Sunday, December 14, 2014

Un lelolai en Brooklyn

Para volver a sentir lo que recordaba de nuestras navidades juntos iba todos los años a visitar a mi hermano en Brooklyn, una de esas casas donde se recreaba lo que una vez fue vivido en los campos de Puerto Rico: su comida tradicional, pero más que nada, la música.

No se oia salsa; mucho menos, a Andy Williams. Oíamos a Ramito, la Calandria, Chuíto, la Alondra, Germán Rosario y unos discos - grabaciones de autor - de unos cuatristas que mi hermano conocía porque también vivían en Brooklyn. Otros jíbaros desplazados que conservaban lo que muchos quieren olvidar: el mundo y la  música del jíbaro.

No he vuelto a Brooklyn desde que murió ni he vuelto a recrear en NY esas fiestas navideñas. Con su muerte murió mi vida navideña puertorriqueña en NY. No murieron los recuerdos ni la necesidad de revivir aquellas navidades que pasábamos juntos, cuando éramos niños y luego en el frío norte. Todavía sigue el deseo de timbrar un buen lelolai.

Durante parte de nuestra niñez y adolescencia, desde Guayama todos los años subíamos al campo - de donde habíamos salido físicamente, pero no espiritualmente - a celebrar los Reyes. En Jájome, en casa de la tía Mayito, se tocaban los cuatros, guitarras, tiples, gūiros y, a veces, una maraca, para acompañar una décima, un seis de andino seguido por un fajardeño, un chorreao antes de una buena controversia; un saludo serio, un usted y un buen apretón de manos, una despedida.

Mi hermano, en Brooklyn, vivía mas identificado con ese campo que yo. Él era respetuoso, reservado, algo huraño, y trataba de usted a todo el mundo.

Yo vivía en el otro Nueva York, el de los hippies, las discotecas, los bares de downtown.

Él trabajaba de sol a sol en las muy esclavizantes fábricas y en su casa, en Brooklyn, recreaba con la música aquel pasado de monte adentro que ambos habíamos dejado atrás.

En las navidades yo visitaba su mundo, mi mundo, el que yo vivía a medias, en las fronteras entre lo que nunca abandoné por completo y lo nuevo que andaba descubriendo.

Brooklyn no era Jájome. Era otro espacio, seguro y protegido por la nostalgia, donde ambos oíamos musicalmente nuestra historia en común. Ramito, la Calandria, Chuito, la Alondra, Maso Rivera, y otros cuatristas y trovadores  que por allí se oían, y le cantaban a aquello que nos unía y continuaba por dentro de los dos hermanos, que a pesar de las diferencias, se querían muchísimo.

Un  lelolai bien timbrado nos dejaba saber que Jájome estaba en Brooklyn; seguía con nosotros.









No comments: