi amigo del alma. Cuando me vio llegar azorado, el muy, pero que muy maricón malicioso -y lo mucho que lo quería- echó una carcajada y preguntó: "¿Cómo te cayeron las Limoges?”.
MYRIAM Y EL REVÉS DE LAS COSAS
La nieve vino a buscar a Myriam. Fue por medio de Roy y Carmen -y toda la gente de un programa de formación de maestros bilingūes para párvulos en CCNY, mediados de los setentas- que conocí a Myriam. Su estudio era un taller, un salón, mise-en-scene de los últimos años del SoHo de arte en vivo. Allí “jangueábamos" y de allí subìamos hasta mi casa y seguíamos "jangueando" con los temas, libros leídos, exhibiciones de arte vistas, mis poemas concretos, mis fanzines, sus joyas esculturales, nuestro pro o anti anti los antis -¡a saber de qué hablábamos o fumábamos!-, las gozadas, revolcadas, discutidas, o subíamos a su casa o a la casa de alguien -¡qué se puede esoerar de los setentas!-: explorábamos, junto a Myriam, entretejíamos la vida con el arte. En su caso, ese vivir atrapaba todo: sus piezas de bisutería, esmaltes, pinturas, medios mixtos, su escuela: emblema internacional, su trabajo como directora de una institución extraordinaria, un centro de aprendizaje y enseñanza donde muchos aprendimos a aprender, fijarnos los mismo en obras como en sus estudiantes. Mirar con Myriam era entrar en lo de enfrente con un ojo o dos o tres o cuatro, y de ahí en adelante, no se volvía a ver el enfrente de igual manera. Con ella descubrías el revés de las cosas.
CHELSEA, MANHATTAN
Chelsea era un barrio esencialmente obrero, y con una comunidad numerosa de puertorriqueños. Allí estaban sus fondas, la emblemática Taza de Oro; sus bodegas, panaderías, y alguno que otro cuchifrito. La Catorce era centro de españoles; y el Village entre Séptima y el Hudson, lleno de trattorias, mom and pop coffee shops y pizzerías de vecindario, no era el barrio burgués en que devino luego.
Chelsea no era una meca gay como tal, fuera de tres o cuatro bloques entre la calles Quince y la Veintidós donde residía un grupo de gays puertorriqueños recien llegados de la isla, y alguno que otro bohemio gay-friendly. Graduados de universidades en Puerto Rico, estudiantes de diseño, costura, arte, teatro, pedagogía, el yo libre como tema, caímos juntos por casualidad en el Chelsea pre-musculoca. Chelsea nos empató.
Los nombres están por ahí: en memorias, lápidas, casa de modas en París, asilo en San Juan, antologías, campuses, condominio en Hartford, galerías de arte, viudos, divorciados, barricadas, marquesinas y sillones. Algunos volaron a otros lares, tantos destruidos o transformados; muchos mucho exploraron, conocieron, levantaron estructuras, modelaron, bailaron, marcharon y jodieron.
LOISAIDA ES REBAUTIZADA “AND BECOMES THE EAST VILLAGE", MANHATTAN
Aprendiz de Cantinflas. Cumplía los cuarenta años, y ese espacio entre las décadas obliga a mirar lo que se espera de una etapa u otra. Mis amigos se estaban enfermando con una rapidez que no podía aceptar, no estaba listo para enterrarlos. Sentí en mis entrañas el dejar atrás los sesenta, haberlos vivido. La contra-cultura, los hippies y lo que conocí en aquel entonces ya eran parte de la historia documentada: la historia oficial.
Caminé hasta el Café Life. Quería ser pos-moderno. Alli en la Ocho y Tompkins Square, en el Café Life un cartel -propaganda de la última moda, en tonalidades de gris, blanco y negro, ambientado en una decoración típica de loft, minimalista e industrial- vendía, mostraba abrigos abiertos hasta el primer botón, correa sin abrochar, pantalones negros, camisa blanca extremadamente ancha, estrujada, vestido por un joven modelo, sumamente angustiado.
La propaganda me daba una forma. La sensación causada por el deseo de "estar en-todas", expresión de carácter “geshtalt” criollo, aprendida en las calles del pueblo que siempre mira hacia el sur, fue desarticulada por la crítica al status quo. Un grupo de jóvenes, aprendices a existencialistas, tomaban cerveza - “artists wannabes”-, y conversaban sobre cómo vender sus libros o guiones a las editoriales “underground” o cine independiente, criticando el status quo; beneficiándose del mismo.
Yo deseaba ser el todo y no las partes. El todo de estar en todas y yo nos oponíamos. Quise tener el todo de “estar en todas” y querer ese todo me convertía en una meta-experiencia, que se manifestada en una sensación de carácter trans-humano, ser todo a la vez: un aleph.
Quise ser pos-moderno. Era una versión de Cantinflas. Estar en todas. El todo de estar. No pude. El todo de estar en todas requería individuos, y yo quise ser en todas. Yo deseaba el todo y no las partes. Las partes formadas por jóvenes vestidos de negro, sus obras subastadas al mejor postor. El cartel de nuevo. Estilo y conversación no se juntan. Vidas paralelas. Calvin Klein era el Sartre del downtown niuyorkino. .Abandoné el Café Life..
VICIOS FREUDIANOS
Vicios, puros vicios son los que la terapeuta quiere que este servidor controle. Y su forma de ver el mundo, ¿quién lo controla? ¡Allá ella, si no quiere crecer!
El vacío pos-terapéutico me obliga a enmarcarme en una etapa. Hoy, supongo que debo partir de una postura económico-cronológica y concluir que tengo suficientes años para haberme madurado hacia la clase media o haberme hecho intelectual de modales europeizados y hablar “haute” criollo, aparecer en las páginas literarias, y en los cuadros que recuerdan el momento cuando aquél o el otro estuvieron en tal o cual conferencia y discutieron a Borges, sus marcos filosóficos, universales. Es que no puedo; prefiero leer a los que me hablan sobre asuntos cercanos a sus vidas, con historias, sin tratar de ser parte del mundo entero; claro, el mundo occidental es al que ellos se refieren.
Mi terapeuta es freudiana. Me llevó -no fue ella, fue su conversación- hasta el apartamento de mi compañera en los Heights de Manhattan, la significativa otra, la que dice ser feminista y activista (de academia), comprometida con las causas de los pobres puertorrqueños. Ella no lo es. No es puertorriqueña. Lo de ella es todo afectación literaria. La Simone de Beauvoir she is not. Desea documentar la cultura popular puertorriqueña en El Barrio y la posibilidad de usarla dentro de un proyecto de alfabetización freiriana. Tanto compromiso mata. Hay que conseguir "tenure".
Dijo ella, la significativa otra, que, como parte de ese enorme proyecto multi-académico, anda buscando textos antiguos que describan a los obreros que emigraron a las colonias. ¿A todas las colonias, desde Alaska hasta la Patagonia? Debe ser que quiere re-escribir las crónicas. Por poco sucumbo ante sus maquinaciones.
Después de salir de la oficina de mi terapeuta, recordar las conversaciôn con la literaro-freiriana, y decidir que seguiría explorando el mood de los boleros -que luego usaría para mi novela escrita en tempo y melodía de ese tan empalagoso y libidinoso género musical, me llegué hasta la Catorce, pasé por la Taza de Oro, abarrotada como siempre, ordené una mixta para llevar, y cuando llegué a mi apartamento fue que caí en cuenta y me dije que no, no, no, no, no y no. Me dije que no y que no. Me pregunté que por qué, y me restallé porque no.
"Es que acaso me creo que no tengo principios? ¿Es que acaso me creo que me vendo barato? No”: me pregunté y contesté, una vez en casa, sumamente dramático, caminado solo por la sala, después de ese signo corporizado haberme pedido que escribiésemos una novela rosada contextualizada en una lucha obrera. La llamé por teléfono y dije: "Nena, ¿tú estás loca?".
PARQUES EN EL LOISAIDA ANTES DE SER EL EAST VILLAGE
La noticia sobre el Parque Carmen Pabón no cuenta la historia completa de cómo los miembros de comunidades pobres en Nueva York tomaron lotes abandonados por sus dueños -estos últimos no querían pagar los impuestos- y los convirtieron en parques, pequeño oasis verdes en medios de la jungla de ladrillo y concreto. Tampoco cuenta cómo los parques fueron expropiados para construir en los mismos edificios de apartamentos caros, “blanquear" los barrios, y vender o alquilar a los ricos o nuevos ricos o “trendies” en busca de vivienda en las zonas nuevo chic de Manhattan. (Carmen Pabón Garden Opens on Avenue C, Ending 17-Year-Long Ordeal | The Lo-Down : News from the Lower East Side.)
Conocí a Carmen Pabón a través de otra Carmen, la que usaba dos apellidos: Pérez Díaz Rico (se casó dos veces, divorció, y no se quitó los apellidos de sus maridos anteriores). Era la época en la que parte de mi trabajo "extra curricular” incluía el “jangueo” en el Newyorican Poets’ Cafe, el Bar Bar de la Cuatro y Segunda y otros sitios de luchas internas y externas, ser miembro del grupo que publicaba el folletín El Atrevido, escritor publicado en “fanzines” (por ahí quedan copias), activismo y marchas por los derechos de los no-derechos, y bon vivant en los antros en el downtown hoy poblado por la pre-chicquería sin rumbo. Cuando doña Carmen rescató/abrió ese "parque", unos de los artistas, John Weber, que trabajó con ella, usó algunos versos míos como parte de un mural que él creó en una de las paredes. No he vuelto desde los ochentas, y ahora lo acaban de restaurar. El parque perdió casi todo su terreno porque el alcalde millonario y el otro alcalde facistoide lo expropiaron y vendiieron a depredadores para que construyeran condominios. No sé si rescataron los murales, pero John Weber, muralista y ex profesor de arte en Chicago tiene fotos. "Those were the days, my friends" cantaba alguien.
JULIUS Y EL BAR DE LAS LLORONAS
No vuelvo. Les juro que no vuelvo. A ver hombres cincuentones, sesentones y sus jóvenes lapas llorando mientras oyen y corean canciones de Judy Garland no pienso (valga la redundancia) ni pensarlo. Es que no es de creer, que a estas alturas y tiempos emancipadores estén “esmelenaos”, llorando descosoladamente. todos los domingos por la tarde, ensimismados en sus estados melancólicos, en uno de esos emblemáticos bares del Village; y no me refiero a Julius, el bar gay más antiguo de todo el Village - si no es el más antiguo, es el que atrae a los más antiguos parroquianos, ¡y la de gays de la cuarta edad que se ven por allí todas las tardes! Me refiero a los “piano bars” donde el pianista toca y el coro de locas lloronas canta las canciones de épocas pasadas. Y mientras cantan, lloran. Ese tipo de ejercicio lúdico-terapéutico, si se repite, se automatiza. Por ahora, no vuelvo.
Lo entiendo. Conozco las raíces de esos momentos histriónicos: se juntan tres o cuatro pre-Stone Wall gays, oyen música de “su época”, se toman unas copas y a llorar como magdalenas, por razones que van desde los lindos recuerdos hasta la opresión y genocidio. Razones que se mezclan, y con el llanto se subsanan’ resuelven y desplazan a ese espacio donde la historia es menos fuerte que el deseo de vivir plenamente. Nadie podrá entender lo que tuvieron que soportar los de esa época: la burla, el desprecio, el comentario acusatorio, el chiste de mal gusto, la mirada cargada de sarcasmo, las palizas, la persecución y asesinato en países donde el nazismo, fascismo, militarismo, dogmatismo religioso regían sin atenerse a las consecuencias. Que si en Alemania hitleriana los castraban, asesinaban, marcaban con estrellas amarillas, en los EEUU macartianos la Hoover los internaba en hospitales de psiquiatría, tratados con cargas eléctricas; y a saber que hicieron los militares en Argentina, Chile, Uruguay, etc. etc. etc.
Lo he vivido: Cada canción (en mi caso particular son los boleros “ ortavenas") puede revivir un momento y reactivar las lacrimógenas. Destapan esos dos elementos que conforman la substancia vital que dentro de la nostalgia se encuentra: amor y tristeza conviven juntas en ese espacio que una canción logra sacar a flote. Y esa mezcla de tristeza y amor nos humaniza. Allí en esos bares o en una reunión de amigos, cantamos en conjunto, nos hacemos parte del gran todo vital. Sabes que puedes amar, lo sientes; sabes que te han perseguido, lo reconoces; cantas y lloras para desahogar esa intensidad que el amor y odio generan en aquellos que les tocó vivir vidas cargadas de fuertes y múltiples “significantes y significados” simbióticos: amor y persecución juntitos. Pero ir a un piano bar a descargar ese histrionismo todos los domingos por la tarde, después de haberse comido una hamburguesa en Julius es un poco excesivo.
Lo disfruto: En un bar de travestis en el Villaaage, un parroquiano, de seguro que era parte de algún “bridge and tunnel crowd” que turisteaba por la ciudad, se burlaba de una de las que allí su show presentaba. El “performer”, bastante cansado con la roba-show, paró su presentación y dijo, “don’t fuck with mama, mama has a college degree”; siguió cantando, el público reía y le aplaudía. Aquella muy sutil y nada agresiva respuesta no hubiese sido necesaria en los piano bars donde se va a cantar y llorar en conjunto; nadie trata de robar el show. Las experiencias pre-Stone Wall conjugan al grupo y les da un sentido de historia que los que se benefician de la liberación sólo conocen de oído. Los de “esa época” disfrutan su catarsis, su historia.
Vuelvo, claro que vuelvo. A saber si por ahí vienen mis amigos del “bridge and tunnel crowd” a turistear por el Village, y les doy un paseíto por Julius, que allí nadie llora, comen hamburguesas, para luego, después de una copas, “esmelenarnos” en un piano bar.
VOX POPULI NIUYORKINA EN MEDIO DE UN RAPEO DE BARRIO
Cójanlo suave, entiendan y acepten que aquí es donde usted janguea, se gana el billete, conoce a su jevo o jeva, y si cuando van para atrás no caben o se adaptan allí de donde vino, no se friqueen, no tienen que volver, aunque a la academia les dé un soponcio y a los nacionalistas de salón les revuelva la pureza de su etnia o su lengua. Que si los integristas religiosos joden mucho, tanto o más joden los abanderados entrega’os.
Es ese trajín multi-multi en el Nueva York de todos nosotros el que nos conjuga y pone a pensar, ver el mundo de otra manera, construir una vida o muchas al revés de la anterior, con su dureza, cantada por Frank Sinatra: "If I can make it there, I"ll make it anywhere”. O si no, nos calcamos, o comenzamos un patrón original, dentro de su pluralidad conceptual, sus múltiples signos y formas de organizarlos, logrando que el que aquí vive, vive distinto, pero vive, si se lo permite, sanamente.
Claro, valga la aclaración, que lo saludable en Nueva York no se mide igual como en otros sitios, no solo en cuanto a asuntos de cuerpos, de lo biológico, incluye también su lengua. Si vive en Nueva York, sáquela, pero para bien afuera, examínela, que va a notar que es distinta, y luego hable cómo le dé la real gana.
