El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define el vocablo guachafita como alguien falto de seriedad, orden o eficiencia. Este vocablo es usado de distintas maneras a través de Latinoamérica, a veces es deletreado con hache en vez de ge, pero el significado es más o menos el mismo. Su uso en Puerto Rico ha ido desapareciendo; los guachafitas no. Andan por ahí a tutiplén.
- Me gustaría verte de nuevo, dame tu teléfono -, un Don Juan.
- Su obra es innovadora, de un valor literario extraordinario -, un editor-mercader de libros. Cubra los gastos que se lo publicamos.
- Sí, Pepe -, mi abuela, quien desconfiaba de los guachafitas de verbo rápido y halagador.
La necesidad de crear falsas expectativas no se limita a los donjuanes del mundos, mercaderes de libros y deseos. Se encuentra en el diario vivir de todos nosotros: el que te trata de seducir románticamente, te habla en bolero; los médicos que te dan cita a una hora para luego encontrarse uno con un montón más de pacientes con cita a la misma hora; la señora de clase media que estaciona su enorme camioneta frente la entrada del garaje de tu casa y dice sin mucha preocupación, “yo vuelvo rápido”; la amiga que no se plantea el que puedas tener otros compromisos, “paso por allá entre jueves y domingo”; la empleada de oficina que se pone a hablar con sus compañeros mientras el cliente espera pacientemente; el chofer de taxis que se niega poner el metro y quiere cobrarte un suma exorbitante para un viaje de San Juan a Santurce.
Crear falsas expectativas está basado en el engaño, en el deseo de hacer creer que algo va a ocurrir. Y mientras esperas, el guachafita logra las metas concretas que le motivan a formular la ilusión de que te está sirviendo, ayudando, “algo va a pasar”.
El editor-mercader busca dinero y mientras lo consigue te otorga el premio de la letras; el médico en algún momento te dedicará diez minutos para hacerte creer que le preocupa tu salud; la amiga espera que surja algo más importante que tu compañía y con la posible visita te convierte en su persona más importante; la empleada espera lograr estar de buenas con sus compañeros; el chofer de taxi espera explotar a todo el que pague sin protestar. Los guachafitas están todos por ahí, mercaderes de deseos.
Todos “guachafiteamos" en bolero: el político que nunca implantará políticas anti-discriminatorias, mientras marchan a favor de las mismas; el sacerdote que te ofrece el paraíso si le confiesas tus pecadillos; la madre que te seduce con amores para que no le des más problemas; este escritor quien espera hacerles creer a todos los lectores que se puede jugar con la “huachafería”.
Y uno frente a ese jugar con las expectativas, tolera. Tolera porque es más difícil cambiar patrones culturales, nocivos o no, que lograr que los guachafitas dejen de hablar en bolero.
Saturday, January 10, 2015
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