Saturday, January 6, 2018

ÁNGEL DE MI GUARDA, DULCE COMPAÑÍA

La oración era rezada para combatir el miedo. Aquellos jíbaros no hacían uso de análisis psicológicos o sociológicos para buscar la paz interna; tenían una fe inquebrantable en la protección que estaba en los cielos; los cuales eran visualizados como un sitio donde se encontraban los ángeles. Era tal su firme creencia que, cuando anunciaron el primer viaje a la luna, una de mis tías reaccionó molesta ante el que los hombres fuesen tan atrevidos, que trataran de ir hasta los espacios divinos. No recuerdo, pero seguro que se persignó. Besaban rosarios, crucifijos, pies de estatuas de santos en la iglesias, ya que dichos imágenes y artefactos religiosos trasmitían y estaban cargados de un poder extraterrestre, espiritual. No creían en practicar brujerías ni ritos de ese tipo, esas eran cosas del maligno, otro ser extraterrestre. Tampoco entraban en la polémica (no la conocían) de los antiguos cristianos: si Jesús y Dios eran o no la misma substancia. No sé como respondieron cuando el papa Benedicto dijo que el limbo no existía y que el calvario estaba dentro de nosotros. 

Hoy, sus descendientes no besan crucifijos, estatuas o rosarios. Hacen uso de la psicología y sociología para entender y combatir el miedo. Se burlan de la brujería y de la creencia de que el espacio sideral es el cielo donde habitan los ángeles, dioses y diablos. Andan explorando sus calvarios interiores, y discutiendo la espiritualidad desde distintas perspectivas; algunos, para referirse a la misma, hasta usan palabras de corte científico: "energías, ondas, vibraciones". En algo no han cambiado: siguen creyendo que lo material, lo orgánico no es el único determinante de la vida. Mantienen la fe. A veces, rezan: "Ángel de mi guarda, dulce compañía no me desampares, ni de noche ni de día". 

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