MUROS Y REFRANES
El muro mental es el único que puede separar a la gente. El de concreto -y otros tipos de muros- satisface a los decoradores, políticos, a los que venden ilusiones y a los que las necesitan: los que creen en estar separados por naciones, etnias, razas, clases, y usan el concreto o el color o la bandera o el pelo o las narices o si eres de un cerro o de un llano o el dinero para satisfacer sus ilusiones.
"El que vive de ilusiones...." nos bien señala el dicho popular, recogido por primera vez en un refranero editado en el SXVII, y citado en el Ms. Magliabechiano, VII,753, Florencia, SigloXVII. Así que, si el muro trata de separar, por otro lado, en el siglo que sea o en el terreno donde se diga, el refrán une a la gente. Ignacio Arellano, en el blog "El Jardín de los Clásicos", indica que "... la gente del Siglo de Oro considera a los refranes como 'evangelios pequeños'....».*
Es que lo absurdo de los muros -sean entre los más o menos obscuros del norte y el sur, o entre los pobres y ricos- no deja más remedio que mirarlos desde la perspectiva de un buen refrán. Lo que luego se hace con el muro es otra cosa, en otro siglo.
*http://jardindelosclasicos.blogspot.com/2010/12/refranes-y-proverbios-en-el-siglo-de.html
GUETOS
Me elevo (no es en una ascensor o en un avión, sufro de vértigo, agorafobia y claustrofobia) con Terence Stamp en pantallas, muchas, más de una.
Me eleva mi ego, mi sentido del yo más bello, más puro, más fino, totalmente depurado de valores y expectativas mundanas, decontextualizado por completo.
Me elevo por las calles sin aceras de Manhattan, sobre sus charcos de aguas estancadas y los sinhogares (así le llama la historia oficial de este país a los pobres, deshuciadosy marginados que no tienen ni en que caerse muertos).
Floto sobre los abandonados por los otros, los buenos y caritativos, los que le “cogen pena” (la pena mata, me decía mi querida hermana) y se elevan sobre los pobres, los negros, los putos y patos).
Levito cual Terence Stamp en Teorema sobre hombres y mujeres, santos y demonios, amos y criados, poetas y pintores, editores y correctores, gatos y perros, mierda en la calle y gargajos en la sopas de los pobres que hacen fila para comer una vez al día en el hogar del Tío Sam.
Rozo, levemente rozo a los de abajo.
GUETOS
Frau Gisela Graf nos contó -Gūnter Heins la estaba entrevistando para un programa de radio en Alemania- que ella, como mujer rubia y con ojos azules pudo viajar de incógnito en un tren desde la Alemania nazi hasta Francia, y de ahí pudo salir en barco hacia los EEUU. Si le hubiesen pedido documentos de identidad, por ser judía, terminaba en un crematorio. Ella no era religiosa, y después de su familia haber vivido por tantas generaciones en Alemania era culturalmente alemana. Nunca pensó, al igual que millones de judíos alemanes asimilados, que los otros, los "arios" no la veían de la misma manera; nada distinto a los muchos que hoy piensan, o no creen, que los Hitler, Trump, Castro, el Che, dictadores de derecha e izquierda y otras versiones de la misma especie, puedan cambiar el curso de las vidas de tantos seres comunes y corrientes, para terminar siendo asesinados, desterrados, al revés de lo que antes vivieron. En los EEUU conoció al escritor y folclorista Oskar María Graf, quien tuvo que exilarse en los porque cuando Hitler quiso usarlo como emblema, se negó y denunció públicamente a los nazis. Ambos vivían en un pequeño apartamento en Hamilton Heights, West Harlem. Cuando Gûnter la entrevistó, Oskar María Graf había muerto y ella, entrada en muchos años, vivía de los recuerdos.
LA RELATIVIDAD DE LO PODEROSO
Hace muchos años atrás, a un joven mexicano, heterosexual, burgués, rubio y de ojos azules le fue negada la admisión en un programa de estudios graduados en psicología en una universidad neoyorkina porque "y que hablaba inglés con un marcado acento hispánico". En PR o en México este joven hubiese tenido el privilegio que le otorga su color, clase social, educación formal. En los EEUU el privilegio o poder lo guían otros criterios. No se quedó callado. Apeló. Ganó. Su conocimiento sobre sus derechos, seguridad en sí mismo lo ayudaron a exigir una revisión de su caso.
En un bar/cafetín de Santurce, los sirve-tragos dominicanos se burlaban entre ellos -sonrisitas, movida de la muñeca para imitar la "mano partida", señalamiento con los labios- de un hombre gay bien vestido y respetuoso, que allî tomaba unas cervezas. El muy astuto hombre estaba al tanto de lo que estaba pasando, se reía consigo mismo, les daba buena propina y antes de irse les dijo: "Tengan cuidado, que ustedes no saben si yo trabajo para inmigración y les formo tremendo revolú con su jefe". Los sirve-tragos cambiaron de felices heterosexuales a empleados extranjeros mal pagados y asustados.
GAYS PUERTORRIQUEÑOS QUE SE AHOGAN EN SU PROPIA VOZ
No se puede negar que los hombres gays pueden ser extremadamente correctos en sus modales y trato. Utopías ambulantes. Elegantes, corteses e impecables. Pulcros y magisteriales en el manejo del detalle. Meticulosos a la última potencia. Y ese manejo del detalle es el que los lleva a esa preocupación por lograr la perfección en la pronunciación de los fonemas. Para algunos de ellos, decir es menos importante que lo dicho. La forma impera sobre el contenido. Lograr esa perfección implica cuidar cada sonido; parecen estar llenos de miedo, de que al hablar se noten las imperfecciones.
Debe ser el clima tropical o la economía neo-liberal “sálvese el que pueda” o los vestigios de la primera colonia, quizás los islamistas o sus iguales de este lado (los talibangélicos americanos) quienes están obligando a tanto hombre gay puertorriqueño a hablar como si estuviesen perdiendo la voz. Al borde de una epidemia, casi ni se les entiende cuando hablan. Las palabras no le salen de bien adentro. Le salen del diafragma que separa la cavidad torácica de la abdominal. Sus palabras no suenan fluidas, sólidas, con peso. Emitido cual lleno de aire, un “hola” no es dicho de corrido; es enunciado en dos partes y cada una sale lentamente, aspirada cada silaba, casi atorada en el tórax, al borde de una pequeña explosión.
Finos, muy finos, le llamaban en los barrios proletarios de los pueblos en la isla de los encantos. Un saludo, "encantado", es lo dicho por uno de ellos, un gay más planchado que un sapo de carretera, y tan perfumado como un jardín de azucenas. Un "encantado" que no sabe o se oye igual al tosco “mucho gusto” que se oían por aquellos barrios, sube y baja, adquiere la musicalidad, el fraseo de una bossa nova cantada por la Simone o un bolero por la Elvira Ríos.
Un fraseo y silabeo igualitos a las pausas de la Ríos; un ritmo marcado por los silencios entre palabras y fonemas que duraban mucho pero mucho tiempo. En su clásico Noche de Ronda, Elvira Ríos se tardaba horas entre "noche" y el "de ronda"; pasaban largas horas, silencios entre "de" y "ron" y "da". La Elvira recuerda a esos hombres gays que se ahogan en su propia voz.
Octavio Paz en su libro Laberinto de la Soledad sostiene que las mujeres pobres de México -con sus voces agudas, casi reprimidas- tienen un metal de voz distinto al de las mujeres educadas. Algo parecido ocurre en PR, y a ese metal de voz agudo le llaman voz de pasteleras, en alusión a las señoras que vendían pasteles por las calles. En oposición a esas voces agudas se encuentran las voces roncas de muchas actrices mexicanas, y en PR, las excesivamente nasales de las burguesas, nuevo-ricas puertorriqueñas.
Para los terapeutas del habla, la pronunciación puede ser el resultado de un problema patológico. Para Paz, el metal de voz es un asunto de procedencia de clase social. Para estos gays, tan cultos y finos, la enunciación pausada, el aislar y darle carácter muy particular a cada fonema sirven para proyectar y definir una estética o un tipo de sensibilidad, o un miedo primigenio. La elegancia suprema los eleva más allá de lo pedestre; de los distintos tipos de colonización con los cuales tiene que hablar, los obliga a ahogarse en su propia voz.
LOS TRAVESTIS TRAVISTEN EL MUNDO ENTERO
Cuando los artistas del travestismo en NY, durante los setentas y ochentas, empezaron a usar nombres muy propios y descolonizadores: Miss Mira Mira, Gracie Mansion, Alice Tully Hall, Coco Peru, Rue Paul, Pam Ann, reemplazaron el uso de mujeres fabulosas o divas como iconos, referentes para sus espectáculos, y crearon sus propias formas de representación sin tener que convertirse en patéticas copias de la mujer tradicional, acartonada, elegante y ridícula o en un modelo idealizado en Madison Avenue.
Una vez más, al igual que lo que hicieron en el Stone Wall, las “dragas” guían, sin proponérselo, el verdadero proceso de liberación gay; subvierte en gran medida el lenguaje, sentir y perspectiva de lo que significa ser un homosexual.
En oposición a esta corriente, otros homosexuales buscan el integrarse, convertirse en parte de unas estructuras que de por sí solo le sirven a los que tienen poder económico o intelectual, sin primero conocer quiénes son y qué papel juegan dentro de unos modelos que no han sido muy “liberadores”.
QUEBEC Y LOS COMPADRES QUE NO CUADRAN
“I live in a colonial city” no fue dicho ni con la vergüenza, ni con el sarcasmo del colonizado. Fue dicho con aplomo, obvio orgullo. Sus inquietas manos y brazos, gestos, movimientos de los ojos, subida del metal de voz, y respiración profunda acompañaron su bien fundamentado discurso sobre las ciudades coloniales de las Américas, y la firme aseveración en respuesta al (“small talk”) comentario, “you seem to like colonial cities”, que sirvió de pausa entre su extensa cátedra sobre las ciudades coloniales y la anteriormente citada respuesta.
“Quebec is a colonial city” reafirmó el muy dramático monsieur, con su pelo revuelto, una sonrisa algo burlona, bastante entrado en años, y muy consciente de su pedigrí cultural, en un café del pintoresco barrio de Saint Jean Baptiste. Situado al otro lado de las murallas, el barrio es lo mas bohemio que se puede encontrar en la bastante conservadora y nacionalista ciudad (Si Montreal recuerda la vida cosmopolita, Quebec evoca un pasado colonial que no deja de estar presente). El barrio St Jean Baptiste sirve de puerta al mundo más allá de las lindas casas coloniales en el Vieux Quebec.
“What brought you to the city of Quebec?” fue la pregunta que guiaba el verdadero interés del monsieur. Disfrazada de discurso intelectual, su nada sutil curiosidad era averiguar quiénes eran estos tan dispares personajes, que hablaban inglés como segunda lengua (uno francófono y el otro más difícil de categorizar). No era que el monsieur no estuviese interesado en las ciudades coloniales, desde Cartagena de Indias hasta San Juan de Puerto Rico; era que estaba muy interesado en saber qué hacia un hombre pardo, extranjero, bastante mayorcito en compañía de un tatuado, pelirrojo joven quebequés.
“And how did you guys meet?” no consiguió la respuesta deseada. Un relato tan largo y complicado es muy difícil de explicar en un ratito. Se le aclaró que el viejo y el joven eran compadres, y para eliminar cualquier posibilidad de duda - que los personajes no eran lobos o ingenuas caperucitas -, se mostraron fotos de la familia boricua-quebequés.
La verdad adquirió carácter de fábula ante los incrédulos ojos del colonialista (nada de colonizador ni colonizado). Ni las fotos de los ahijados y compadres parecían convencer al monsieur, que entre el joven y el viejo solo había una gran amistad y compadrazgo; que no eran zorros personificando gentes, ni tampoco eran malvadas viejas locas brujas en busca de comerse vivos a inocentes niños.
El monsieur, al igual que otros, entendía muy bien las historias de las colonias en las Américas, las relaciones económicas, culturales entre los países, sus coordenadas históricas, y políticas, pero se le hacía difícil entender cómo dos personas tan dispares podían ser compadres y mucho menos amigos. No lo decía, pero sus gestos lo delataban.
La incredulidad del monsieur no era nada distinta a muchos otros, amigos y parientes, que tampoco pueden entender una amistad entre un viejo y un joven. Si no caben dentro de los esquemas interpretativos que usan para explicar un dado fenómeno, no puede ser cierto.
“A country is an abstraction” fue la seca y tajante contestación a la pregunta, “And what is your position with regards to the relationship betwenn Quebec and Canadá?”. Nada de polémicas sobre hegemonía cultural o poderío imperial entre un país y otro. Su postura era completamente pragmática, en función de las relaciones económicas entre ambas partes y la necesidad de mantener un continuo diálogo entre anglo Canadá y su contraparte francófono
“We’ve got to go, meeting the kids and their mother, but let’s hope we see each other again,”
Otra vez los ojos del monsieur reflejaron duda, desconcierto, cuando se le dijo que, aunque los nenes no hablaban inglés o español, y el padrino no hablaba francés, se llevaban y entendían de las mil maravillas.
“We’ll do."
Lo que no es una abstracción son las relaciones entre la gente, entre compadres y comadres, ahijados y padrinos, amantes y vecinos, viejos y jóvenes, las substancias que empatan a los humanos. Del monsieur haberse enterado cómo el pardo y el pelirrojo se conocieron, a saber cuál hubiese sido su cátedra; otro cuento.
La despedida completó un ciclo, selló un microcosmos, un efímero momento cargado de ideas, prejuicios, dudas y posibilidades en un café en el otro San Juan Bautista, no el del Caribe, el de Quebec. Juntos, todos juntos.
“Quebec is a colonial city” reafirmó el muy dramático monsieur, con su pelo revuelto, una sonrisa algo burlona, bastante entrado en años, y muy consciente de su pedigrí cultural, en un café del pintoresco barrio de Saint Jean Baptiste. Situado al otro lado de las murallas, el barrio es lo mas bohemio que se puede encontrar en la bastante conservadora y nacionalista ciudad (Si Montreal recuerda la vida cosmopolita, Quebec evoca un pasado colonial que no deja de estar presente). El barrio St Jean Baptiste sirve de puerta al mundo más allá de las lindas casas coloniales en el Vieux Quebec.
“What brought you to the city of Quebec?” fue la pregunta que guiaba el verdadero interés del monsieur. Disfrazada de discurso intelectual, su nada sutil curiosidad era averiguar quiénes eran estos tan dispares personajes, que hablaban inglés como segunda lengua (uno francófono y el otro más difícil de categorizar). No era que el monsieur no estuviese interesado en las ciudades coloniales, desde Cartagena de Indias hasta San Juan de Puerto Rico; era que estaba muy interesado en saber qué hacia un hombre pardo, extranjero, bastante mayorcito en compañía de un tatuado, pelirrojo joven quebequés.
“And how did you guys meet?” no consiguió la respuesta deseada. Un relato tan largo y complicado es muy difícil de explicar en un ratito. Se le aclaró que el viejo y el joven eran compadres, y para eliminar cualquier posibilidad de duda - que los personajes no eran lobos o ingenuas caperucitas -, se mostraron fotos de la familia boricua-quebequés.
