Friday, May 30, 2014

CCNY, 1990s: gays y boricuas

Cuando empecé a trabajar en el College, en el otoño del 1973, ya estaba fuera del clóset. Fui testigo del motín en el Stone Wall, y asistí a las primeras marchas y manifestaciones, antes de que se convirtieran en un desfile carnavalesco.

El final de los ochentas trae un cambio en lo concerniente al tema sobre la homosexualidad de tal o cual profesor, deja de ser un tema controvertido como lo había sido hacia el 1973-4.

En una reunión de la facultad, el único profesor que también estaba fuera del clóset, nos contó a tres de mis compañeros en el programa donde comencé a trabajar (mis compañeros eran "niuyoricans" y conocían muy bien lo que era la discriminación, muy solidarios conmigo, y el mencionado profesor estaba al tanto de sus posturas sobre la homosexualidad) que algunos  miembros en su departamento dejaron de saludarlo. Cometió el grave error de celebrar una fiesta en su casa, en Brooklyn Heights, para los compañeros de la facultad, donde presentó a su pareja, pues se había cansado de hablar de él como su compañero de apartamento. "No more roommate's bullshit." Luego moriría como resultado de la Elvira, y ni un anuncio en las reuniones de facultad.

Yo entré fuera del clóset y no es hasta años mas tarde que reconozco el porqué algunos me trataban como me trataban. Después de todo, un puertorro con acento, fuera del closet - protegido por doña Lillian Weber, no es lo que los profesores, con unos perfiles culturales y étnicos bastante definidos por la vida en los suburbios, consideraban "acceptable standards". Mi carácter algo hostil me protegió contra el racismo disfrazado de buenos liberales que caracterizaba a esa manada de intelectualoides. Too bad!, sweeties.

Lo que esos profesores y otros mas tolerantes, que vinieron luego pero igual de elitistas, no entendían es que en los cincuenta, en la López Landrón de Guayama, leíamos a Doña Barbara, capítulos de El Quijote, Poe, y la Señora Olazagasti, maestra de Español 11, y su colega, la Señora Ortiz, Español 10, debatían públicamente, en el pasillo, sus posturas sobre los recursos literarios.

Ambas maestras tenían que haber conocido a Palés Matos. En la Superior de Guayama, en los cincuenta del siglo pasado, aprendí a apreciar las ideas y los debates. Una de las tareas escolares era debatir frente a nuestros compañeros. Yo nunca fui muy bueno debatiendo, pero aprendí a apreciar las ideas y sus medios.

A principio de los sesentas, los periódicos de las islas de los encantos informaban sobre las universidades, y el enfoque humanista era presentado como el modelo que seguían, empujado desde el Siglo XIX por la Sociedad Amigos del Pais y muy bien representado en el XX por los intelectuales de aquellos entonces. Y por aquella época, todavía, en menor grado, los líderes intelectuales del país y los pueblos eran comentados en las plazas. Frente a la hermosa plaza de Guayama, en un hermoso caserón  se encontraba una muy reconocida biblioteca privada, y en San Germán, los juegos florales eran un tema cotidiano.

Al venir de ese mundo (no lo idealizo, pues he escrito sobre sus fallas en otros ensayos) - la Superior de Guayama, las guerras ideológicas entre los esculapios y una orden estadounidense en la Pontificia Universidad Santa Maria Reina en Ponce, Puerto Rico - el muy especializado y pequeñito y bastante provinciano entorno del CCNY, resultaba fácil de entender; mentes tan especializadas pero estrechas en su conocimiento.

En otras palabras, mis compañeros no sabían por qué estudiaron lo que estudiaron o por qué enseñaban cómo enseñaban.  En la Pontificia de Ponce leíamos en Pedagogía a Summerhill. En CCNY leían revistas especializadas. Cada vez que me llegaban estudiantes graduados de ciertas universidades en PR, suspiraba de alegría, sabía lo estimulante que iba a ser el proceso de enseñanza-aprendizaje.

Para la década de los noventa todo cambió, entre algunos, y la tolerancia comenzó a salir del clóset. Elvira era/es demasiado poderosa para ignorarla, y las conversaciones eran menos estreñidas entre los que genuinamente querían/quieren aprender sobre los que viven al margen de los valores oficiales.

Como he escrito en otros ensayos, el cuento no termina con un final feliz a lo Hermanos Grimm. Llegaron otros que supieron camuflar sus prejuicios y "jodieron/jodían" a los que se le oponían. Por años fui el único  puertorriqueño en la facultad, el acento seguía, el desarmariado seguía, y eso no lo perdonan muchos, incluyendo algunos latinos que no perdían tiempo para "joder y discriminar" por otros lados; y como hemos aprendido muchos, a los poderosos "blancos liberales" y sus alcahuetes, le es mas conveniente contratar latinos no boricuas, pues así el asunto de la colonia y sus consecuencias lo pueden mirar de lejitos. Y si es un gay que no separa tal tipo de colonización de este otro tipo de colonización, ¡ay bendito!, pues prepárese, que "lo que viene no es pan de piquito" (el significado de lo que viene no es pan de piquito, busque por su cuenta, y si le molestan los refranes, "agúcese y coma berro").

(to be continued: un escrito en marcha)

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