Noviembre, 1992: Las lágrimas del padre eran las únicas que no pudieron ser controladas. El delgado, espigado, de una blancura casi transparente, señor de unos ochentas años era el mayor de los pocos que fuimos invitados al entierro. Su madre, hermano menor, cuñada, otro amigo y amiga y yo fuimos los testigos de ese momento cuando el cuerpo o las cenizas se integran por completo al resto de la naturaleza. Al almuerzo después del entierro fueron otros amigos, vecinos y muchos familiares, los muy notorios "hillbillies", que viajaron desde las famosas y míticas Apalaches en Kentucky.
A Gary lo conocí a principios de los setentas. Ambos éramos estudiantes. Él completaba su maestría en sicología y yo recién comenzaba el nunca completado doctorado en educación primaria. Tuvimos un affair que no duró mucho, y nos mudamos juntos a un apartamento en lo que era todavía la muy bohemia, multi culti, multi sexual, divertida y pintoresca capital de la vida cultural, etc., etc. de NYC: el Greenwich Village. Y en aquel apartamento murió a causas del Sida, un noviembre del 1992. Allí sufrió una muerte lenta, su deterioro físico, su derrumbe emocional.
Un derrumbe emocional que sufrió sin nunca expresarlo como lo hubiesen hecho aquellos que vienen de culturas más temperamentales, nada de tragedia griega ni puta felinesca. Con el estoicismo que caracteriza a esa tan particular gente de los montes en los estados sureños aguantó los años que vivió con el Sida.
Un derrumbe emocional que no le impidió darle la mano a otros amigos que habían pasado o estaban pasando por lo mismo. Él los ayudó en ese último camino. Incluso, estando muy enfermo, corrió al hospital a velar el cadáver de un amigo mientras el amante de aquel difunto llegaba para completar los trámites burocráticos que neutralizan los sentimientos en ese momento.
Gary no creció en las Apalaches. Sus padres, al igual que muchos hombres y mujeres abandonaron las montañas en busca de una mejor vida en las zonas industriales que se juntan en las fronteras del norte de Kentucky y el sur de Ohio e Indiana. Una zona urbana de clase obrera, compuesta mayormente por descendientes de los campesinos montunos; los que durante la depresión de los años treinta buscaron mejor vida económica en las nuevas industrias de los estados más al norte.
Durante el almuerzo, conversamos sobre la vida en los campos, los primos que no pudieron venir al "memorial", la buena comida típica con las tortitas saladas, los "peach crumble", los majados, el pollo frito, los "meat loaves", los vegetales hervidos y sobre cocidos, lo generoso que fue Gary con sus amigos y familiares; pero no se habló del Greenwich Village, del Sida, de esa otra vida más allá de las fronteras sureñas. De estos últimos temas hablamos los amigos en NY durante una cena en su honor.
Sumamete religiosos, los "hillbillies" bautistas - descendientes de los escoceses, ingleses, irlandeses y alguno que otro cherokee que por aquellos montes haya deambulado - siguieron a sus hermanos, primos, vecinos, y formaron esas comunidades que hoy bordean las ciudades de Dayton, Cincinnati, Richmond y Louisville. Al igual que los jíbaros con los que me crié - quienes tuvieron que abandonar los cerros para mudarse a los pueblos de la costa o a recoger tomates en el norte -, los "hillbillies" pueden ser cascarrabias, huraños y desconfiados, pero una vez hecha una buena amistad, leales y solidarios. Y así fue una amistad entre dos descendientes de montunos, que duró casi veinte años.
Sunday, November 9, 2014
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