La verdad adquirió carácter de fábula ante los incrédulos ojos del colonialista (nada de colonizador ni colonizado). Ni las fotos de los ahijados y compadres parecían convencer al monsieur, que entre el joven y el viejo solo había una gran amistad y compadrazgo; que no eran zorros personificando gentes, ni tampoco eran malvadas viejas locas brujas en busca de comerse vivos a inocentes niños.
El monsieur, al igual que otros, entendía muy bien las historias de las colonias en las Américas, las relaciones económicas, culturales entre los países, sus coordenadas históricas, y políticas, pero se le hacía difícil entender cómo dos personas tan dispares podían ser compadres y mucho menos amigos. No lo decía, pero sus gestos lo delataban.
La incredulidad del monsieur no era nada distinta a muchos otros, amigos y parientes, que tampoco pueden entender una amistad entre un viejo y un joven. Si no caben dentro de los esquemas interpretativos que usan para explicar un dado fenómeno, no puede ser cierto.
“A country is an abstraction” fue la seca y tajante contestación a la pregunta, “And what is your position with regards to the relationship betwenn Quebec and Canadá?”. Nada de polémicas sobre hegemonía cultural o poderío imperial entre un país y otro. Su postura era completamente pragmática, en función de las relaciones económicas entre ambas partes y la necesidad de mantener un continuo diálogo entre anglo Canadá y su contraparte francófono
“We’ve got to go, meeting the kids and their mother, but let’s hope we see each other again,”
Otra vez los ojos del monsieur reflejaron duda, desconcierto, cuando se le dijo que, aunque los nenes no hablaban inglés o español, y el padrino no hablaba francés, se llevaban y entendían de las mil maravillas.
“We’ll do."
Lo que no es una abstracción son las relaciones entre la gente, entre compadres y comadres, ahijados y padrinos, amantes y vecinos, viejos y jóvenes, las substancias que empatan a los humanos. Del monsieur haberse enterado cómo el pardo y el pelirrojo se conocieron, a saber cuál hubiese sido su cátedra; otro cuento.
La despedida completó un ciclo, selló un microcosmos, un efímero momento cargado de ideas, prejuicios, dudas y posibilidades en un café en el otro San Juan Bautista, no el del Caribe, el de Quebec. Juntos, todos juntos.
VI. ACADEMIAS
CHUPAN CHINAS EN PUERTO RICO
¿Se chupan ellas unas a otras o son chupadas por otros/otras? son preguntas que pueden ser contestadas, dependiendo del tipo de china, ya que están las chinas chinas, las chinas poblanas, y las achinadas no chinas que no son lo mismo que las frutas chinas, ni las chinas que son frutas: chinas mandarinas, chinas nebos, chinas valencianas y chinas de jugo criollas, las de cáscara verde y no amarillas o anaranjadas como la gran mayoría de las otras chinas, y con un dulce, distinto a las agrias, que nada tiene que ver con las que saben a salsa de soja, y mucho menos con la que un chino le dio chino a otro chino mientras se chupaba una china valenciana. Es obvio que quién se chupaba la china no es el mismo que se chupaba a la china: el chino que le dio chino al chino ¿o fue a una china?
La profesora de español estandarizado, galardonada con cintas y medallas, premio nacional de no se sabe por qué, corregía todo menos los recovecos de las chinas porque para ella solo había un tipo de china y ni la conocía como china, y por ende corregía, mas no investigaba las razones que subyacían al estudiante medio chino achinado criollo a escribir sobre las chinas. El achinado medio chino escribía sobre el rococó de las chinas; y la profesora nada china, al tener que escribir largos ensayos sobre el barroco guatemalteco, tejer a lo china poblana, que son otras chinas que nos son chinas chinas, con sesenta estudiantes todas las semanas, no podía ponerse a averiguar sobre los motivos afectivos y los esquemas psico-históricos-culturales que llevaban a su estudiante achinado medio chino a escribir sobre las chinas; las que dicho estudiante achinado tanto amaba, pues eran parte de su trasfondo chino. Al menos, la galardonada profesora se tomaba el tiempo, el poco que tenía, para poner circulitos rojos, no anaranjados, sobre cada uso de la china.
Que ni el médico chino puede resolver este problema didáctico. Con sesenta estudiantes a la semana, tres artículos por semestre que escribir, asistir a congresos y estar lista para recibir medallas, a quién le da tiempo para averiguar sobre las historias de los chinos no chinos en Puerto Rico y los múltiples usos de la china; mucho menos investigar por qué un estudiante medio chino achinado piensa cómo piensa y escribe sobre las chinas.
En cuanto al estudiante medio chino achinado, pues, le tocó, por su cuenta, averiguar si entendía las reglas, las excepciones a las reglas e investigar su propia forma de pensar a lo Ferreiro, Teberosky, Contreras, Freire, Irigoyen, Torres, Iglesias y un montón más de eruditos, y el por qué escribía cómo escribía sobre los distintos tipos de chinas, las que se chupan unas a otras, las que él chupa y las que no chupan.
(El físico Philip Morrison dictó una conferencia en el antiguo CCNY Workshop Center sobre los símbolos y el aprendizaje, y una de las ideas discutidas sostenía que el énfasis en la letra separaba a los estudiantes de la “experiencia” misma. El ensayo fue publicado, no lo encuentro. Eso fue antes de que me prohibieran seguir usando el Workshop Center por haberle dado más importancia a las experiencias que a seguir modelitos didácticos que trajeran fama; y, también, por yo estar fuera del clóset hetero-normativo-. Como no sé donde están los archivos de Lillian Weber, y mi muy herido ego –con mi perenne lamento borincano- no me deja ni preguntar, pues ya ustedes ven (leen), no puedo incluir la cita. Fue esa cita y los trabajaos de los que investigan los procesos del aprendizaje de la lecto-escritura los que me llevaron a escribir el texto anterior, una caja china)
EL PROCESO DE KAFKA EN BUSCA DE UN POST-GRADO
Estudio tras estudio de su estructura, sus recursos estilísticos, uso del lenguaje, autores que lo copian, académicos en busca de significados y significantes, profesores enciclópedicos lograron que pudiese entender que todas esa discusiones y formas de abordar el relato por Kafka solo servían para mantener ocupados a un montón de lectores que parecían no darse cuenta que el único modelo que Kafka produjo en su clásico fue el de la incertidumbre: un estado de ánimo independiente de las circunstancias, desligado de cualquier relación causal con el ambiente, la historia, los textos. Después de unas cuantas semanas abrumado por tanto leer sobre procesos y Kafka, decidí abandonar la clase de literatura comparada. Cuando le dije a la profesora argentina que yo creía que ella no había aprendido a leer, encogió sus cachetes, molesta, firmó la hoja de los "drop-outs".
ENTRE ETAPAS Y ESCUELAS; BRUSELAS-NUEVA YORK 1971
Verano: El frío en Bruselas me llegaba hasta los huesos. Antes de volver a la universidad, esperaba pasar un verano de grand tour europeo, a lo chica ingenua americana protagonizada por Audrey Hepburn, y no aquel otoño en junio: gris, completamente gris.
Los edificios del barrio donde estaba el hotel sin estrellas -un crucigrama de concreto- estaban reflejados en el antiguo e inmenso espejo del cuarto, contorneaban la imagen de mi cara y la de la telaraña en la esquina de la habitación: foto de feria, una obra surrealista abandonada a la suerte.
Dejé los cafés de Amsterdam para ir a ver piezas de noveau trasnochado. Salgo a pasear por la gran plaza, la que con la caída de la noche cobraba su función primordial: divertir a los miles de turistas. Todos se movían al unísono, acompañaban el juego de luces que alumbraban los detalles de sus edificios. Entre los miles de espectadores se encontraban algunos que giraban sus miradas, de las paredes alumbradas por los juegos de luces a otros espectadores, sus iguales, y otros, y otros, y otros; reciprocaban, se reconocían, tasaban.
Una vez en la plaza, mi cabeza empezó a dar vueltas, a reconocerme en alguien, enfoco en él, en otro, no, otro, vueltas, miradas, cambio la vista a las luces, el otro, del norte de la plaza al sur de la plaza, al oeste de la plaza, al este de la plaza: un ballet en cuatro por cuatro, al cuadrado.
Otoño: Semestre académico en Columbia, Nueva York. Durante la rebuscada conferencia dictada por un profesor de laso en vez de corbata y chaqueta de lana con parches de cuero en las mangas, no distingo sus palabras. Sentado en un pupitre doy vueltas por esta plaza, otras plazas, paseos, palabras, gestos, flirteos, todos, todas las plazas se juntan.
MAESTROS EN CITY COLLEGE, CUNY
Comencé de maestro normalista, acabadito de cumplir los 18 años, y mi vida por dentro era una tormenta y, muchas veces, por fuera, un infierno. Entre mi primer grupo de estudiantes de tercer grado tenía a un nene que era flaquitito, muy amanerado, con los gestos y modos que recuerdan más a las nenas que a los nenes. Era, si no el mejor de la clase, uno de los mejores. Yo le tenía un cariño especial porque algo en él -sin estar consciente en aquel entonces- me recordaba a mí.
Durante el recreo no se juntaba con los otros pupilos a jugar, y se sentaba al lado mío en los escalones desde donde yo supervisaba el grupo. En algún momento, le pregunté: "¿No quieres jugar?". Nunca olvidaré su cara de simpatía, su vocecita más aguda que lo esperado, cuando me contestó: "No". Estoy casi seguro que en alguna ocasión, me uní a los estudiantes en sus saltos y correrías por el patio, y me lo llevé para que saltara y brincara sin miedo.
Años mas tarde, durante mi trabajo como profesor en la Escuela de Educación de CCNY tuve que "tragar gordo", para no tener que "mandar para el carajo" a unos cuantos estudiantes de maestría, que sin ningún tipo de vergūenza se burlaban de los estudiantes que no respondían a sus ideas sobre la heterosexualidad. Incluso, también hubiese deseado hacerlo con unos cuantos colegas profesores. Puede que mis estudiantes y colegas, como muchos a los que les gusta provocar violencia, estuviesen tratando de obtener una reacción de mi parte o de enfurecerme; puesto que los homofóbicos no solo detestan a los gays/transgéneros/lesbianas, disfrutan el perseguirlos y humillarlos. No dudo que la alta incidencia de suicidios, alcoholismo, adicciones y, según un reciente estudio, hasta un tipo de cáncer está vinculado al terror que viven/vivimos los que temem que algún momento ser atacados. En algunos sitios hasta nos/los asesinan.
RIGUROSA MAESTRA DE ESPAÑOL NO ESTUDIÓ CON FRANK GEHRY
La maestra, cuyo sentido de la estética había sido informado por sus lecturas de Vanidades y otras revistas de peluquería, quiso decorar mi apartamento. Este es principio y final de ese cuento. No la volví a invitar
Si Frank Gehry se llega a enterar me mata, me deja de hablar. Por suerte, ni la joven lo conocía ni él la hubiese querido conocer; tampoco sabía quién carajo era yo.
Cuando Ariel y yo fuimos a visitar el Museo de Arte de Montreal, y subimos las alucinógenas escaleras diseñadas por el muy transgresor arquitecto, no por su colorido o carácter rebuscado -son minimalistas, a causa de su engañosa ausencia de escalones-, él no estaba. Frank Gehry había ido a Panamá a terminar otro museo.
Bajamos las escaleras sin ver a Frank Gehry. Tampoco notamos los escalones o soñamos con decoración a lo clase media media medio baja de Vanidades que dan clases de español.
Si Frank Gehry se llega a enterar me mata, me deja de hablar. Por suerte, ni la joven lo conocía ni él la hubiese querido conocer; tampoco sabía quién carajo era yo.
Cuando Ariel y yo fuimos a visitar el Museo de Arte de Montreal, y subimos las alucinógenas escaleras diseñadas por el muy transgresor arquitecto, no por su colorido o carácter rebuscado -son minimalistas, a causa de su engañosa ausencia de escalones-, él no estaba. Frank Gehry había ido a Panamá a terminar otro museo.
Bajamos las escaleras sin ver a Frank Gehry. Tampoco notamos los escalones o soñamos con decoración a lo clase media media medio baja de Vanidades que dan clases de español.
VII. ROMANCES
MÉNAGE À TROIS
El lugar: Amsterdam, Holanda
La Discoteca: DOK
Él: Alto, rubio, flaco, pelo largo despeinado, jacket de cuero con parches, ojos enormes y seductores, voz gruesa, inglés impecable, atrevido e insistente, se llamaba Gerry de Graf, vivía con una mujer y un hijo en Banka Strasse, barrio proletario: "Do you want to dance?"
La música: Shaft, Isaac Hayes.
Temporada: Verano-Otoño 1972. Unos cuantos meses antes de tener que abandonar la vida sin rumbo, de día a día, una noche conmigo en mi cuarto y otra con ella, en otro cuarto, hasta que hubo que regresar a la vida pequeño burguesa de títulos y empleos seguros, tarjetas de crédito, cuentas de banco, salario estable y felicitaciones -"¡Qué bien estás, te ves! ¡Qué acogedor es el apartamento en el Village!”-, dando comiditas organizadas, marcadas por los buenos modales de mesa, y la visita semanal a la terapeuta para poder manejar tan linda vida estructurada desde afuera y absorbida por cada neurona, célula, poro, palabras acertadas.
Memoria: Fotos, disco de vinilo, cuatro décadas y pico más tarde, un regalo, recuerdos que le dan coherencia a la vida y sus cubos, sus asimetrías, provocados por una búsqueda de música funk en Youtube que llegó donde Shaft.
Él: Alto, rubio, flaco, pelo largo despeinado, jacket de cuero con parches, ojos enormes y seductores, voz gruesa, inglés impecable, atrevido e insistente, se llamaba Gerry de Graf, vivía con una mujer y un hijo en Banka Strasse, barrio proletario: "Do you want to dance?"
La música: Shaft, Isaac Hayes.
Temporada: Verano-Otoño 1972. Unos cuantos meses antes de tener que abandonar la vida sin rumbo, de día a día, una noche conmigo en mi cuarto y otra con ella, en otro cuarto, hasta que hubo que regresar a la vida pequeño burguesa de títulos y empleos seguros, tarjetas de crédito, cuentas de banco, salario estable y felicitaciones -"¡Qué bien estás, te ves! ¡Qué acogedor es el apartamento en el Village!”-, dando comiditas organizadas, marcadas por los buenos modales de mesa, y la visita semanal a la terapeuta para poder manejar tan linda vida estructurada desde afuera y absorbida por cada neurona, célula, poro, palabras acertadas.
Memoria: Fotos, disco de vinilo, cuatro décadas y pico más tarde, un regalo, recuerdos que le dan coherencia a la vida y sus cubos, sus asimetrías, provocados por una búsqueda de música funk en Youtube que llegó donde Shaft.
BANALIDADES: FLAMENCOS EN FLAMINGO 1973
Entramos al apartamento en Gramercy Park quince minutes después de la hora indicada en la invitación. Un coctel a base de parchas, un “sweet and sour” artesanal, con la fruta agridulce, hielo triturado, y un muy selecto ron, fue el cóctel de bienvenida.
