Saturday, November 1, 2014
LOS RUMBOS DE LA CHOCHA
No, no es una autopista, Tampoco es un barrio al que se llega por la Piquiña, la mítica, curvilínea y tortuosa carretera entre Cayey y Salinas. Es, en lenguaje figurado, un bosque y un túnel. Es la vagina, texto y figura. Es una atracción sin límites.
Chocha, la palabra en su uso vulgar, es atrevida, desafiante. Ser soez no es mi intención. Prefiero entrar a ese bosque, ese túnel, esa atracción con ese nombre, el más fuerte de los términos que usan los puertorriqueños para referirse a tan explorado y estudiado órgano.
Si le llamo vagina no me inmuto; me separa la palabra casi técnica de todos los sentimientos y sensaciones primigenias o cultivadas que me arropan cuando la menciono. Chocha, distinto a lo que sienten los heterosexuales, por el contrario, me pone los pelos de punta.
Chocha me subordina, convierte en un pendejo frente a la castrante madre, la controladora mujer que insiste en guiar tus pasos, decidir tus movimientos, ahogarte en su ego y desaparecer el tuyo.
Distinta a esa esa chocha que te chupa, está la que se pega para entrar en tu ser y convertirse en tu sombra, la abnegada, la que se hace parte tuya, la que aparentemente no tiene identidad, o pretende no tenerla; la que se transforma en ti.
Todas estas chochas me han acompañado por este largo camino, durante tantas décadas, por esos frondosos bosques, casi convertido en ese muy típico viejo chocho; aquél, quien después de toda una vida andar ejerciendo con mano dura, mollero bruto, ordenando a diestra y siniestra, aterrorizando chochas, y chochitos, termina hecho un esqueleto.
Aquél que en muchos casos, decía mi amigo J. Batlle (qepd), pierde su poder y tiene que tolerar la venganza: la chocha, a la que por tantos años abusó, al final del camino hogareño, hoy mas fuerte y altanera, lo controla, lo cuida y le dirige sus últimos pasos, lo chochea. El gran pene se convierte en un viejo chocho; y la que una vez fue sumisa chocha, termina siendo, a veces, sádica; a veces, puente de transición.
Con otros viejos, el camino del pene y la chocha es igualitario. Durante sus vidas, al margen de las anteriores, se han encontrado y crecen en conjunto: pingas y chochas que conocieron/conocen sus rumbos.
Fuese por la Piquiña o fuese en el tren número uno de la línea IRT, el que sube y baja por Broadway, ésas, que en honor al poema de Julia de Burgos, han sido/son su propia ruta, acompañan las pingas en su camino.
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