(Los nombres que aparecen a continuación son ficticios; los relatos sobre los mismos no lo son; bueno, algunos, que para un hombre gay en su tercera edad, mucho de lo que ha sido su realidad puede perecerle ficción a otros)
De niño, disfrutaba jugar con los carritos de metal, en particular los camiones, tráileres, coloridos y brillantes; correr bicicleta, terecinas: todos juegos y objetos asociados con los juegos de varones. A escondidas jugaba con jacks hasta que el vecinito me delató. Menor que yo y más ingenuo, le pidió a la mama que le comprara un set de jacks; y ella, sorprendida, le dijo que no, que esos eran juegos de niñas. Por encima de la verja, al oír aquella conversación, me sentí desnudo, avergonzado, creo que boté los jacks y no volví a jugar con ellos o quizás me escondía en el baño (al igual que Llorens, aquí la memoria pierdo) y allí tiraba la bolita y en el rebote trataba de coger la estrellita de metal; practicaba tan importante destreza manual.
Nunca fui tan diestro como mis sobrinas, cuya rapidez en la recogida era tan rápida como Santa Claus o mi amigo, ACM, quien jura que era más diestro que cualquier nena de su barrio (ACM es un consumado pianista, y no es de dudar que los jacks sirvieron de algo en el desarrollo de sus destrezas manuales). De los jacks me moví a la cuica, brincar la cuerda, y tampoco fui muy buen saltador. Más de una no podía saltar; si aumentaban las cuerdas, mis pies se enredaban y tenía que abandonar los saltos (sigo igual de torpe con mis pies, hace unos meses me llevé de por medio los Limoges de mi amigo el sicólogo).
Mi amiga la pintora, MDR, quería una terecina como regalo de reyes. Le regalaron una muñeca. La odió y nunca jugó con ella. Su mamá se apoderó de la misma; a su manera, adulta, la madre jugaba con la muñeca: la vestía como si fuese su hija para luego sentarla en una esquina del sofá. Allí permanecía hasta que le cosiesen nuevos trajes, sin poder distinguir su papel: objeto decorativo o reemplazo de la hija con manerismos y gustos de varón. MDR compensa sus deseos reprimidos a través de símbolos que usa en sus pinturas y dibujos; entre ellos, hermosos trompos que giran en el aire (si mal no recuerdo, no pinto pero también compenso con una bolsita de jacks que debo tener escondida en algún baúl en mi armario).
Mi estimado amigo, el sicólogo, colecciona muñecos de todo tipo, y se encuentran lo mismo sobre sus mesitas en la sala como en su ordenador o libreta de teléfonos. Es que, como bien él dice, hay muñecos y hay muñecos. Que le rompa una de sus Limoges le es indiferente. Que me le acerque a uno de sus muñecos puede ser guerra declarada. Sus muñecos en las mesitas, su bien ordenada y decorada casa refleja aquellas casitas de muñecas que ayudaban - ayudan a entender y manejar el mundo doméstico de los adultos. No en balde hay tanto decorador y arquitecto gay: nos gusta jugar a las casas, de mamá y papá (sobre lo que aprendí cuando jugaba de mamá y papá no puede ser relatado en este muy respetuoso blog)
Es harto conocido y estudiado que los juegos y juguetes reflejan las culturas y periodos históricos en que estos se llevan a cabo, las razones e ideologías que subyacen el por qué son fomentados, sus funciones económicas, sociales, psicológicas, género, etc., etc., etc. También reflejan las inclinaciones de los niños y su visión del mundo (Lo mucho que tuve que leer sobre este tema cuando estudiaba pedagogía me sirvió para reflexionar sobre los jacks, trompos y muñecas durante mi niñez en el homofóbico, culturalmente claustrofóbico y caluroso pueblo caribeño. Bordea en lo alucinante, lo penetrado que están los juegos de video en la vida de los adolescentes y niños, en particular, los varones). Jugamos todo el tiempo; y el mundo lúdico de los juguetes y juegos ayuda a aprender a manejar el mundo serio (de serlo) de los adultos.
Sunday, March 27, 2011
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