Thursday, March 31, 2011

La Gran Plaza, Bruselas, 1970

Verano: El frío en Bruselas me llegaba hasta los huesos. Antes de volver a la universidad, esperaba pasar un verano de grand tour europeo a lo chica ingenua americana (Audrey Herpburn, here I come) y no aquel otoño en junio: gris, completamente gris. La zona de la ciudad donde estaba el hotel, un crucigrama de concreto, definía términos que no existen en un diccionario arquitectónico, se reflejada en el espejo del cuarto, contorneada mi imagen y la de la telaraña en la esquina de la habitación: foto de feria, una obra futurista abandonada a la suerte.

Flirteo: La gran plaza contenía las miradas de los turistas. Con la caída de la noche cobraba su función primordial: divertirlos. Todos se movían al unísono, acompañaban el juego de luces que alumbraban los detalles de sus edificios. Entre los miles de espectadores se encontraban algunos que giraban sus miradas, de las paredes alumbradas por los juegos de luces a otros espectadores y otros, y otros, y otros; reciprocaban, se reconocían, tasaban.

Mareo: Una vez en la plaza, mi cabeza empezó a dar vueltas, a reconocerme en aquel, enfoco en uno, no, vueltas, miradas, cambio la vista a las luces, el otro, del norte de la plaza al sur de la plaza, al oeste de la plaza, al este de la plaza: un ballet en cuatro por cuatro, al cuadrado.

Semestre académico: Doy vueltas por la plaza junto al profesor que pasea por otras plazas, palabras, gestos. En el pupitre se juntan ambas plazas.

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