Tirado encima de mi cama." (Miguel Martínez López, Poemas de amor y axilas)
Olí el sobaco y me morí de celos. No era el sobaco de
Montgomery Clift en A place in the sun. Mucho
menos los de Marlon Brando en una de sus películas, en papel de típico guapetón
de Brooklyn. Tampoco eran las axilas
medio escondidas del David de Miguel Ángel. Ni - en el sentido estricto de la
palabra - olí el sobaco. Por decir que
con ver la foto de los sobacos de su amante en Facebook y sentir que hasta
podía oler su perfume natural, me quitó de su muro. Jamás se me ocurrió que aquél
sobre quien les cuento, era un grafitero portátil: te quito y te pongo en mi
muro.
“Belleza es, para esta fanática de la brevedad, una
cóncava silueta que se define como sobaco y, sobre todo, el masculino. La
curvatura y los vuelos de sus rizados vellos, combinados con un olor que emula
la más profunda significación de lo que es la testosterona, comprueba que la
belleza puede encontrarse en cualquier resquicio, en una parte oculta del
cuerpo. La axila es una provocación a la grandilocuencia…. Yo no confío en un hombre hasta no haber percibido el
olor penetrante de su axila, hasta no haber penetrado en ese breve mundo de sí
mismo, porque sé que quién mejor me hablará de la limpidez de su alma, de su
estatura álmica y de la belleza de su verdadero ser es esa cóncava simulación
de universo.” (Rocío Cerón, Elogio de la
Axila)Un sobaco no es suficiente motivo para negar el placer que se siente frente a los textos, mensajes, citas, fotos de bodas, bautizos, sobacos: los bien velludos de su tío en camisilla, con su lata de cerveza en la mano, explayando su modales de lumpen criollo; la prima que, acabadita de llegar de Paris, los mostró como recuerdo de su viaje y en referencia a que las mujeres francesas no se afeitaban por debajo de los brazos; el abuelo que todas las tardes se queda dormido con el brazo estirado hacia atrás, la baba corriendo por su barbilla, recordatorio de lo efímero de la vida. Todos lucían tan tranquilos y en paz con sus sobacos.
‘Había un aroma a valeriana con algo de amoniaco, a orina clorinada,
brutalmente acentuado a veces, incluso con una leve esencia de ácido prúsico,
una apenas fragancia de duraznos maduros’ (H.
Huysmans) “……que en sus novelas tanto insiste en los olores humanos y los de la
perfumería, y con tanta exactitud, ha dedicado uno de sus Croquis
Parisiens (1880) --el que
lleva por título “Le Gousset”[1]-- a los múltiples aromas de la axila
femenina.”..(Guillermo Sheridan, “La axila
misteriosa”. Letras Libres, publicado originalmente en el blog, El Minutario, Junio 7, 2013)
Me morí de celos ante la ausencia de vergüenza, me parece, sienten algunos cuando muestran los sobacos. Mis padres, abuelos y todas las generaciones que le precedían no permitían que estuviésemos medios desnudos en público; en camisilla frente a nadie. De los dormitorios se salía con las axilas cubiertas.
Vergüenza ajena también sentían frente a todo lo que otros hiciesen en un mundo donde hasta las axilas eran reguladas. Ya las escalas de valores que rigen la vergüenza han cambiado entre los jíbaros; distinto a algunas religiones que regulan no solo el vello de las axilas, regulan todos los vellos.
“La vergüenza (también llamada pena en algunos países centroamericanos(incluido México), andinos y caribeños[1] ) es una sensación humana, de conocimiento consciente de deshonor, desgracia, o condenación. El terapeuta John Bradshaw llama a la vergüenza "la emoción que nos hace saber que somos finitos".[2] (“Vergüenza”, Wikipedia)
Vellos que causan vergüenza; amistades que causan vergüenza; palabras que causan vergüenza; amores que buscan la clandestinidad.
Sintió tanta vergüenza y la molestia que ésta acarrea, deshonrado, me han contado otros, que además de quitarme de Facebook, también del muro quitó las fotos de los sobacos.
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