Thursday, October 25, 2012

Cuentos Infantiles para Manganzones: Juan Bobo, hijo, en Alturas de Caparra Heights

Mamá me hizo el cuento del jíbaro  que a los pitiyanquis les dijo “unjú”. Le pedí a mamá que me dijera cómo eran los pitiyanquis, y ella que nunca había visto ninguno, pues no sabía cómo eran; aunque oyó una vez que fue al pueblo, que los pitiyanquis eran unos farfulleros.  “Je”, ella y que contestó, “de esos en Jájome hay un montón”.

El cuento de mamá me dejó con las ganas de conocer pitiyanquis y allí mismito le dije a mamá, que  me iba hasta San Juan a ver si conocía algunos de estos farfulleros;  y a visitar a un señor que escribía sobre jíbaros, sin verdaderamente haber conocido alguno.  Los libros de cuentos que escribió este señor los tuve que leer en la escuela; y por lo que decía, yo sabía que ese señor  nunca estuvo en los cerros ni había hablado con uno de nosotros, y en vez de escribir aquellas cosas tan tristes, debía pasado un buen rato por acá arriba, e incluso, aprender a tratarnos con respeto.  
Ahora, claro antes de coger la guagüita de Peyo, y como resultado de la vergüenza que pasé por culpa de la puerca enjoyada,  decidí preguntar en el campo cómo era la gente en San Juan. Mi madrina que por allá anduvo en unas diligencias me dijo, que todos hablaban por las narices, fañosos, que eran bien finos, que no decían carrro, sino carro, y que al mejunje de arroz amogollao le llamaban mamposteao, que sacaban los perros a pasear, pero nunca a sus hijos, y que a los viejos lo ponían en casas de, pues, de viejos solamente; y que todos parecían que sufrían de estreñimiento.

Medio asustado me fui tempranito en la mañana, y una vez en Rio Piedras, donde Peyo me soltó, pregunté donde podía conocer pitiyanquis,  y un hombre con lentes, pelo medio desarreglado y gabán estrujado fue el primero que conocí con un hablar medio fañoso, un tal Rodríguez Jolío. Me miró con cara de aguajero burlón, me preguntó de dónde era, le dije que de Jájome Bajo, me dijo que en Jájome tenía amigos. No le creí, porque yo allí conozco a todo el mundo y nadie seria amigo de un señor tan mal vestido y algo parado; y luego cuando aclaró que era en arriba en los cerros donde sus amigos tenían casas de campo, le espeté -Allí todas las casas son de campo - y añadí que a ese sitio nosotros le llamamos La Altura.
El  Rodríguez Jolío quiso seguir hablando conmigo y se ofreció a llevarme en su carrito hasta las Alturas de Caparra Heights.  Por el camino me entrevistó, con cara de ñame jojoto,  y sin son ni ton, se reía de cualquier cosa.  Hasta y que me quería visitar para conocer a Jájome Bajo. Cuando le volví a preguntar por los pitiyanquis, me contestó que todos en San Juan eran pitiyanquis. Al ver que no subíamos cuestas, me aclaró que la carretera hacia las Alturas de Caparra Heights era plana porque allí no había lomas, los gobiernos las habían quitado.

Bueno, para hacerle un cuento corto donde en el final uno no aparezca como bruto, le dije al Rodríguez Jolío que virara, y me llevara a Rio Piedras, que me regresaba al hoyo de Jájome Bajo; y como regresé bien temprano mamá se quedó pasmada y ante su pasmo no la dejé hablar.
- Por Dios, mamá, además de  hablar por la nariz y comer arroz amogollao,  a los llanos les llaman alturas, como en Alturas de Caparra Heights. Y al señor que escribe sobre los jíbaros no lo fui a visitar, que se quede con sus embustes y que siga en sus muy llanas alturas.

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