En una reunión
en PR, un grupo de cinco hombres gays, anti-colonialistas y fuera del closet,
discutían el estado de la sociedad puertorriqueña. Tres de ellos procedían de
las clases obreras de la isla, graduados de escuelas públicas y de distintas universidades;
los otros dos habían estudiado en exclusivos colegios privados, y pertenecían a
familias ligadas a ciertos círculos exclusivos de San Juan. Su análisis y
reflexiones sobre el status político y
los efectos sobre las islas de PR no variaban mucho. Era la actitud hacia lo
puertorriqueño lo que marcaba las diferencias entre ellos.
La diferencia en la actitud parecía haber sido definida por sus
procedencias de clase, sus vivencias y educación. Mientras dos de ellos, sin
caer en el folklorismo insulso, se referían a los problemas de la isla desde
una perspectiva política, sus instituciones y su relación con el status; otros
dos hablaban del asunto partiendo desde los puertorriqueños mismos. Su análisis
consistía en despreciar a los puertorriqueños. Los primeros separaban la experiencia
más amplia de lo que comprende la “puertorriqueñidad” de la realidad política.
Los dos últimos no podían separar la conceptualización de lo puertorriqueño de
la realidad histórica que es impuesta desde afuera; daban la impresión de que ellos no se percibían como miembros de esa comunidad.
El quinto observaba, documentaba y callaba.
Algo parecido presentan Edgardo Rodríguez Juliá cuando
en sus ensayos se refiere a los jibaros como cafres; o cuando Luis Rafael
Sánchez presenta a los inmigrante en “La Guagua Aérea” como chusma; y Ana Lydia
Vega recrea a los niuyoricans en “Pollito Chicken” como tontos colonizados y que
para ser concienzados se rquiere una buena “chingada”. No pueden distinguir
entre un particular y lo genérico.
Al despreciar el jibaro, el inmigrante, el
niuyorican se desprecian a sí mismos. Y despreciarse a sí mismo o al
significativo otro es uno de los resultados que traen las relaciones
coloniales, neo-coloniales, esclavistas. Representa(n) al jibaro, los puertorriqueños, los negros, los gays, los
dominicanos, los pbres como si fuesen una sub-especie humana, con características tan
fijas que los acercan más al comportamiento automático de ciertos animales y no
como seres reflexivos y pensantes.
La colonización, los colonizadores y sus descendientes
es un tema que no puede discutirse en blanco y negro. ¿Pueden los descendientes
de los colonizadores ser evaluados de la misma manera que los que no lo son? En particular cuando
son estos los que más se benefician de las nueva relaciones coloniales. ¿No son
estas ideas, residuos de la colonia anterior? La colonia sicológica es tan
nociva como la geográfica-económica-militar.
Aunque los puertorriqueños no fuesen colonia política de los EEUU, sus
problemas de clase, color de piel y apellidos continuarán siendo contaminados
por esos otros factores que tanto afectan el cómo se percibe el mundo.
El
elemento primordial del control social sobre tal o cual grupo se encuentra en
la estrategia de la distracción; la que desvía la atención del público de los
problemas importantes y de los cambios decididos por las elites políticas y
económicas; estrategia que usa la técnica del diluvio o inundación de continuas
distracciones y de informaciones insignificantes. La estrategia de la
distracción es igualmente indispensable para impedir al público interesarse por
los conocimientos esenciales que sirven para ayudar a los que viven en los
márgenes del poder a tomar conciencia sobre quiénes controlan y cómo controlan.
En Puerto Rico, recientemente, mientras las masas marchaban en contra de que le
otorguen derechos a todos y, por ende, ser protegidos contra el abuso doméstico,
sus líderes religiosos no se tienen que preocupar por rendir cuentas sobre sus
bienes bancarios, sus abusos de poder, sus vínculos con grupos y políticos siniestros, su servicio a los corruptos, lo neo-colonizadores* (un tema para seguir….)
* "El vicepresidente (argentino) Amado Boudou advirtió.... 'al. colonialismo que sigue acechando detrás del capital financiero'." (Página12. Buenos Aires, 21 de febrero de 2013)
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