"Los caminos de El Señor son muchos y variados, destinados a ser andados y escogidos por cada uno de nosotros, El Señor nos presenta las oportunidades; nosotros decidimos cuáles aprovecharemos. Esa cruz que Su Hijo escogió es la que guía la vida de una mujer cuyo destino fue entender el nuevo mundo, sus tierras y gentes. Extraña ruta la de alguien que como yo fue criada para educar a los niños de los virreyes de la Nueva España. Decidí la libertad que ofrece una nave al encierro que significa servir durante el resto de mis días a niños faltos de higiene y modales. Y para empeorar la situación. estaba rodeada de siniestros personajes, de indios y cholos incivilizados. Secuestrada durante mi segundo viaje, decidí quedarme y no acepté que la Corona pagara por mi rescate."
El mapa de la ruta que la goleta La Última Charrúa siguió desde que salió del puerto de Colonia tenía marcas que indicaban dónde había anclado antes de terminar en la Nueva Orleáns, y qué clase de negocio allí se agenciaba. En cada puerto, fuese en las islas de Sotavento o en las de Barlovento, San Juan Bautista o en La Española, Jamaica, Cuba, Roatán, dejaba y cargaba todo tipo de mercancía, desde especias hasta alguno que otro ser humano, incluyendo a doña Fructuosa de Rivera. Por ella, don Daniel Valleajado de Torres pagó tanto o más onzas de oro que lo que costaba un esclavo. El óleo, retrato de doña Fructuosa, expuesto la muestra de arte colonial latinoamericano en el Museo de Brooklyn, despertó la curiosidad del sujeto-fotógrafo y motivó su deseo de retratarse, un selfie, junto a la hermosa mujer y los niños que la acompañaban. Una vez en el crucero, de viaje por el Caribe y el Golfo de México recreó visualmente y por escrito uno de los viajes.
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