"Es que lo trajimos -aunque fue una persona quien trajo el ron, el anfitrión no había perdido la costumbre puertorra de usar el plural al hablar sobre sí mismo en tercera persona- de PR y lo guardamos para una ocasión especial".
La “ocasión especial” era Ariel, mi amigo entrañable, a quien el anfitrión quería conquistar. Nos invitó a Jean y a mí, porque de no hacerlo, le hubiese quedado muy “desclasé” no invitar a Jean, su joven compañero de trabajo en la editorial, y a mí, el mejor amigo de aquél a quien él deseaba con ansias locas.
Cuando nos conoció en la casa de Jean, insistió tenazmente en que teníamos que ir a cenar a su casa. Y nosotros, dos jóvenes en busca de su Ítaka, explorando la ciudad de los rascacielos, no decíamos que no tan fácilmente: queríamos absorber toda y cada una de las experiencias que la ciudad nos ofrecía, y aquel señor puertorriqueño, tan elegante y tan cuidadoso en sus modales, era alguien a quien íbamos a conocer.
Su elegancia criolla; su acento difícil de identificar. algo así como lo que Cortázar llamó español de ningún sitio, entonación con muy pocas marcadas subidas y bajadas, metal de voz algo nasal, y una pronunciación impecable, unas “ lles" que ya no se oían y unas eses que desparecían sin uno darse cuenta. El inmenso apartamento, en uno de los barrios más exclusivos de la ciudad, rodeado de santos de palo, un sofá de medallón, pinturas de los maestros latinoamericanos, salón de comedor separado de la sala por puertas corredizas, chineros con porcelanas y porcelanas, lo colocaba en las esferas sociales fuera de la de los “guetos boricuas”, o los nuevos clase media en las islas: nada que ver con los suburbanos riqueños en Long Island, New Jersey o Westchester.
Santos, porcelanas, chinero, sofá isabelino fueron parte de la herencia que le dejó su madre; pagó “una fortuna para que los trajeran a NY”.
De los tres invitados, el que se veía menos cómodo era yo. En el pueblo, “los blanquitos” (nombre despectivo que usan los puertorriqueños de las clases medias y menos medias para referirse a los burgueses) estaban tan alejados de mi mundo como lo estaban los curas y monjas americanos que controlaban el catolicismo y la educación de un “buen hombre”. Y la rapidez del cambio, del pueblo a la universidad, luego a NY no permitió que los llegara a conocer de cerca. El otro invitado, Jean, era francés, y ni conocía todos los detalles y recovecos de la fauna portoricensis, ni detectaba las diferencias históricas vividas por mi amigo Ariel, yo, y el anfitrión.
Ariel se movía con más soltura en esos ambientes: descendía de jibaros como yo, con la diferencia de que su familia se había mudado a San Juan y se convirtieron en parte de las nuevas clases medias, “arribistes” nuevo “petite bourgoise”. Pudo estudiar en un colegio privado que lo relacionó con alguno que otro burgués isleño, y le permitió, en ciertas ocasiones, codearse, colarse en los clubes y fiestas que daban los miembros de las clases en el poder de la isla de los espantos. Ariely yo nos conocimos en la universidad en una clase de historia del arte, era y es pintor, nos hicimos amigos y nos mudamos juntos a NY.
- ¿Por dónde empiezo?
Ariel, sonreído y sin ningún tipo de vergüenza, con la desfachatez que le caracterizaba, señalaba la extensa variedad de cubiertos que poblaban la mesa de caoba cubierta con un mantel tejido a mano por las monjas carmelitas de no recuerdo qué convento en qué pueblo. El narcisismo de Ariel - de cara juvenil, un buen cuerpo y súper lindo - crecía ante las atenciones que le daba el anfitrión. Era él a quien el anfitrión oía con más detenimiento; sus descaros lo convertían en objeto de deseo, aumentaba aquello que nos lleva a querer poseer, ser el otro. Deseos abrumadores hacían que el anfitrión no viese ni sintiese nada excepto el poder conquistar a Ariel.
- No te preocupes y come como en tu casa..
Jean, criado en Paris y desterrado en Nueva York, trabajaba como corrector de textos en la editorial, se movía por la cena como si aquello fuese parte de su diario vivir, cambiaba de cubiertos con mucha tranquilidad, nada le preocupaba, comía con las manos, en control de su mundo, y hablaba sin mucho compromiso, observaba de lejos la conquista.
Yo, por el contrario, con mi temor ante tanto cubierto, porcelanas, manteles, santos de palo por donde quiera, jarrones enormes llenos de flores, cuadros, retratos me convertía poco a poco en la muy trillada pero algo cierta descripción del jibaro: taciturno, huraño, desconfiado, decía muy poco,
- Qué delicioso está este sauvingnon blanc. Interesante la historia de ese santo.
La cena duró tanto como se tardó en servir la extensa fila de platos que no paraban de salir de la cocina, servidos de antemano. Nada de poner la comida sobre la mesa y que cada cual se sirviera lo que deseaba. Si querías repetir, preguntaba al final de cada entrada. No lo hicimos, hubiese obligado al cincuentón a pararse y cambiar el ritmo del servicio.
La pregunta, cómo nos íbamos a despedir, me mantuvo ocupado durante el café y el flan, hasta que Jean se paró después de terminar su postre café y dijo: "Nos tenemos que ir."
"Es que tenemos que recoger los boletos antes de las doce”: añadió Ariel, sin preocuparle la consumida cara de sorpresa del anfitrión o la pregunta,
- ¿Boletos para qué?
- Los tres vamos para el baile de cierre de temporada de Flamingo, lo dan todos los años cuando se termina la primavera y antes de que las tribus se muevan durante el verano a los Hamptons o Fire Island. De rigor, que no iríamos a casas de playa en New Jersey. Desclasé.
Ante la sinceridad de Jean, mi codazo a uno de los santos de palo, el tumbe de su cabeza, rodando por el suelo, el brusco abrir de la puerta de salida, rodeado de los muebles, cuadros, obras de arte, la disgustada cara del anfitrión nos despidió con un: "Que la pasen bien".
FRANKFURT A.M, VERANOS DE LOS OCHENTAS
Algunas de las tardes en Frankfurt parecían tomas de escenas de la películas “Hiroshima mon amour”, y no un retrato de la vida de una pareja de amigos y amantes. Todavía, para aquella época, la palabra que se usaba para referirse a las parejas de hombres gays era amigos; son amigos, decían los que hablaban de ellos, nosotros.
Günter vivía en un complejo de viviendas, construidas y manejadas por el gobierno, habitadas por proletarios, en su mayoría, inmigrantes turcos y sus hijos. Yo vivía en lo que el aquel entonces era todavía el barrio más bohemio y liberal de la ciudad de Nueva York, Greenwich Village. Él era escritor y trabajaba a tiempo parcial para la radio alemana. Yo era maestro.
"Ahmed, Ahmed”: gritaba una madre, continuamente, desde la ventana en algún apartamento contiguo, llamando a algún chiquillo que parecía que nunca estaba en casa. "Por dónde estará Ahmed a estas horas de la cena”: decíamos cargados de sarcasmo, nos reíamos, hacíamos el amor, fumábamos un ilegal, y seguíamos con nuestras extensas conversaciones.
-No puedes ser tan categórico. ¿Qué sabes tú de ellos?
Hablábamos extensamente, largas horas, confrontando nuestras ideas, debatiendo, rechazando, aceptando la razón del otro, defendiendo la personal. Él, al igual que muchos de sus amigos y conocidos, no iba a olvidar lo particular de su generación: hijos de la guerra, con padres que fueron soldados, militantes en el partido de los nazis. No podía dejar de defender su compromiso con la transformación social.
-¿Qué sabes tú de la guerra? No estuviste allí.
Nuestras tardes fueron clasificadas como sesiones de concienciación político-sexual por uno de los auto-nominados gurús en una de las muchas -“gay friendly”- comunas “heteros” que existían en el Frankfurt de los setentas y ochentas. En aquellas extensas y muy dinámicas casas la vida gay había tomado otro giro, seguía el modelo impuesto por los movimientos de liberación sexual. Ya no eran vidas clandestinas, ni se tenían que jugar papeles copiados de las reprimidas vidas de los pequeños burgueses o las nuevas masas de clases medias
-¿Has pasado hambre? ¿Sabes lo que es ver a tus vecinos comer sus bizcochitos con chocolate y tú solo haber comido un poco de arroz blanco con un huevo frito encima?
Los deseos sexuales eran tan poderosos como los debates. El restregar ideas, parte integral del deseo de conquistar al otro, es una experiencia erótica inigualable: pasión y cerebro juntos. Nada que ver con los poemitas románticos de damiselas y tenorios decimonónicos. El deseo guía la palabra bien pensada, busca al que quiere ser conquistado. Retos verbales, disimuladas alegorías eróticas, nuevos retos verbales, ideas de peso, una guiñada, forman un rompecabezas sexual donde cada jugador coloca las piezas sin saber cómo lucirá en su totalidad. No importa, el placer se ha ido consumiendo.
-!Qué importa quién ha colonizado a quién! ¿Tú, colonizado?
Una sonrisa, el brillo intenso de los ojos, la movida del cuello hacia el lado son claves concluyentes que sirven para asegurarte que estás en camino a lograr el propósito, que te puedes mover de la silla al sofá, sentarte a su lado.
-!Qué importa lo que digan los libros! Los colonizados son todos los que le sirven al estado, el que sea, sin cuestionarlo.
Los labios, los ojos, las cejas, las manos, el cuerpo revelan la intensidad de la sensación, el placer de saber que ese cuerpo será tuyo.
-¿Por qué no le preguntaste sobre los campos de concentración que estaban cerca de tu casa? ¿Cómo no iban a saber en un pueblo de mil habitantes?
Dos cuerpos con muy altas temperaturas, dos hombres de treinta y cuarenta y pico de años, sobre-testorenados, emiten tanta energía como una micro explosión atómica; un sofá es demasiado pequeño para contenerla. La energía devora, mueve fuerzas, transforma la razón, la desplaza.
-Cuando no hay comida, no se puede teorizar. Tienes que comer primero. ¿Has luchado alguna vez contra el poder de una masa?
Una mano agarrando la cintura mientras la otra señala hacia la cama, la habitación, dirige los tremores, pequeños temblores corporales, hacia un espacio más intimo, más cómodo. El deseo requiere menos accidentes. Un sofá limita, demasiado pequeño para la magnitud de la explosión que generan dos hombres.
-¿Por qué esperaste tanto para ir a los campos de concentración?
Sobre los cuerpos desnudos de los dos hombres, las sábanas forman olas; inmensas, algunas; lentas y suaves, otras. La punta de la lengua trazando un cuerpo, erizando la piel, revienta el vaivén de las sábanas para revelar un par de piernas, dos pares de piernas, nuevas olas; ya no son sábanas, son cuerpos de hombres. Caricias. Un gemido, otro, estimulados por el aceite que súbitamente enfría la piel, tranquiliza las olas; acompañan la tenue y amarillenta luz solar que entra por la ventana.
"Ahmed, Ahmed”: grita la madre musulmana, cubierta de negro, mientras los dos hombres hablan, beben cervezas, fuman y se compenetran.
DESVÍOS ROMÁNTICOS
Para llegar hasta el Atlántico Sur hay que caminar muchas leguas, y una vez allí, si encuentras cerrado el portón de entrada a la playa, dicen que es mejor así para no tener que nadar en un mar traicionero.
El Atlántico sur es más violento, ni por su fuerza ni por su volumen, por su soledad. Nunca relaja a quien lo observa, su calma arropa la resaca. Miente. Engaña.
Recorrí muchas millas para llegar hasta su casa de playa, y una vez frente a ella no encontré lo prometido. La lista de huéspedes pegada a la puerta de entrada no incluía mi nombre. Regresé al mar. Brinqué sobre el portón, nadé solo.
ESTELA RAVAL Y LOS TANTOS LATINOS
Estela Raval o Mona Bell o Lucecita o Johnny Mathis acompañaban el amor clandestino; el amor prohibido, el que mezcla los placeres con los miedos, los deseos. Amores que conducen a la rebeldía o al suicidio, a doblegarte o liberarte, a claudicar o a luchar.
Soñaba mientras caminaba, deseaba, me amaban, me contaba historias a lo Corín Tellado con música de fondo: Los Ángeles Negros o Mona Bell o Leonardo Favio o Chucho Avellanet nos (a mí y mi sueño) acompañaban por los calurosos, aburridos, estreñidos pueblos que siempre miran hacia el Caribe. Los caminábamos arriba y abajo, un helado aquí o una dona allá. El primer amor a lo adivino tendría quince, mi misma edad cuando estábamos en la high de Guayama. El segundo, diecisiete; yo, dieciséis, en la Pontifica de Ponce.
Los recuerdos engañan; y lo que queda es la sensación de placer o dolor. Los detalles no se graban tan fácilmente. Él jugaba beisbol. Yo pretendía que jugaba volibol. Él estudiada contabilidad. Yo, en la escuela normal. Él, un chico burgués, graduado de exclusivo colegio privado con su futuro muy bien designado. Yo, un pobre egresado de una anónima escuela pública con un incierto futuro.
El amor de la universidad, por lo sublime, por lo revelador, por obligarme a aceptar que era homosexual, por enfrentarme a una vida donde ese amor no se presta para la armonía social y mucho menos religiosa. Dos años antes, al de la escuela superiro, por haber despertado el deseo.
¿Era él o era el otro con quien caminaba solo, con quien levitaba por las calles de esos áridos y sofocantes pueblos del sur de la isla de los mucho encantos?
Los primeros amores durante la adolescencia marcan la memoria. las sensaciones; no se olvidan. Quizás por lo ridículo, quizás por lo sublime, quizás por lo complicado de las fuerzas, mucho más poderosas que el amor mismo, que lo moldean
Los primeros amores durante la adolescencia marcan la memoria. las sensaciones; no se olvidan. Quizás por lo ridículo, quizás por lo sublime, quizás por lo complicado de las fuerzas, mucho más poderosas que el amor mismo, que lo moldean
SELFIES DE UNA CITA AMOROSA
Primer selfie -1:00 p.m.: El conjunto formado por el encuentro de vientos y agua, en un continuo remolino, extiende sus extremidades por un enorme espacio, a la vez que baña el cristal de la ventana, el que sirve de marco y bordea la cara sudada, sonreída frente al móbil.
Segundo selfie - 8:00 p.m.: Se acerca la hora de la llegada, y la espera obliga a probar hierbas enervantes, degustar vinos, aceitunas, galletas, sardinas, arenques y quesos, junto a los porros y sus atenuantes efectos.
Tercer selfi: 12:00 a.m.: Primera cita, dos caras cansadas de tanto, una mesa llena de sobras, botellas de vino y copas, papel bambú; triunfantes, los vientos y el flash también sonríen.
SELFIE DE LA DESPEDIDA
Cuando se fue sin despedirse dio un beso por la espalda, en el lado izquierdo del cuello y una salida apresurada, evitó la foto, el retrato donde en ese momento una vez más hubiese reafirmado su placer, una sonrisa, al estar juntos, de nuevo juntos.
