Thursday, January 8, 2015

LA PASIONES DE LA JÚNIOR

Muchos otros tienen el apodo. Para los que te conocimos íntimamente (como amigos, algunos; en la cama, otros) eras el único Júnior, al cual le seguía tu muy poco común apellido. A nadie más nos referíamos como la Júnior.

Nos conocimos durante nuestros años universitarios y la amistad duró sobre cincuenta años. Un montón, y ¡qué montón!

Si algo te distinguía eran tus pasiones. Hasta cuando "fríamente calculabas" (que mucho te gozabas esa frase, te apasionaba decirla: fríamente calculado), era la pasión de poder calcular y ejecutar lo tramado el motor que te guiaba. Tramas de todo tipo: desde las politico-burocráticas hasta las románticas. Algunas eran tramas geniales, otras pueriles. Todas guiadas por el intenso deseo de calcular.

Si los demás amigos y conocidos que murieron a causa del SIDA, lucían resignados, entregados a esos últimos momentos, desligados de las posesiones y deseos carnales, la Junior no. Daba órdenes desde la cama, organizaba visitas, criticaba comportamientos, escogía simpatías, y con los deseos de adolescente por primera vez enamorada, esperaba al guardia

De todas las pasiones, las románticas fueron las que te siguieron hasta la tumba. Enclenque, consumido por el VIH, sin masa corporal o capacidad para caminar o moverse, con tres pelos en la cabeza, cuando sabias que venía el guardia, tu última gran pasión, pedías una peinilla y un espejo.

Que había que lucir "exacta" (una palabra que nos gustaba usar, ¿cómo me veo?, te ves exacta) para el hombre que te revolvía las vísceras; el que en esos momentos te desarmaba las pasiones, las que te hacían creer que ibas a vivir para siempre.

Sobre otros amigos - algunos muertos y otros envejecidos - y esa época que nos tocó vivir y servir de "carne de cañón histórico y médico" había escrito; sobre ti, el más antiguo de mis amigos "entendidos", no. Ninguna razón en particular, hasta ahora, cuando - distinto al anarquismo de Gūnter, lo estético de Ariel, lo bailao de Frank, el claque de la moda con Ernesto, lo campesino de Gary, el desprecio por los falsos burgueses de Joachim - encuentro que lo más que te distinguía era permitir que las pasiones - desenfrenadas, a veces; calculadas, en otras - te sirvieran de motor existencial.

Y en esos últimos momentos, en el hospicio en San Juan, no fueron los medicamentos, o la herencia (como no eras codicioso ni avaro, no tenías nada que dejar), o los irresueltos problemas y deudas con tus amigos y familiares (pedir perdón no era una de tus virtudes) lo que estaba presente. Era el deseo de ver y poseer al guardia. Quizás por eso pediste lo que no se podía cumplir, que regaran tus cenizas frente al cuartel de policías.


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