Me fui de la isla en el sesenta siete. Conocí de frente y fui transformado en el sesenta y ocho por las protestas en las Universidades de Berkeley, Columbia, City College, las marchas contra la guerra y a favor de los estudios étnicos, raciales, sexuales, de género, de todo el que se pueda estudiar.
Agarré mis mochilas y omo muchos jóvenes de la época, en el sesenta y nueve, el caminanate se fue a hacer su camino y a pasear por Madrid, Barcelona, Paris, Roma, Atenas, Mykonos, Ámsterdam; para terminar conviviendo en comunas alemanas. Volví a Madrid después de Franco, no antes. Me enteré, pusieron de frente, que había que demandar que todas las historias, la mía, la tuya fueran estudiadas, discutidas, documentadas; que toda historia era importante; y que el cuerpo es un texto político.
Regreso a la isla y compruebo (en variación al tango) que cuarenta años no es nada si los aprovechas contra todas los pronósticos de aquellos que al verte salir te veían como un graduado más de escuela pública. Todo lo contrario: un madurado y bien formado jibaro que contradice con sus logros a los muy ofensivos cuentos de Luis Rafael Sánchez y Ana Lydia Vega: ni jueyes en los pasillos del avión, ni pentecostales quemando panderetas, ni niuoyrican que descubre su identidad en una cama de un resort de la isla.
Regresé de Europa a estudiar en la Universidad de Columbia, para continuar el camino que se hace al andar. Me gradué con honores y sin un peso encima empecé otro camino profesional y existencial. El trabajo en las escuelas donde asistían los hijos de muchos y distintos inmigrantes, allá en el norte, me enseñó que no nos comportamos como los estereotipos creados en Santa Rita o los pasillos de Humanidades. Nos comportamos como lo que somos: seres humanos en un continuo negociar con el mundo, los mundos que escogemos o nos presentan.
Regreso a la isla cuarenta años más tarde para encontrar que a los sesenta y tres años de edad no puedes caminar por las aceras porque se las entregaron a los automóviles, los intelectuales de la IUPI siguen hablando un lenguaje calcado de los intelectuales europeos, los políticos se visten de Armani y conducen Navigators, las guaguas de la AMA no paran a menos que al chofer le dé la gana.
Regreso a la isla para encontrar que la editorial que promete con lenguaje rebuscado y floripondeado publicar mi novela, en la cual invierto una suma significativa de dinero, "chanchullea" con los trámites, y al igual que los personajes de Esopo, se basa en una realidad cuya moral es más relativa que una percepción kantiana o la zorra en busca de uvas.
Regreso a la isla y encuentro que, los pocos que caminan por las calles siguen saludando con un doblar de cabezas, una sonrisa y casi siempre unos buenos días.
Regresar a la isla comprueba que Nueva York sigue siendo parte integral de quien soy; y en la isla reafirmo que, contrario a todos los pronósticos, somos parte de esto después de haber visto todo aquello.
Saturday, March 19, 2011
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