El selfie sella el fin, el inesperado cierre de un ciclo que no tuvo ni grandes dificultades ni batallas y convenios de paz románticas. Una relación muy armoniosa, llena de comprensión y tolerancia; bordeaba en un control sico-social, en un modelo de comportamiento algo parecido a los tipos conocidos como "pasivos-agresivos", tratando de proteger lo que nunca se solidificó.
El selfie muestra el asombro de una cara ante la partida súbita del otro, de quien se fue sin indicar que no había futuro, que la foto no iba a contar la historia completa, y mucho menos la de quien se queda y retrata: un hombre muy seguro con su vida, amante, trabajo, que no se daría cuenta hasta mucho tiempo después, que la foto es el pasado, un recuerdo de una despedida.
VIII. NOCHES OBSCURAS
KAFKA EN MAHATTAN, 2017
3:00 a.m.: Desvelado, con la soledad a cuestas, y la vejiga dando órdenes, me levanto de la cama, camino hasta al baño arrastrando mis penas, y lo que nunca había visto antes: un tipo de insecto pequeñitito, estaba cerca del inodoro. El bichito activó mi alegría, me sentí acompañado. Sonreí. Le puse nombre, Pipí, y con voz de nene lo saludé: "Pipíiii, holaaaa". Extendí los últimos fonemas: "iiiiii" y "aaaa". Cuando me oyó, salió disparado por debajo de la puerta. ¡Malagradecido! En verdad que no todo el mundo está listo para ser querido o querer como uno se merece. Meé y volví a la cama. Parece que el rechazo sirvió de algo, pude dormir muy bien.
NOCHES ESPERANDO POR ALCOHÓLICOS
El fascismo comienza en casa": dice un personaje en una película cuyo título no recuerdo, dirigida por Fassbinder.
El fascismo se manifiesta en la madre bipolar, un tanto abnegada, usa sus penas para manipular a sus hijos, se llena de soberbia, descarega su rabia, marca su poder con el foete, las pelas sin motivo.
Fassbinder es recreado por los padres alcohólicos que se emborrachan todas las noches para dejar salir sus horrores, los gritos, los ataques de nervios.
El terror no se limita al aparato de seguridad del paìs o grupos facistoides solamente; incluye al hermano abusador que te grita y amenaza con darte palizas si te atreves contestar, cuestionar sus burlas. Lo oyes todas las noches: "Marica, marica". Los familiares y vecinos callan; se burlan.
El terror comienza en casa y lo llevas a todas partes; sigue contigo, lo reprimes, explota: en las llagas que te cubren el cuerpo y el médico te cura con cremitas carcinogénicas; en las reacciones ante el amante que se comió el queso y no lo compartió contigo; en las pesadillas que te persiguen y se manifiestan con extraños símbolos: perros violentos, caídas por abismos, túneles de los que nunca sales.
La opresión comienza en casa, te sigue durante toda la vida; y de noche, quieto, la escondes sobre la almohada; y sueñas con vidas idílicas junto a los tan felices personajes del cine o triunfando en otros entornos más allá de la pobreza y la miseria; te cuentas, consuelas, y nadie te oye. De noche nadie te oye.
La opresión comienza en casa, te sigue durante toda la vida; y de noche, quieto, la escondes sobre la almohada; y sueñas con vidas idílicas junto a los tan felices personajes del cine o triunfando en otros entornos más allá de la pobreza y la miseria; te cuentas, consuelas, y nadie te oye. De noche nadie te oye.
El NIÑO NO TE ABANDONA
Creces con tantas carencias, incluyendo amor, y sientes que te lo quitan, que te lo van a quitar, que lo que creías que era tuyo no lo es, que te lo quitan, una vez y otra vez, el juguete ya no es tuyo, no era tuyo, comes bien rápido porque temes que te pueden quitar hasta la comida, te la quitan, te los quitan, como tantas veces ocurrió.
Cuando creces así y sientes que has perdido algo, el niño que no te ha abandonado, el que se quedó dentro, sale y una vez más quiere destruir todo, incluyéndose a sí mismo.
INTENTO DE SUICIDIO EN MANHATTAN 2017
No fue una ópera de Wagner, aunque así fue vivida la locura temporal: entrada y salida de espacios obscuros, sin estar anestesiado por fármacos, acompañado por música estruendosa, seguida por un completo silencio. Silencios interrumpidos.
Una historia de perdida de identidad, ausencia de raciocinio, caídas en abismos sin fondo, poseído por otros. Su voz, sus coros. Insaciable deseo de apoderarse del espiritu ajeno.
Dragones, diablos, duendes. Salida incompleta. Ahogos. De vuelta al fondo, caes, renuncias a todo. Sales. Redención. Mezclas de símbolos, toda clase, reflexiones.
De vuelta a la gloria. Bajas. Llega la calma, completas el ciclo con la tranquila calma. Después de la pesadilla, Parsifal ayudó a buscar el Santo Grial, a expulsar los demonios.
NEGACIONES
El matrimonio negro era súper conservador; bordeaba el apoyo de la esclavitud en las fábricas en otros países, y el que apedrearan a las prostitutas, los infieles, homosexuales y todo el que atentara contra el Gran Poder del Otro. La lesbiana blanca creía en las mismas ideas; excepto que ella incluía a la pareja negra en su discurso conservador, aunque no se atrevía tirar la primera piedra. El hombre gay de color pardo los secundaba, y por eso se suicidó.
La voz interior no para; dijo que pedías ser querido; se fue, no entendiste. ¡Cállate! Acuéstate. Deja de hablar. Ya todo está en calma, volver, no te repitas más, ¡qué importa si tus padres eran alcohólicos!, si te pegaban, si no dormías esperando la próxima paliza, el puño, volver, el foetazo, la hermana con ataques de nervios, los intentos de suicidio, los vecinos en la casa, los averigua'os dando opiniones, tratando de ayudar para que todo cambiara, volver, año tras año nada cambiaba, volver, en la escuela primaria no entendían porque salías llorando sin razón alguna, o en la secundaria lucías tan cansado, no dormías, años tras año, volver, te fuiste y nada cambiaba, volver, ¿de qué vale ahora si en la cuna no hubo esperanza?, volver, no uses al otro para escapar de tu continuo monólogo, de las guerras que terminaron hace tanto y tanto, de la sombra que te sigue, volver, de la muerte que se acerca, del usted es la culpable, volver, de todas mis angustias, volver, de todos mis quebrantos, usted llegó a mi vida, volver, para siempre, comprenda de una vez, volver, no me hable más, por favor, volver, abandone mi cuerpo, mis entrañas, volver, ni usted es María Félix ni yo soy Agustín Lara. Quizás soy Gardel tratando de adivinar si son luces a lo lejos, volver, las que parpadean.EL TANGO DE LA MEDIANOCHE
LA ESPERA DE LO QUE NUNCA LLEGA O QUIZÁS SÍ
Las noches pueden ser demasiado largas. Llevan al más como al menos valiente a sentir el horror de la espera. El alcohólico no avisa. Entra imprevisto. Destruye. Ese otro momento no llega, el que fue vivido, recordado, grabado por todo el cuerpo. Tiemblas. La espera se alarga, se convierte en un solo momento, un extenso momento. No llega.
Rápidas corrientes de aire frío interrumpen la larga hora, provocando un escalofrío, una sensación de que se está viviendo una realidad alterna a la que se siente durante toda la espera, un cuerpo distinto al que mira hacia la puerta por donde entró y, una vez más, entrará la violencia. La espera nunca desapareció.
FIGUREOS DE HOMBRE GAY ENTRE SOMBRAS
Lo conocí en la universidad. Tiene casi ocho décadas a sus espaldas, vividas entre sombras; sufre de insomnio, cumplió sus miente todo el tiempo, con su esposa-maniquí a cuestas; trata de calmar el terror que lo mantiene despierto; ora y carga consigo una receta médica: pastillas para dormir, pastillas para tranquilizarse.
Buscó otra oracion, otra mentira para poder pretender lo que no es, otras pastillas para perdonarse; no hicieron efecto. No da cara, figurea, caculea socialmente, se esconde. El deseo de vomitar lo obliga a tomar una tercera dosis de pastillas. Una noche, cualquier noche, no puede rezar por causa del estar arqueando, su espalda en movimientos de sube y baja, con cara de terror frente al inodoro.
En aquel momento, después de descubrir que el mulato era una de esas maricas que usaban a las mujeres como mercancía para aparentar lo que ellos no eran, y distinguirlo de los hombres a quienes le gustan los hombres y que no tienen que vivir de las apariencias, deseó que no fuese muy tarde. Cuando le hicieron el cuento, empezó a sentir escalofríos.
MÚSICA PARA CAMALEONES O EL QUERELLE, ET.AL.
Al disfrazado de heterosexual lo delataron, sacaron del armario. Asustado, el camaleón acomodó su máscara. Aterrorizado, repitió, se repitió una vez más; corrió despavorido.
"¡Me voy!": fue todo lo que dijo, indignado, con voz ahogada y pose de machoide, jabao, blanqueado por fuera, pero por dentro, sus colores confundidos, entrañas viscosas, el camaleón resbaladizo desapareció.. No pudo aceptar que el satisfacer sus demonios internos es más importante que ser leal a sus amigos a su “novia".
Perseguido por su consciencia, la neutraliza, adormece, engaña con alcohol y fármacos: antidepresivos, pastillas para dormir. Miente. Se miente. Su identidad sacrificada, hombría decorada por poses y voces, y la moral matizada por el morbo que la guia; lo guía, fomenta la violencia a costa de satisfacer su insaciable necesidad de vivir para ser controlado por su obscuro psiquis, cual personajes de Genet, y sus podridas almas.
Tantas veces que ha recibido un buen tortazo; y ha confesado sus culpas, tratando de expiarlas, como los "nenes buenos" pero maliciosos, que saben pedir perdón para complacer a mami y papi, aunque por detràs siguen haciendo maldades, redime, no expurga; no cambia, sigue destruyendo su espiritu. No crece.
Pretende ser bisexual, con una mujer como escudo, mas igual que los reptiles en el cuento de Capote, se desliza a escondidas, se mueve por los arrabales de San Juan en busca de chulos, de hombres straights, y cuando con los chulos no basta, trata de conquistar gays que sean amantes de otros, de aquellos a quienes él pretende ser su amigo. Busca satisfacer su más obscuro deseo de conquistar lo que es no es suyo, lo prohibido. Es tan conocida su historia, que su careta ya no lo esconde, pero él no puede parar.
Los reptiles respondían instintivamente a la música de la pianista mulata en Martinica, entraban a la sala, se escondían; y el otro en San Juan, guiado por sus instintos, en su búsqueda de satisfacer sus obscuros y ansiosos deseos, sin importar limites ni lealtades, entra, saluda, arrastra, esconde, se mueve como el Qerelle de Genet o los camaleones en el clásico cuento de Capote; atrapa a su presa.
EL SUICIDIO LLEGA DE NOCHE
Los tres intentos de mi hermana: aquel primer momento visto a través de los ojos de un niño, atajado por mi madre, consolando a su hija menor en un hospital de pobres; lentos, los de los alcohólicos: padres, hermanos, sobrinos.
El suicidio es un carimbo que marca la piel del niño que de lejos mira, y no entiende, no entiende, no entiende.
El suicidio no es un pokemon donde el jugador se pierde; es un no-juego, una lección que enseña a no temerle a la muerte; y si vives rodeado de violencia, la que incita a la muerte; aprendes a mirarla de cerca: a la propia -así se agarra una cuchilla-, a la del otro -así te defiendes.
Anda conmigo desde muy temprano en la vida; tienta y desaparece. De noche es cuando más tratas de apoderarte del ser.
De noche me despertaron para correr hasta el hospital municipal porque mi hermana había tratado de suicidarse, dos veces, dos intentos fallidos.
De noche es cuando regresa el miedo con las peleas, palizas, carencias, "un huevo frito, un plato de arroz blanco"; el padre alcohólico, violencia.
De noche llega otro alcohólico, el hermano machista que odia sin límites: “marica, marica, marica", su risa, su burla; hoy se repite, no para, llama y amenaza.
De noche la muerte se esconde en la obscuridad, no la ves llegar, te agarra y lucha para tratar de ganar la batalla.
De noche, el suicidio cuenta la historia de los que viven junto a él.
IX. ENTIERROS
CUANDO UN AMIGO SE VA
"Cuando un amigo se va...." cantaba Alberto Cortez. .
No es difícil tener un leal y solidario amigo, de uno apreciar su amistad, y también ser, en ciertos momentos, junto al amigo un "...duende manso del vino”.
Cuarenta y pico de años más tarde, querido pintor y bohemio empedernido: qué buena medida fuiste para poder juzgar la amistad; conocer el ".... tizón encendido/ Que no se puede apagar/ Ni con las aguas de un río”. Te fuiste.
GÜNTER HEINS EN FÁTIMA Y LISBOA
Estaba muy mal, mostraba síntomas de demencia causada por unos de los llamados virus oportunistas, los que se aprovechan de la destrucción que el VIH comienza. Ya sufría del SIDA. Enclenque, no se parecía al Gunter sólido, de pecho ancho, y cuerpo fibroso; el muchacho criado en la finca en el norte de Alemania. La enfermedad se notaba a leguas.
Fue mi último verano junto a él, y porque soy creyente en fuerzas más poderosas que me han marcado y guiado y porque creo en los milagros, esos fenómenos inexplicables que algunos insisten en tratar de comprobar su veracidad, usando modelos terrenales, llevé a Gūnter a Portugal; en particular, a Lisboa y Fátima.
Fuimos durante el día a Fátima, paseamos por el Santuario y por la aldea. Regresamos a Lisboa, y esa noche Gūnter soñó que se moría, y cómo moría. Hacía diez años que yo había soñado con su muerte, y con algunos elementos vinculados a su muerte. En Lisboa los sueños se encontraron. Regresamos a Alemania. Regresé a Nueva York. Tres meses más tarde murió. En Lisboa el sueño completó un cíclo. El milagro fue haberlo conocido.
Fue mi último verano junto a él, y porque soy creyente en fuerzas más poderosas que me han marcado y guiado y porque creo en los milagros, esos fenómenos inexplicables que algunos insisten en tratar de comprobar su veracidad, usando modelos terrenales, llevé a Gūnter a Portugal; en particular, a Lisboa y Fátima.
Fuimos durante el día a Fátima, paseamos por el Santuario y por la aldea. Regresamos a Lisboa, y esa noche Gūnter soñó que se moría, y cómo moría. Hacía diez años que yo había soñado con su muerte, y con algunos elementos vinculados a su muerte. En Lisboa los sueños se encontraron. Regresamos a Alemania. Regresé a Nueva York. Tres meses más tarde murió. En Lisboa el sueño completó un cíclo. El milagro fue haberlo conocido.
LAS PASIONES DE JÚNIOR
Muchos otros tienen el apodo. Para los que te conocimos íntimamente (como amigos, algunos; en la cama, otros) eras el único Júnior, al cual le seguía tu muy poco común apellido. A nadie más nos referíamos como el Júnior.
Nos conocimos durante nuestros años universitarios y la amistad duró sobre cincuenta años. Un montón, y ¡qué montón!
