Ensimismada, cual niña engreída, juega con sus suaves lanas y fuertes algodones
En un largo paseo-desfile por Morningside Heights o Loisaida, un destello, un collage de tonalidades: verdes, rojos, azules, le canta al individualismo.
Soho en su mejor época, el verano, lleva a la vanguardia de la moda manufacturada a rendirle tributo a su carácter de chicquería recetada. SoHo se imita a sí misma.
Engalanada con sus mejores telas, Nueva York canta, habla, es un bembé de sonidos urbanos, caras, cuerpos y miradas de modulación rítmica.
Nueva York y la moda participan en la construcción y expresión de la identidad de cada uno de sus habitantes.
Las señoras del Upper West Side son vestidas por sus clósets. El fashionista Ariel Fernández sostenía que éstas, antes de salir, entran a sus armarios y dejan que las bufandas, trajes, faldas, blusas, pulseras, aretes, zarapes les caigan encima; vestidas para exhibirse por todo uptown; quincallas ambulantes.
Nueva York permite combinar y transformar identidades.
Caminar por Lenox y seguir hasta el antiguo Barrio Latino de East Harlem es cambiar de lenguas, de ritmos, de historias: del swing a la salsa, del inglés afro-americano al español caribeño y al resultado de su apareamiento con el inglés: el espanglish.
Nueva York es Palmieri, Puente, Colón y Pietri.
La historia de la ciudad es recreada en la música de origen afro-americano; y también, en la salsa: música fusionada de los ritmos tradicionales caribeños, integrados al jazz, creada por los hijos de los migrantes puertorriqueños, los niuyoricans.
La identidad de la ciudad se encuentra en sus múltiples códigos, idiomas, ritmos y colores.
En Nueva York no se puede estar callado, ni quieto.
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