El cuento
de mamá me dejó con las ganas de conocer pitiyanquis y allí mismito le dije a mamá,
que me iba hasta San Juan a ver si conocía
algunos de estos farfulleros; y a visitar
a un señor que escribía sobre jíbaros, sin verdaderamente haber conocido alguno.
Los libros de cuentos que escribió este señor los tuve que leer en la
escuela; y por lo que decía, yo sabía que ese señor nunca estuvo en los cerros ni había
hablado con uno de nosotros, y en vez de escribir aquellas cosas tan tristes, debía
pasado un buen rato por acá arriba, e incluso, aprender a tratarnos con respeto.
Ahora,
claro antes de coger la guagüita de Peyo, y como resultado de la vergüenza que pasé
por culpa de la puerca enjoyada, decidí
preguntar en el campo cómo era la gente en San Juan. Mi madrina que por allá
anduvo en unas diligencias me dijo, que todos hablaban por las narices, fañosos,
que eran bien finos, que no decían carrro, sino carro, y que al mejunje de arroz amogollao le llamaban
mamposteao, que sacaban los perros a pasear, pero nunca a sus hijos, y que a los
viejos lo ponían en casas de, pues, de viejos solamente; y que todos parecían que
sufrían de estreñimiento.
Medio asustado
me fui tempranito en la mañana, y una vez en Rio Piedras, donde Peyo me soltó, pregunté
donde podía conocer pitiyanquis, y un hombre
con lentes, pelo medio desarreglado y gabán estrujado fue el primero que conocí con un hablar
medio fañoso, un tal Rodríguez Jolío. Me
miró con cara de aguajero burlón, me preguntó de dónde era, le dije que de Jájome
Bajo, me dijo que en Jájome tenía amigos. No le creí, porque yo allí conozco a
todo el mundo y nadie seria amigo de un señor tan mal vestido y algo parado; y
luego cuando aclaró que era en arriba en los cerros donde sus amigos tenían casas
de campo, le espeté -Allí todas las casas son de campo - y añadí que a ese
sitio nosotros le llamamos La Altura.
El Rodríguez Jolío quiso seguir hablando conmigo
y se ofreció a llevarme en su carrito hasta las Alturas de Caparra Heights. Por el camino me entrevistó, con cara de ñame jojoto,
y sin son ni ton, se reía de cualquier
cosa. Hasta y que me quería visitar para
conocer a Jájome Bajo. Cuando le volví a preguntar por los pitiyanquis, me contestó
que todos en San Juan eran pitiyanquis. Al ver que no subíamos cuestas, me aclaró
que la carretera hacia las Alturas de Caparra Heights era plana porque allí no había
lomas, los gobiernos las habían quitado.
Bueno, para
hacerle un cuento corto donde en el final uno no aparezca como bruto, le
dije al Rodríguez Jolío que virara, y me llevara a Rio Piedras, que me
regresaba al hoyo de Jájome Bajo; y como regresé bien temprano mamá se quedó
pasmada y ante su pasmo no la dejé hablar.
- Por Dios,
mamá, además de hablar por la nariz y comer
arroz amogollao, a los llanos les llaman
alturas, como en Alturas de Caparra Heights. Y al señor que escribe sobre los
jíbaros no lo fui a visitar, que se quede con sus embustes y que siga en sus muy
llanas alturas.
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