Si algo te distinguía eran tus pasiones. Hasta cuando "fríamente calculabas" (que mucho te gozabas esa frase, te apasionaba decirla: fríamente calculado), era la pasión de poder calcular y ejecutar lo tramado el motor que te guiaba. Tramas de todo tipo: desde las politico-burocráticas hasta las románticas. Algunas eran tramas geniales, otras pueriles. Todas guiadas por el intenso deseo de calcular.
Si los demás amigos y conocidos que murieron a causa del SIDA lucían resignados, entregados a esos últimos momentos, desligados de las posesiones y deseos carnales, el Júnior no. Daba órdenes desde la cama, organizaba visitas, criticaba comportamientos, escogía simpatías, y con los deseos -cual adolescente por primera vez enamorada-, a flor de piel, esperaba al guardia, su amado policía.
De todas las pasiones, las románticas fueron las que te siguieron hasta la tumba. Enclenque, consumido por el VIH, sin masa corporal o capacidad para caminar o moverse, con tres pelos en la cabeza, cuando sabias que venía el guardia, tu última gran pasión, pedías una peinilla y un espejo. !Qué mucho sufriste cuando te enteraste que uno de tus mejores amigos trató de conquistar tu último amor: tu guardia! No te sorprendió -ya conocías al poco leal perfumado y brillado supuesto amigo- mas no esperabas que te hiciese a ti lo que a otros le había hecho. Claro, a tono con tu personalidad, se lo contaste a todo el mundo.
Sobre otros amigos - algunos muertos y otros envejecidos - y esa época que nos tocó vivir y servir de "carne de cañón histórico y médico" había escrito. Sobre ti, el más antiguo de mis amigos "entendidos", no. Ninguna razón en particular, hasta ahora, cuando -distinto al anarquismo de Gūnter, lo estético de Ariel, lo bailao de Frank, el claque de la moda con Ernesto, lo campesino de Gary, el desprecio por los falsos burgueses de Joachim- encuentro que lo que más te distinguía era permitir que las pasiones -desenfrenadas, a veces; calculadas, en otras- te sirvieran de motor existencial.
Que había que lucir "exacta" (una palabra que nos gustaba usar para romper esquemas de género: "¿Cómo me veo?", "Te ves Exacta”), y "exacta te querías ver frente al hombre que te revolvía las vísceras; el que en esos momentos te desarmaba las pasiones, las que te hacían creer que ibas a vivir para siempre. Y en esos últimos momentos, en el hospicio en San Juan, no fueron los medicamentos, o la herencia (como no eras codicioso ni avaro, no tenías nada que dejar), o los irresueltos problemas, traiciones y deudas con tus amigos y familiares (pedir perdón no era una de tus virtudes) lo que estaba presente, lo que te movía era el deseo de estar "exacta", de ver y poseer al guardia. Quizás por eso pediste lo que no se podía cumplir, que regaran tus cenizas frente al cuartel de policías donde tu guardia trabajaba.
OTRO ENTIERRO, OTRO AMIGO MUERTO (TANTOS EN UNA MISMA DÉCADA)
Noviembre, 1992: Las lágrimas del padre eran las únicas que no pudieron ser controladas. El delgado, espigado, de una blancura casi transparente, señor de unos ochentas años era el mayor de los pocos que fuimos invitados al entierro. Su madre, hermano menor, cuñada, otro amigo y amiga y yo fuimos los testigos de ese momento cuando el cuerpo o las cenizas se integran por completo al resto de la naturaleza. Al almuerzo después del entierro fueron otros amigos, vecinos y muchos familiares, los muy notorios "hillbillies", que viajaron desde las famosas y míticas Apalaches en Kentucky.
A Gary lo conocí a principios de los setentas. Ambos éramos estudiantes. Él completaba su maestría en sicología y yo recién comenzaba el nunca completado doctorado en educación primaria. Tuvimos un affair que no duró mucho, y nos mudamos juntos a un apartamento en lo que era todavía la muy bohemia, multi culti, multi sexual, divertida y pintoresca capital de la vida cultural, etc., etc. de NYC: el Greenwich Village. Y en aquel apartamento murió a causas del Sida, un noviembre del 1992. Allí sufrió una muerte lenta, su deterioro físico, su derrumbe emocional.
Un derrumbe emocional que sufrió sin nunca expresarlo como lo hubiesen hecho aquellos que vienen de culturas más temperamentales, nada de tragedia griega ni puta felinesca. Con el estoicismo que caracteriza a esa tan particular gente de los montes en los estados sureños aguantó los años que vivió con el Sida.
Un derrumbe emocional que no le impidió darle la mano a otros amigos que habían pasado o estaban pasando por lo mismo. Él los ayudó en ese último camino. Incluso, estando muy enfermo, corrió al hospital a velar el cadáver de un amigo mientras el amante de aquel difunto llegaba para completar los trámites burocráticos que neutralizan los sentimientos en ese momento.
Gary no creció en las Apalaches. Sus padres, al igual que muchos hombres y mujeres abandonaron las montañas en busca de una mejor vida en las zonas industriales que se juntan en las fronteras del norte de Kentucky y el sur de Ohio e Indiana. Una zona urbana de clase obrera, compuesta mayormente por descendientes de los campesinos montunos; los que durante la depresión de los años treinta buscaron mejor vida económica en las nuevas industrias de los estados más al norte.
Durante el almuerzo, conversamos sobre la vida en los campos, los primos que no pudieron venir al "memorial", la buena comida típica con las tortitas saladas, los "peach crumble", los majados, el pollo frito, los "meat loaves", los vegetales hervidos y sobre cocidos, lo generoso que fue Gary con sus amigos y familiares; pero no se habló del Greenwich Village, del Sida, de esa otra vida más allá de las fronteras sureñas. De estos últimos temas hablamos los amigos en NY durante una cena en su honor.
Sumamente religiosos, los "hillbillies" bautistas - descendientes de los escoceses, ingleses, irlandeses y alguno que otro cheroquí que por aquellos montes haya deambulado - siguieron a sus hermanos, primos, vecinos, y formaron esas comunidades que hoy bordean las ciudades de Dayton, Cincinnati, Richmond y Louisville. Al igual que los jíbaros con los que me crié - quienes tuvieron que abandonar los cerros para mudarse a los pueblos de la costa o a recoger tomates en el norte -, los "hillbillies" pueden ser cascarrabias, huraños y desconfiados, pero una vez hecha una buena amistad, leales y solidarios. Y así fue una amistad entre dos descendientes de montunos, que duró casi veinte años.
X. ÍTAKA
!Y Entonces!
Los últimos en acompañarnos durante la tercera edad son la salud, los ritmos vitales, las manías de viejo, y los consejos de los más jóvenes. Y cual bolero de Sylvia Rexach pregunto: ¿Y entonces?, ¿qué hago para continuar la vida estructurada para los que vienen; no para los que nos vamos?
"Y entonces": nos dice el hermoso bolero de Sylvia Rexach, donde la sentencia es a la misma vez pregunta e imperativa: conjunción o adverbio o simplemente pausa estilística; decidí seguir el día.
"No salga de noche, don Gerardo": me aconsejan mis amigos más jóvenes; les hago caso, aunque no es por eso que me quedo dormido a las ocho. "Y entonces.”.
La lectura de los diarios me centró una vez más. ¿Cuántas veces los he leído durante esta temporada?OCTUBRE EN LAS LORENCIANAS, QUEBEC
En octubre las hojas son más anaranjadas y amarillas, hoy se ven menos brillantes. Octubre trae mucho más que el otoño. ¿De qué hablo? En octubre siempre me llega la nostalgia. ¿Por qué hablo de ecología y colores, cuando sólo los estados de ánimo me interesan?
Las ideas se intercalan y forman telarañas lingüísticas me dijo el, valga la redundancia, el lingüista. De ti y de mí hablo. Me repito. ¿Por qué me repito todo el tiempo? La edad nos lleva a repetirnos, a reafirmar nuestra existencia y memoria, a recalcarnos. Los pasos se van haciendo lentos, muy lentos.
En octubre camino hacia el bosque que queda al norte de la casa, del pueblo, la provincia, el país, el continente. Quebec es lo más norte del norte. Al sur de la casa están las fincas de maíz, Montreal, Nueva York, la barbarie. Mis pasos los sigue el camino que voy dejando, la ventana de la habitación en el ático que mira hacia el norte, hacia el bosque, y las huellas en las hojas secas trituradas por mis pasos. Pinos y matorrales me reciben, luces entrecortadas por las ramas y colores me alumbran. No hay osos en este bosque. No hay lobos en este bosque. Ruidos de hojas cayendo y ecos. Oigo ecos.
El bosque me llama por las tardes, todas las tardes de octubre. Me aleja de los vaivenes y palabras quebequés de mi familia adoptiva. Ellos me adoptaron a mí y yo a ellos. Me ven caminar hacia el bosque y les cambia el semblante, les da miedo. Las pasiones de familia, de niños asertivos, de padres directos y amorosos, gritones a veces, a veces susurran, son reemplazadas por el silencio.
El bosque me arropa, me devuelve al útero para comenzar de nuevo. El bosque me cuida. "Be careful, Yerardo.” Qué difícil se le hace a los franceses y quebequés pronunciar ese fonema. "My name is Gerardo": grito, respondo, repito el “ge”. Me saludan, sonríen. Me contestan en francés. Para ellos, al igual que todas las culturas que viven en dos lenguas, el cambio de una a otra nunca es completamente puro; esto es, de haber pureza en los idiomas. No la hay.
Tampoco las hay en el bosque ni en las familias o el individuo. Con la mía en Quebec, mis impurezas no son motivo de miedo. Juego con sus hijos, los llevo a comer pizzas: no me ven como un depredador. Cuán distinto a algunos miembros de mi familia biológica. Tan bíblicos y tan poco cristianos. Con los quebequés me siento integrado.
La luz de octubre es pálida, y pálidos son los colores, alumbrando el camino; baños de rosados y celestes el aire, el terreno mojado, la atmósfera con sus canicas de vapor flotante. La luz se filtra a través de las ramas, unas frondosas y otras anunciando su otoño, mi otoño. Camino lentamente hacia un claro, allí descanso, y regreso.
"Be careful, Yerardo.”: repiten. A sonreír todos.
GÜNTER, BARBARA, SIDGRIED, Y YO
Babara: casi cuarenta años más tarde sigue su amistad conmigo: directa, sincera ("she does not hold hostages"), sin presunciones ni poses falsas, guapa, guapísima, culta, con muy buen gusto, y bien criada.
Sidgried: buena, tranquila, huraña, retraída, no pudo resolver las contradicciones que presentaban su crianza, el choque entre el mundo que quería vivir y el mundo que siempre está listo, en espera de ser manejado. Se perdió, enajenó de la realidad concreta. No pudo negociarla.
Günter: el sida acabó con tu vida irreverente, inteligencia, joie de vibre, chispa, capacidad para ajustarte a los distintos entornos, tu look de joven Marlon Brando (dicho por otros), y lo que ahora vuelvo a apreciar, cuando dijiste que ellas dos, niñas que procedecían de la alta burguesía, y tú, campesino criado entre vacas y huertos, las disfrutabas por lo que eran. Nunca trataste ser igual que ellas, y ellas te aceptaban como eras.
Nosotros: ¡Que muchos jodimos!, los cuatro, en pandilla, o cada uno por su lado, durante esos diez años, los tres juntos.
Sidgried: buena, tranquila, huraña, retraída, no pudo resolver las contradicciones que presentaban su crianza, el choque entre el mundo que quería vivir y el mundo que siempre está listo, en espera de ser manejado. Se perdió, enajenó de la realidad concreta. No pudo negociarla.
Günter: el sida acabó con tu vida irreverente, inteligencia, joie de vibre, chispa, capacidad para ajustarte a los distintos entornos, tu look de joven Marlon Brando (dicho por otros), y lo que ahora vuelvo a apreciar, cuando dijiste que ellas dos, niñas que procedecían de la alta burguesía, y tú, campesino criado entre vacas y huertos, las disfrutabas por lo que eran. Nunca trataste ser igual que ellas, y ellas te aceptaban como eras.
Nosotros: ¡Que muchos jodimos!, los cuatro, en pandilla, o cada uno por su lado, durante esos diez años, los tres juntos.
SALIR DEL CLÓSET
Obligados por los dogmas, la subjetividad de las ciencias, los que se avergüenzan de ellos a que se escondan y pretendan ser lo que no son; controlados por sus miedos y sus deseos de ser otros; prohibidas sus posibilidades de explorar sus sexualidades, sus cuerpos (los Intersexuales son los que más se esconden); silenciadas sus vidas llenas de opresión e ignorancia; aterrorizados, excluidos, acusados, y abusados fisicamente; en vela, que no los maten, que, ante tanta ofensa, muchos se convierten en sus propios enemigos, se suicidan. Otros, una vez salen del clóset, el armario, el placard, despojan sus defensas y dan cara, arman instituciones, estudian sobre sus vidas, escriben, delatan, comienzan el proceso de sanación, liberación de trabas políticas y sociales, y no hay marcha atrás.
Hace 50 años comencé ese proceso de decir la verdad sobre la homosexualidad; enfrentarme a la familia, sociedad; estudiar con detenimiento la literatura sobre la homosexualidad, la intersexualidad y si algo no parece cambiar es la cantidad de fotutos pobremente informados o falto de evidencia que andan dando cátedra sobre la homosexualidad. Quizás los homos debemos responder como lo hacen los afroamericanos cuando los gringos blancos discurren sobre ellos: "Stop blaxplaning us".
Hoy puedo asegurar que no tenía otro camino. O salía del clöset o terminaba cómo muchos: llenos de terror. Cuando no hace mucho tiempo un pariente me dijo que él no me aprobaba pero que no me rechazaba, o la amiga que me dio cátedra sobre lo cruel que son los homosexuales unos con otros, no se dieron cuenta de su ignorancia y falsa presunción de expertos en el tema, su falta de cultura y conocimiento (un dato no es una teoría) sobre la complejidad biológica y existencial del ser humano. Y así, continuamente, tenemos que oír a los ignorantes llenarse la boca de mierda.
A LOS HOMBRES GAYS QUE AGRADECEN UN POCO DE VOZ
El discurso público sobre la homosexualidad o su vejez o el romance no incluye -mucho menos en español y con énfasis en la situación del latinoamericano- a los cargados de canas e historias. No es cuestión solamente de usar los medios, de informar y e influenciar las políticas públicas; es que su/nuestra dignidad, orgullo, respeto están de por medio. Somos parte de una generación que fue silenciada, sufrió el peor embate del Sida, y que a su tercera edad, por razones “ínterseccionalidadas”, se puede prestar para censuras, juegos, estafas, y que, en muchos casos, carga consigo males como la soledad, el silencio, o su propia destrucción. También fue la generación que produjo un movimiento institucional, científico, político, estético, social que cambió la historia. No pueden callar, aunque tengan que delatar a quienes faltan a la más mínima consideración del otro. Sean de Montevideo, Nueva York, San Juan o Guayama.
