Saturday, October 24, 2015

Selfie de un cumpleaños con Ana, Nila y Félix

Su celebración es tan reveladora como lo es cualquier evento o grupo donde se decide quién es parte de, integra, un grupo: un trabajo, vivir en un vecindario, ya sea por asuntos de clase, raza, orientación sexual o a quién se considera chic y a quién no. Todo evento es un universo, una Caja de Pandora. Y esas cajas se abren para descubrir en ellas múltiples significados. De eso no se salva ni las fiestas de cumpleaños en la San Antonio de Guayama, años cincuenta. A quién invitaban o no servía para conocer los escogidos, no los judíos de El Señor: aquellos que las Doñas de la calle consideraban eran iguales a los nenes, y la percepción que se tiene de los mismos sin importar las conscuencias que sufren los rechazados.

Desde la puerta, Nila, Félix y yo (Ana se había casado) veíamos a los muy bien vestidos nenes y jóvenes que asistían a las fiestas de cumpleaños. Imposible que en la Guayama de aquella época, los hijos de gente tan pobre socializasen con los hijos de los otros invitados: maestros, contables y vendedores de seguros. ¡Uy!, qué hubiesen dicho los arribistas, si se enteraban que los hijos de dos jíbaros: un picador de caña y una vendedora de carbón, se iban a juntar con los privilegiados.

Al terminar las fiestas, por encima de la verja nos pasaban sobras: pedazos de bizcochos, refrescos y alguna que otra golosina. No es hasta ahora, que me pregunto por primera vez, qué sentían mamá y papá en situaciones cómo aquellas; qué sentirían ahora, cuando ya no son los nuevos vecinos en un pueblo donde no hacía mucho se habían mudado, sino su propia familia la que permiten que se les falte el respeto a sus hijos.

Esta vez no nos ofrecieron golosinas; puros embustes y falta de respeto. Ya ni Nila ni Felix están vivos, y a Ana, pues no la invitaron porque se les perdió el teléfono (really!) Conmigo, una muy extraña excusa... "que fue para los compañeros de oficina". Qué desagradable es tener que reconocer que "te lo quieren meter mongo".

La crueldad es relativa: en el selfie de este otro cumpleaños no estamos tampoco, aunque ahora las razones son otras, con la excelente educación que nos dieron esos jíbaros (distinta a la formación arrabalera que recibe la nueva chicquería en busca de fortunas y control), podemos mirar de lejos -la experiencia permite distinguir entre la gente que tiene clase y los cafres-, reírnos con un poco de tristeza y asombro ante la chusma neo chic; a la vez que agradecemos que no nos inviten, mucho menos aparecer en sus selfies: un mundo falso, lleno de mentiras y pretensiones.

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