El punto de fuga de la composición se encuentra en un foco de luz que está cerca de un personaje que aparece al fondo abriendo una puerta -¿don Daniel Valleajado de Torres?- y un espejo que refleja las imágenes de dos señores con piel color cobrizo, pelo negro y ojos oblicuos, vestidos con ropas europeas de la época. Con esta técnica el pintor consigue hacer recorrer la vista de los espectadores por toda su representación, para sugerir, de acuerdo a algunos historiadores, que lo que el cuadro suponía representar no era tanto un retrato familiar; mas bien, era una premonición de los eventos que vendrían después.
En el lado izquierdo de la pintura se observa un gran lienzo, y sobre parte del mismo, el fotógrafo del selfie añade su perfil. Dos siglos más tarde, una foto sin tocar el original lo transforma. Sin proponérselo, el pintor anónimo de principios del siglo XIX se anticipó al realismo de la fotografía; y abrió el camino para que el fotógrafo del selfie reinterpretara el cuadro; reconstruyera la historia.
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