SER HOMOSEXUAL NO ES UN JUEGO
Al igual que ocurre con otros grupos en estados de opresión o colonización (los datos lo comprueban), la violencia sicológica y física entre los hombres gays está muy generalizada, hacia ellos, entre ellos y contra sí mismos. El acoso, suicidio, adicción a fármacos, enervantes, y el alcoholismo son un problema real y deben ser confrontados. Si la violencia no es denunciada, continúa. Para muchos es un juego. Y si viven en el clóset, la tasa de violencia se multiplica. No es un juego.
Si denuncio al homófobo, no es un juego. Si denuncio al que conquista a viejos gays para sentirse poderoso, no es un juego. Si denuncio al que se aprovecha de la amistad para satisfacer su morbo, no es un juego. Si escribo sobre mi auto destrucción -la que me causo yo mismo o cuando participo en relaciones donde la fomentan contra mí-, no es un juego.
DESDE LA TERCERA EDAD MIRA DE LEJOS AL TRANVÍA LLAMADO DESEO
Quiso entrevistarme, pero no tuvo tiempo. Generación X con selfies. Nunca está quieto. Viaja continuamente, no para, por todo el mundo y sólo envía fotos personales tomadas con sus dispositivos. Él en el centro, frente a los monumentos que usa como referentes: Roma, una fuente; París, las patas de la Eiffel; Madrid, el AVE en Atocha rozaba su cara; Cuba, un helado de Coppelia sin la Alonso; San Juan, cual virgen en nicho, en la Garita del Diablo; Nueva Orleáns, junto al trasnochado tranvía, bajo el nombre del tenesiniano vagón, con la cara marcada por la búsqueda, tratando de satisfacer un deseo.
EL POETA AUSENTE
El poeta ausente escribe sobre la espalda del papel, lo escanea, transfiere el texto escrito con precisión matemática, lleno de líricas sugerencias, a una máquina que lo envía por el mundo entero. Muchos leen el poema; Pocos piensan sobre el escritor, ni se enteran que el poeta no está muerto.
LA LOCURA NO TIENE BORDES, TIENE LETRAS
Durante ocasiones anteriores, cuando terminé mis dos relaciones románticas importantes, no perdí el juicio, no me volví "loco temporal". ¿Por que ahora? La edad no debió ser impedimento; al contrario, sostén como resultado de la experiencia. Los controles escondieron lo sentido, negaron la pérdida. Hubo locura disciplinada. En los quebrados anteriores las lecturas sirvieron de estructura; en el de ahora, aunque por un lado, ayudaron a mantener el limitado juicio, fueron parte de la causa.
En los cuentos que oía en Guayama sobre cartas inéditas que Palés Matos le escribió a su amor imposible: una joven blanca, aristocrática -en el muy racialmente dividido pueblo de aquellas épocas-, a la que el poeta mulato no podía ni acercársele; en las cartas de una monja portuguesa, Mariana Alcoforado, una joven monja abandonada por su amado después de una breve y apasionada relación; en Kafka y Felice; Amorim y Lorca; Sor Juana y el Arzobispo; Florentino Ariza y Fermina Daza; en tantos amores no consumados y epístolas que testificaron sobre los mismos; en las lecturas sobre viejos que son víctimas de fraude en la red cibernética, encontré las fuentes de la "locura temporal".
A esa tercera edad cuando el fin del camino se acerca, todo aquello que las lecturas anteriores ayudaron a formar, lo descarrila. La vergüenza, el dolor visceral, el miedo, el odio, la ira, la venganza, una vez despreciadas por la juventud irreverente y transgresora, se apoderan de uno, y tumban, desmantelan las defensas. Y en gran medida, por haberse hecho parte del psique, moldeándolo, las lecturas activaron el desquicio del mismo, lo derrumbaron; también sirvieron para encaminar de nuevo las rutinas y la escritura de un viejo lastimado, mejor informado. Esperemos que otras lecturas, en su suma, no nos fragmenten otra vez. Puede que para ese momento, no importen.
EL ESPÍRITU DE LA CREACIÓN
Eros, esa misteriosa energía que es parte de toda la creación, se apoderó de mí mientras escribía los textos que he posteado durante estos muy revoltosos y angustiosos meses de agosto y septiembre.
Eros pacificó el psiquis; convirtió la guerra interna, el desbocamiento emocional, en luz: poesías, relatos, denuncias.
Eros vibraba por todo mi cuerpo, despertó el saber, erizó las membranas, incrementó la respiración, las palpitaciones, sacudió las sensaciones, excitó el deseo de tener un orgasmo, logró que la escritura remplazara al cuerpo del otro. Escribía y -en lenguaje figurado- me venía.
POEMA DE AMOR COMO ESCAPE AL NEO FASCISMO EN LOS EEUU
Esta noche cuando tantos hombres y mujeres pierden un derecho básico a tener un buen apoyo médico, poder viajar sin sentirse perseguidos, amar sin condiciones, a sentir que la comunidad los protege cuando más la necesitan, alguien en algún sitio está escribiendo un poema de amor, otro más. Traté de buscar uno y encontré miles, pero no pude leerlos.
NIGHTHAWKS EN UNA FONDA NEOYORQUINA
"Y soltero, un poco ajado por la edad, pero sin necesidad de viagra y, en general, con mucho donaire, hidalguía y en buen estado físico” era lo que pensaba seguir diciendo aquella noche hopperiana en la Octava y Catorce; pero el cuarentón solitario y preguntón solo quería conversación, y yo deseaba algo más: un novio o una cita para no seguir cargando la soledad de un setentón, a cuestas, con un futuro limitado por la edad.
Regresé a mi plato, un muy navideño pastel puertorriqueño, antes de que se enfriara, endureciese, "pusiese como palo" y que terminara también sin comida. El pastel me miraba, no habló; pintó una versión criolla de Nighthawks por Edward Hopper, en una fonda puertorriqueña en Chelsea, Manhattan.
POSESIONES
Desde la puerta de aquella casa vieja, vieja, pobre, muy pobre, donde dormíamos cuatro o cinco en un cuarto (los demás adultos en la sala, cocina), en dos camas con colchonetas cuya guata salía por los rotos de los forros y se enredaba en los alambres de los muelles que la sostenían, lo veía pasar, vestido "de punta en blanco", hacia las fiestas de cumpleaños a las cuales no éramos invitados. Lo quería. No a él; su ser. Hoy, en Manhattan, ni las fiestas de cumpleaños ni las ropas determinan el deseo de poseer, de ser.
GUAYAMA ME LLEVÓ HASTA GÉNOVA
-¿Y qué lo trajo por aquí?
-Ando buscando a Colón.
La señora que me atendió cuando fui a la pequeñita casa-museo donde alegan nació o vivió el genovés que comenzó la europeización/colonización de las Américas sonrió ante mi respuesta. Me dio, no recuerdo, qué información. Caminé un poco por la pequeña casa, salí y seguí paseando por Génova.
(El cinismo, mal que aqueja/caracteriza a los colonizados/neo-colonizados/oprimidos/proto-colonizados/pseudo-colonizados, se me sale por los poros. Cuentan las leyendas que Esopo, el más conocido de todos los cínicos, era un esclavo egipcio que creaba, de haberlas creado, las fábulas porque si hablaba literalmente de los faraones, podía ser ejecutado. ¿A cuántos no siguen ejecutando o tratando de ejecutar los modernos faraones? Véase en este blog diversas crónicas sobre este tema.)
“En un pueblito de Italia nació Cristóbal Colón… y la gente se burlaba… al palacio del rey…” son fragmentos de la letra de aquella canción infantil que teníamos que memorizar en la elegante escuela elemental al final de la cuesta en la Calle Ashford, en aquel pueblo caluroso, seco, de frente al mar Caribe. Todos los doce de octubre cantábamos aquella canción, teatralizábamos la “gesta descubridora” y nos alegrábamos de haber sido parte de la colonización de las Antillas.
(En un pueblo donde la mayoría de la población era de ascendencia africana, nunca aprendíamos canciones ni leyendas sobre las gestas de los esclavos. De los pataquíes se hablaba en las casas, en secreto. Mirábamos hacia España y Europa, y un poco hacia los EEUU; pero era España nuestro norte.)
El hombre cuarentón, flaco, me miró directamente y siguió estudiando la pieza en el museo que luego visité. Yo lo miré y seguí caminando por otras galerías. No recuerdo su cara. Recuerdo el pasarnos, mirarnos, desearnos, y no hacer nada más. Recuerdo su pasión por la obra que el allí observaba. No recuerdo la pieza.
(Génova era parte de la memoria colectiva de mi generación en el Puerto Rico de los cincuenta. Hasta esa generación, si tenías recursos, era a Europa donde iban a estudiar los jóvenes económicamente pudientes de la isla de los encantos. Con la colonización y control de la educación privada en manos de curas y monjas estadounidenses, el “status symbol” cambió: las generaciones que nos siguieron desean poder asistir a las universidades norteamericanas. Ya ni hablan de Génova, ni cantan “en un pueblito de Italia..."; todavía no leen sobre los pataquíes.)
Siempre me ha atraído la gente de mi edad, ni mucho más jóvenes ni mucho más viejos, y en Génova pude haber parado, conocido al flaco cuarentón, hablar con alguien; decidí que prefería la imagen, la memoria, el deseo sin las complicaciones de lo concreto. Escribí unas notas sobre ese momento y seguí caminando por el puerto, tomé un café, esperé la tarde; las que siempre me angustiaban antes de mi viaje al pueblo donde nació Colón.
(Dicen ciertos eruditos que el deseo erótico en los humanos está tan ligado a las fantasías, que al fin de cuentas, es un acto narcisista, es a nuestro ego enamorado al que amamos y tratamos de satisfacer poseyendo al otro. Si para los animales la copulación es el foco de la sexualidad, para nosotros es la fantasía, la que nos guía el acto sexual. De encontrar fallas en nuestra pareja, perdemos el deseo. El flaco genovés me recordaba al flaco de Guayama. Preferí controlar las fantasías, no quise volver a Guayama.)
Las tardes del pueblo caluroso, caribeño, rodeado de cañaverales, despertaban una especie de melancolía la cual no podia comprender; aprendí a vivir con ella, disfrutarla. Llegada la noche, el pueblo se acostaba y no había salida ni espacio para satisfacer los deseos de un adolescente que curioseaba otros nortes. Pensaba que al dejar el pueblo, el saudade, aquel estado de ánimo que me arropaba una vez la luz tenue, algo amarillenta, barruntaba la llegada de la noche, iba a ser amortiguado. Llegaban las tardes y llegaba la melancolía. En Génova ocurrió el milagro. El flaco del museo sirvió de catarsis. En el café, aquella tarde de verano, después de visitar a Colón, la melancolía no hizo su aparición.
(Quizás la melancolía vivida en aquel pueblo era causada por la falta de una experienciaa que hubiese permitido canalizar mis deseos de ser otro, europeo, quizás, y encontrar mi descubridor. Nuestros deseos se fundamentan en una ausencia, ya que la fantasía no responde a nada real. Colón se concretizó en una pequeña y humilde casita de Génova, perdió su magia; y al descartar al flaco del museo, controlé mis fantasías. Ya no deseaba al flaco de Guayama. La melancolía sin la substancia que Guayama estimulaba no podía volver a arroparme.)
Todavía sigo enamorado, esta vez es del romance mismo, sin flacos en Génova o Guayama
La señora que me atendió cuando fui a la pequeñita casa-museo donde alegan nació o vivió el genovés que comenzó la europeización/colonización de las Américas sonrió ante mi respuesta. Me dio, no recuerdo, qué información. Caminé un poco por la pequeña casa, salí y seguí paseando por Génova.
(El cinismo, mal que aqueja/caracteriza a los colonizados/neo-colonizados/oprimidos/proto-colonizados/pseudo-colonizados, se me sale por los poros. Cuentan las leyendas que Esopo, el más conocido de todos los cínicos, era un esclavo egipcio que creaba, de haberlas creado, las fábulas porque si hablaba literalmente de los faraones, podía ser ejecutado. ¿A cuántos no siguen ejecutando o tratando de ejecutar los modernos faraones? Véase en este blog diversas crónicas sobre este tema.)
“En un pueblito de Italia nació Cristóbal Colón… y la gente se burlaba… al palacio del rey…” son fragmentos de la letra de aquella canción infantil que teníamos que memorizar en la elegante escuela elemental al final de la cuesta en la Calle Ashford, en aquel pueblo caluroso, seco, de frente al mar Caribe. Todos los doce de octubre cantábamos aquella canción, teatralizábamos la “gesta descubridora” y nos alegrábamos de haber sido parte de la colonización de las Antillas.
(En un pueblo donde la mayoría de la población era de ascendencia africana, nunca aprendíamos canciones ni leyendas sobre las gestas de los esclavos. De los pataquíes se hablaba en las casas, en secreto. Mirábamos hacia España y Europa, y un poco hacia los EEUU; pero era España nuestro norte.)
El hombre cuarentón, flaco, me miró directamente y siguió estudiando la pieza en el museo que luego visité. Yo lo miré y seguí caminando por otras galerías. No recuerdo su cara. Recuerdo el pasarnos, mirarnos, desearnos, y no hacer nada más. Recuerdo su pasión por la obra que el allí observaba. No recuerdo la pieza.
(Génova era parte de la memoria colectiva de mi generación en el Puerto Rico de los cincuenta. Hasta esa generación, si tenías recursos, era a Europa donde iban a estudiar los jóvenes económicamente pudientes de la isla de los encantos. Con la colonización y control de la educación privada en manos de curas y monjas estadounidenses, el “status symbol” cambió: las generaciones que nos siguieron desean poder asistir a las universidades norteamericanas. Ya ni hablan de Génova, ni cantan “en un pueblito de Italia..."; todavía no leen sobre los pataquíes.)
Siempre me ha atraído la gente de mi edad, ni mucho más jóvenes ni mucho más viejos, y en Génova pude haber parado, conocido al flaco cuarentón, hablar con alguien; decidí que prefería la imagen, la memoria, el deseo sin las complicaciones de lo concreto. Escribí unas notas sobre ese momento y seguí caminando por el puerto, tomé un café, esperé la tarde; las que siempre me angustiaban antes de mi viaje al pueblo donde nació Colón.
(Dicen ciertos eruditos que el deseo erótico en los humanos está tan ligado a las fantasías, que al fin de cuentas, es un acto narcisista, es a nuestro ego enamorado al que amamos y tratamos de satisfacer poseyendo al otro. Si para los animales la copulación es el foco de la sexualidad, para nosotros es la fantasía, la que nos guía el acto sexual. De encontrar fallas en nuestra pareja, perdemos el deseo. El flaco genovés me recordaba al flaco de Guayama. Preferí controlar las fantasías, no quise volver a Guayama.)
Las tardes del pueblo caluroso, caribeño, rodeado de cañaverales, despertaban una especie de melancolía la cual no podia comprender; aprendí a vivir con ella, disfrutarla. Llegada la noche, el pueblo se acostaba y no había salida ni espacio para satisfacer los deseos de un adolescente que curioseaba otros nortes. Pensaba que al dejar el pueblo, el saudade, aquel estado de ánimo que me arropaba una vez la luz tenue, algo amarillenta, barruntaba la llegada de la noche, iba a ser amortiguado. Llegaban las tardes y llegaba la melancolía. En Génova ocurrió el milagro. El flaco del museo sirvió de catarsis. En el café, aquella tarde de verano, después de visitar a Colón, la melancolía no hizo su aparición.
