Friday, March 18, 2011

La High Pública

Es un retrato a lo película americana de los años cincuenta, dos hombres jóvenes vestidos con mahones, pantalones de vaqueros, tomando coca cola, oyendo a las Supremes. Sentados en una terraza, conversan sobre la vida fuera de aquel pueblo caluroso. Un pueblo frente al Mar Caribe, rodeado de cañaverales, en una isla que ni los libros de historia española incluyen en su recuento sobre las últimas colonias ibéricas en las Américas. Isla, botín de guerra. Adolescentes soñando con carros deportivos en camino a cualquier sitio, la diversión desbocada, el rock and roll, ye, ye, ye, conversaciones marcadas por el existencialismo criollo,

"Hola”.
“Hola. En las mismas. Como siempre.
“Qué nota… Vamos…”.

El tedio, empapados de sudor, a un cine repitiendo la misma película durante toda una semana.

En la foto aparecemos Pepe y yo durante una fiesta que auspiciaba uno de los clubes de estudiantes de la escuela secundaria: La high pública. Frente a la terraza estaba el carro del padre de Pepe, comprado en segundas manos, esperando por nosotros para dar vueltas alrededor de la plaza, la iglesia y regresar a su sitio favorito: frente a la terraza de la casa. Pepe es el único de los muchachos del barrio que siguió viviendo en el pueblo. Los demás se mudaron a las urbanizaciones del área metropolitana de la ciudad capital, se casaron, tuvieron nenes y nenas, viajan los fines de semana al pueblo a recordar los tiempos perdidos. Otros, se largaron con sus bártulos para el norte, en busca de fortuna y libertad existencial.

Ese retrato es una imitación de las vidas aprendidas en las clases de inglés en la escuela secundaria. Si las clases de español nos enseñaban a apreciar los fósiles de la cultura hispánica (no se leía nada escrito en el siglo veinte), las de inglés nos saturaban con la cultura contemporánea del Tío Sam.

“These are Mary and Joe.
They are high schools students.
They live in a picket fenced house.
They attend a high school in Kansas.
They drive to school every day.
They belong to the glee club.”

“Repeat after me class”, nos decía la reconocida maestra de inglés, quien se pasaba todos los veranos en Estados Unidos, asistiendo a algún seminario para maestros de dicha materia. Cultura revivida en la high, en los clubes de estudiantes que nuestra querida Misis Ramos promovía, y en el cine donde tantas películas hollywoodenses nos llevaron a la eterna despedida, la que Pepe nunca realizó. Prefirió quedarse en el pueblo para estar cerca de sus queridos mamá y papá, y no tener que enfrentarse a los cargos de conciencia que hubiese tenido que sufrir, de haberse mudado de su casa. El exterior le abría el mundo de la nueva cultura, el interior lo mantuvo protegiendo la otra. Sus deseos eran convertirse en dramaturgo; terminó de contador. Nunca se quejaba. Consiguió un trabajo que le permitió vivir desahogadamente y cuidar los viejos. Para mí, sus cartas eran el enlace con lo que dejé y trato de recuperar sin lograrlo; para él, las mías eran el vínculo con el mundo exterior que nunca se atrevió explorar.

La foto, amarillenta y gastada por el sol caribeño, acompaña el ataúd en camino al cementerio, la foto desaparece de mis manos al pasar frente al edificio abandonado, que una vez fue la escuela secundaria. Con Pepe murió la High School. La pública.

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