Antes de movernos al pueblo y tener tele en la casa, dedicábamos las noches a contar cuentos. Y lo que más había era material para cuentos. De una ex-vecina decían, puro chismes de barrio (aunque ahora en el pueblo nadie quiere usar la palabra barrio ya que esta se refiere a las zonas donde viven los pobres), que con el dinero que recibió del ejército americano, su hijo murió en Corea, montó un puesto de viandas en la plaza de mercado, y fue así que pudo mudarse al vecindario cerca de la calle de las tiendas. Pero antes de todo esto, por poco muere primero que su hijo. Allá en Jájome Bajo (el Jájome Alto es donde viven ahora los nuevo-ricos con sus chalets al estilo suizo), la casa donde vivía la vecina estaba muy cerca del río y cuando abrían la presa, el rio volvía a su cauce natural, se le inundaban sus cachibaches. Aquel día, el río traía más agua que de costumbre, llevándose hasta la letrina donde estaba la vecina. Entre todos los vecinos formaron una cadena y la sacaron; y surgió un nuevo cuento, que terminaba no con el ya trillado, colorín colorado; terminaba con un, "…entri, muere ajogá".
Cuentos ensartados por aquel leguaje jíbaro que más tarde en el pueblo aprendí a callar, a censurar. En el Puerto Rico de los años cincuenta los campesinos tuvieron que abandonar la agricultura o perderla a manos de los especuladores y políticos sin sentido de país, surgió una nueva clase, la clase media urbanizada, y con ello, un nuevo perfil socio-lingüístico que describía la puertorriqueñidad y la nueva masa popular que la moldeaba. Unos al norte y otros a los pueblos de la costa, todos obligados a aprender otros códigos, otras formas de narrar y pensar sus vidas, incluyendo los que promovía el común denominador de esa época, la televisión. Adquirimos un leguaje común, a la vez que las relaciones entre vecinos y clases sociales comenzaron a cambiar.
En la escuela con su sentido de pureza, "…así no se habla, eso no está correcto", comencé a abandonar una forma de codificar y expresar el mundo. Nuevas palabras, frases, fonemas reemplazaron los antiguos códigos, las otras formas de comprender y darle coherencia al mundo. Antiguos códigos que luego fueron estudiados en la universidad, como si se estudiasen fósiles de jibaros; y yo allí oyendo a los académicos hablar de mi historia, mi vida; y una vez más, a callar. Contrario a mis calladas respuestas, no quería que mis compañeros supieran lo pobre que era o que todavía algunos de mis parientes hablaban así, por dentro sufría un mar de sensaciones. El lenguaje puede revolver hasta las piedras, y allí en la Universidad Católica de Ponce revolvió más de lo debido.
Thursday, October 11, 2012
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