(Quizás la melancolía vivida en aquel pueblo era causada por la falta de una experienciaa que hubiese permitido canalizar mis deseos de ser otro, europeo, quizás, y encontrar mi descubridor. Nuestros deseos se fundamentan en una ausencia, ya que la fantasía no responde a nada real. Colón se concretizó en una pequeña y humilde casita de Génova, perdió su magia; y al descartar al flaco del museo, controlé mis fantasías. Ya no deseaba al flaco de Guayama. La melancolía sin la substancia que Guayama estimulaba no podía volver a arroparme.)
Todavía sigo enamorado, esta vez es del romance mismo, sin flacos en Génova o Guayama
UN BICHO DESPOJA ESPÍRITUS
La espiritualidad en Guayama trascendía los ritos y dogmas. En esos pueblos caribeños el sincretismo religioso (cristianismo, espiritismo kardeciano, animismo africano, brujería) sirve para cuestionar muchas de las prácticas de una u otra religión tradicional, o cualquier corpus ideológico de corte espiritual; a la vez que ayuda a poder apreciar algunas de esas creencias. El sincretismo separaba e integraba.
Ese baño religioso en aquel caluroso y sofocante pueblo obligaba a no perderle el respeto sin temer demasiado a los fenómenos sobrenaturales. Si alguien experimentaba alguna sensación que no podía explicar racionalmente decía que le había bajado, entrado, al cuerpo algún "muerto chiquito", un espíritu ambulante (frase con la que designaba lo sentido, muchas veces acompañada con un grito, "fuera de aquí", una sacudida de brazos, un poco de agua bendita regada por doquier, y persignarse.
Un escalofrío sorprendió el correo electrónico que estaba escribiendo para aclarar unos puntos sobre culturas, espiritualidad y medicina, resultado de una larga conversación sobre enfermedades con un amigo uruguayo; un tipo religioso, pero ni dogmático ni carcomido por tal o cual secta. No pude enviar el mail.
Mientras escribía el mensaje con pasión y convicción, me pasaron dos cosas a la vez: sentí que me cayó algo encima, y a la misma vez, se perdió el mensaje en el equipo inteligente. Una risa incómoda acompañó la pregunta: "¿Un muerto chiquito?”. La conjetura: no habrá querido que enviase el mensaje lleno de amor e inteligencia espiritual.
Explicación racional: Estamos en el comienzo del verano austral, en una casa rodeada de árboles y jardines, no tengo mosquiteros, ni me gusta el aire acondicionado, y los insectos se meten dentro de la casa, y lo que me cayó encima parecía una cucaracha, tipo phylophaga. Nada que ver con un "muerto chiquito". Era un bicho uruguayo.
Con el susto que me causó la cucaracha voladora, sin querer salté de la silla, le di delete al mensaje, mas por suerte y ayuda de los "computer back-ups", del amor de los poderes universales, no perdí ni el juicio por completo ni el mensaje.
La cucaracha luego siguió su vuelo; salió por la ventana. No era un bicho peligroso.
Ese baño religioso en aquel caluroso y sofocante pueblo obligaba a no perderle el respeto sin temer demasiado a los fenómenos sobrenaturales. Si alguien experimentaba alguna sensación que no podía explicar racionalmente decía que le había bajado, entrado, al cuerpo algún "muerto chiquito", un espíritu ambulante (frase con la que designaba lo sentido, muchas veces acompañada con un grito, "fuera de aquí", una sacudida de brazos, un poco de agua bendita regada por doquier, y persignarse.
Un escalofrío sorprendió el correo electrónico que estaba escribiendo para aclarar unos puntos sobre culturas, espiritualidad y medicina, resultado de una larga conversación sobre enfermedades con un amigo uruguayo; un tipo religioso, pero ni dogmático ni carcomido por tal o cual secta. No pude enviar el mail.
Mientras escribía el mensaje con pasión y convicción, me pasaron dos cosas a la vez: sentí que me cayó algo encima, y a la misma vez, se perdió el mensaje en el equipo inteligente. Una risa incómoda acompañó la pregunta: "¿Un muerto chiquito?”. La conjetura: no habrá querido que enviase el mensaje lleno de amor e inteligencia espiritual.
Explicación racional: Estamos en el comienzo del verano austral, en una casa rodeada de árboles y jardines, no tengo mosquiteros, ni me gusta el aire acondicionado, y los insectos se meten dentro de la casa, y lo que me cayó encima parecía una cucaracha, tipo phylophaga. Nada que ver con un "muerto chiquito". Era un bicho uruguayo.
Con el susto que me causó la cucaracha voladora, sin querer salté de la silla, le di delete al mensaje, mas por suerte y ayuda de los "computer back-ups", del amor de los poderes universales, no perdí ni el juicio por completo ni el mensaje.
La cucaracha luego siguió su vuelo; salió por la ventana. No era un bicho peligroso.
MARGUERITE DURAS AYUDA A ENTENDER LAS PATADAS
A los cinco años te dan una patá' por el culo, corres y te escondes, no sabes qué esperar; a los diez, en medio de la pobreza, después de una de muchas patá's, bajas la cabeza, y aprendes a evitar ese camino y que te den otras patá's; a los catorce, te levantas, estudias las opciones, decides, y encuentras otros caminos. Los caminas, triunfas, no esperas màs patá's. Iluso. Llega otra bien tarde, acompañada por la cortés diplomacia del hombre bien educado; no la esperas a la curtida edad de los setenta y pico. De esa última no te quieres levantar más, no quedan muchos caminos; fuera de volver a leer El Hombre atlántico por Marguerite Duras.
GENET: LOS DESEOS
Anoche, después de dormir muy poco, desvelado, busqué al Querelle de Jean Genet entre mis libros. No lo encontré. Ya lo tenía conmigo, en mis sensaciones -me desperté con ellas; un sueño-pesadilla las activó-, que Genet recrea en su novela, y para calmar eso que está tan dentro de uno, que no tiene nombre, me di un paseo por la red en busca de estudios y críticas de la obra que recoge como pocos el lado obscuro de la relación entre el deseo carnal y la muerte. Y como nadie, también recoge y describe lo que los ojos expresan cuando un hombre desea a otro hombre: la suma de todo lo que se siente en cada célula, órgano, espíritu ante quien es el objeto-cuerpo deseado; incluyendo poseer al otro tan completamente, que lo devorarías por completo hasta hacerlo parte integral tuya, que no tenga existencia propia, que ambos sean uno.
Sartre dice en San Genet: Comediante y Mártir que la vida de Querelle es "una aventura que se desarrolla dentro de nosotros mismos, en la región más profunda, más asocial de nuestra alma, y que es precisamente porque dota de vida a sus criaturas –y voluntariamente asume el peso del pecado de ese mundo surgido de él- por lo que el creador libera, salva a la criatura y se sitúa a la vez más allá o por encima del pecado. Quede, pues, libre de pecado, ya que por su función y mediante nuestro verbo el lector descubre dentro de sí a estos héroes que hasta entonces se pudrían en su interior…”. En el interior de cada lector, cada amante que desea.
Lo que Genet no describe es el deseo que siente el hombre que quiere ser poseído por el otro, que lo hagan parte suya, del objeto deseado, puro éxtasis, cual víctima de un vampiro, esencia pura; tu cuerpo consumido por quien te posee.
MIGUITAS DE TERNURA CON RATA DE DOS PATAS
Buscas que te quieran, te deseen con ansias locas, se derritan por ti, tratas distintas estrategias: elogias sin mesura, envías besos a diestra y siniestra, te haces el difícil, humilde que casi te doblegas, arrogante ego-absorbido, das rienda suelta al orgullo, pones las defensas bajo control, sigues camino, dejas que la vergüenza se junte con la maldad y el rencor, montas tremenda batalla y te llevas de por medio a quién sea, das un un buen "aunque me joda”, tratas de nuevo la conquista, o todas las anteriores mientras te abres a cada uno de los sentimientos e ideas que te abruman, te emborrachas por unas cuantas semanas, y, de vez en cuando oyes a Facundo Cabral cantar Miguitas de Ternura, o tocas fondo y te desgarras con Paquita la del Barrio y su Rata de dos patas.
MADRUGADAS DE LA TERCERA EDAD
Cada día es un misterio; cada madrugada, al despertar, un asombro.
Sales de un no-espacio, lo indefinido, volaste, transformabas, brillaste, saltabas, obscureciste, regresabas, desapareciste, ibas y venías, abrazaste, te amaron, viniste en un no-tiempo, regresa, entras a un túnel, caminas arropado por los ecos, el viento ensordecedor, sin luz, paras a veces, no sabes si hay salida, sigues, gritas, gritas, gritas para hacerte parte del eco, del túnel. No existes. Recuperas. Al fondo hay un poco de luz, y sin esperarlo, un viento te empuja afuera. Débil, sin ecos, sin vientos, sin obscuridad, ¿qué haces?
Despiertas, andas sobre el piso de madera prensada, te bañas.
Entras al espacio definido, la palabra determinada, el amor condicionado, el amor inesperado, las mentiras de quien pretende quererte, el supuesto amigo, las verdades del vecino, el apoyo de un desconocido, la sinceridad de algunos, la deshonestidad de otros, los pasos medidos por la historia, el cuerpo regulado por el tiempo.
Entras al espacio definido, la palabra determinada, el amor condicionado, el amor inesperado, las mentiras de quien pretende quererte, el supuesto amigo, las verdades del vecino, el apoyo de un desconocido, la sinceridad de algunos, la deshonestidad de otros, los pasos medidos por la historia, el cuerpo regulado por el tiempo.
Tomas café con leche, lees, predices el pasado.
EL SOBRINO NIETO FASHIONISTA
“!No te pongas zafia conmigo!”: dije en inglès (su idioma vernáculo) a mi sobrino-nieto. Nació y creció en el Middle America, bilingüe, fashionista de profesión, y muy ducho en el uso transgredido de los géneros: él/ella, conmigo su tío-abuelo -cuando nos da la gana, entre èl y yo, el uno con el otro-. En otros momentos, si lo requieren, somos también los típicos tío-sobrino. Transgredimos porque podemos y queremos con nosotros y entre nosotros.
Su comentario cínico -“!Quiéres que le pida a Lagerfeld que te cosa otro modelito!"- surgió porque lo molestó mi crítica de los trajes blancos que el Karl diseñó para la casa Chanel. Activó mi lengua de viejo gay malvado y tajante, y por eso lo regañé con un "no te pongas zafia conmigo".
"Parecen enfermeras, con los sombreritos trade mark y los sastres blancos”: fue parte de mi critica a la pasarela de primavera, Chanel en París, 2017, que escribí antes de llamarlo "zafia".
"Mira el resto, y luego opinas": respondió.
Vi el resto y callé. Muchos de los trajes eran esculturas en movimiento. Una pena que las modelos, como se parecen todas, no le añadieran carácter, volumen, perspectiva, luz, ritmos particulares a cada uno de los detalles de las obras, con sus cuerpos anémicos, sin brillo, "border-line" catatónicas, reduciendo las esculturas de tela a trajes para ser vendidos. No transgredieron.
Sobre ese último comentario estuvimos de acuerdo, y sobre los cuellos de camisa que se pone la Lagerfeld, que ni él, joven a la moda, ni yo, veterano sin moda o fuera de la moda, nos pondríamos. Tampoco nos pondríamos los trajes sastre de Chanel porque nuestro "gender fucking" es lingūístico, aunque travestimos dentro de los parámetros masculinos, los que Lagerfeld y Chanel han ayudado a expandir un poco, un poco de transgresiones.
El JÍBARO: REHÉN DE UNA CULTURA
"...... un arte político que limpia la imagen de la realidad, la estetiza, y se ha convertido en una empresa gracias a su visión misericordiosa.....". (Francisco Papas Fritas. The Clinic, 02 Enero 2015)
Unos comentarios y chistes racistas que un suramericano ha hecho en distintas ocasiones me han llevado a los apuntes, diarios y lecturas sobre el mundo jíbaro en el que me crié: su forma de hablar, pensar y comportarse. Los jíbaros hemos/han sido representados como violentos, atrasados culturalmente, huraños, seres patéticos o como piezas folklóricas o marcas de partidos populistas. En Guayama, recuerdo de niño, éramos motivo de burla, de parte de los blanquitos del pueblo y sus pseudo-blanquitos (qué mucho mulato en ese pueblo andaba/anda con ínfulas de estatus y negaba/niega su herencia africana).
Aquel ideario de origen clasista servía/sirve para distinguir la genealogía virtuosa y superioridad cultural de las clases medias urbanas y denunciaba/denuncia a los no 'virtuosos'. Esto es: los pobres, los jíbaros. En muchos casos, esa virtuosidad y superioridad cultural puede tapar cualidades nada encomiables como lo son la traición, la deshonestidad vestida de diplomacia (conozco unos cuantos que sufren de esas cualidades, y he leído bastantes libros y visto películas que las representan muy bien). No es un pueblo solamente el portador de una cultura, sino, además, su rehén, y donde hay dos o más escalas de valores distintas guiando a un pueblo, si no se dialogan, un choque es inevitable.
Dentro de la cultura del jíbaro, el honor fue uno de esos valores reproducidos. Su defensa estaba ligada a otros valores: la honradez, traición, lealtad, reputación, vergüenza, respeto. Cuando un vecino, o un supuesto amigo, o un pretendiente le faltaba el respeto o lo traiciona o le miente a un jíbaro o a sus descendientes están retando, minimizando su sentido del honor, y lo obligan a que se defienda, a cómo dé lugar. De eso que no quede duda; incluyendo escribir.
SOBRINO-NIETO Y TÍO ABUELO EN EL TÍA MARÍA DE SANTURCE
Un abrazo, un joven y un hombre mayor, cada cual vestido con estilo y sentido de informalidad. Nada de ropas entalladas o demasiado armonizadas. El joven trata de tranquilizar al mayor. El mayor sonríe, agradece y le toca un cachete. Un tercer hombre flirtea con el joven, y pregunta indirectamente: "¿Una pareja, un 'sugar daddy?",
“No -respondió el joven- es mi tío abuelo".
"¡Uy! -exclamó el tío abuelo- tan ricachón y decadente me veo como para parecer un viejo pargo."
El sobrino: joven y guapo, con tremendo trabajo en el mundo de la moda.
El tío abuelo: viejo y estrujado por la vida, maestro jubilado.
Ambos gays, con una cualidad en común: no les impresionan los tontos y tontas que andan buscando "groupies": los que tratan de absorber al significativo otro, de definir su identidad a base del status ajeno.
Luego, más luego, el sobrino-nieto, descendiente de jíbaros del Centro de la Isla por todos lados, agarró al tío-abuelo por la mano y lo ayudó a cruzar la avenida Ponce de León en Santurce, después de uno ser casi conquistado y el otro ser confundido con un “pargo” (en jerga gay boricua: los viejos que mantienen a los jóvenes) y tomarse unas copas en el bar Tía María.
(C) Gerardo Torres Rivera (2017)
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