La pintura Doña Fructuosa estimula una sensación de profundidad espacial y de historia en ciernes, que quedan aseguradas con el escalonamiento de las figuras, los personajes reflejados en el espejo, y el misterioso hombre que abre una puerta.
El selfie añadido a la composición dos siglos más tarde convierte al espectador en un sujeto integral a la obra: observa y entra al cuadro, ocupa un punto focal que le da a la narrativa visual una continuidad histórica. Usando una cita de Foucault sobre Las Meninas de Velázquez, se ha sugerido que el selfie logró integrar y confundir el espacio real del espectador y el primer plano del cuadro, creando la ilusión de continuidad entre los dos espacios.
De ser don Daniel el que abre la puerta en el cuadro, se puede concluir que la pintura contradice los diarios y crónicas que doña Fructuosa escribió durante sus viajes, como parte de la documentación, contabilidad y registro del comercio de don Daniel por los mares americanos; obliga a preguntar: quiénes eran en realidad estos dos personajes, durante una época turbulenta, cargada de luchas independentistas en las colonias americanas.
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