Lo de parecer modelitos no le da autoridad a una lesbiana de clóset, o bisexual, o feminista que experimentó con mujeres por ser muy liberal, o no sé qué es. El que guste jugar con su identidad sexual y usarla para propósitos mas allá de lo político o sexual (vuelvo y repito) no le da autoridad para referirse a ellos como loquitas. Llenó la copa la nena que marcha en pro de los derechos de todos.
Tanto discurso freiriano de alfabetizadora de barrios y pueblos enteros para terminar delatándose con un,”te vi cuando ibas con las dos loquitas”. Dos loquitas que molestan con su carácter amanerado, delicado, finos, de muy buenos modales, nada agresivos; que molestan a las feministas tipo profesora dogmática de literatura anti-colonialista, la que gusta de los hombres “bien machos”. Loquitas que molestan a la estudiosa de Freire, y a otras u otros cuya liberación es a medias.
Así de clarito lo oí en la ciudad de Nueva York, un día tal del pasado año: dos loquitas.
Los mismos diminutivos que se oyen en otros lugares, con otros referentes: la negrita de Santurce tiene sobre cincuenta años, es una profesional en todo el sentido de la palabra y mide más de seis pies. Cuando se refieren a ella, es una negrita.
El jibarito no es un ser humano. Tampco es un agricultor con muchas décadas de experiencia. Es una pieza foklórica.
Diminutivos muy distintos de los que acarician: el cafecito o el juguito. Parecidos todos a los que disminuyen: el patito, negrito, indiecito, muchachita, muchachito, culito.
Loquitas los tres, y dos eran jibaritos. Lo decía, entre otros, una patita.
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