No llegaron de noche con gran cautela, como llegaron los Tres Reyes Magos en aquel villancico puertorriqueño que se oía por los lares y jurutungos de las islas de los encantos. Llegaron sin esperarse en una reunión de literatos etno-céntricos en Nueva York. Llegaron y salieron casi en respuesta a uno de esos constructos atomistas que repiten los que no pueden ir más allá de los datos, los ‘petite’datos.
¡Mnjú!, dijo un jíbaro literario, y este otro, el que había entrado por mi culo, lo decía, el ‘unjú’, con una retahíla de pedos bien sonados. Retahíla que la muy lingüísticamente engalanada profesora de educación y etnias no pudo resistir, sus muecas la delataban. Mucho menos pudo evitar el olerlos, por poco se asfixia cuando trató de cerrar los rotitos de su muy anchita nariz. Al menos, calló y paró de citar datos a tontas y locas que no servían para explicar las historias de los jibaros en el noreste de los EUA. Si hablaba, los humos del Jibaro la hubiesen invadido.
Sin esperar respuesta, otro de los allí reunidos comenzó a citar datos y explicaciones sin parar: que si la Mari Mari Narváez en Claridad, que si Fernando Picó en 80grados, que si Jorge Duany en la Revista de Oriente, que si los billones que salían y no regresaban a las islas, que si las multinacionales, que si la economía informal, que si los inmigrantes que sacaban y no invertían, que si Antonio Gramsci y la hegemonía cultural, que si los discursos del imperio y los papagayos que los reproducían sin reflexionar sobre los mismos o darse cuenta que le servían de fotutos a los verdaderos cocorocos. El lingüista, a quien no se le conocía como economista ni científico social, contradijo la muy abarcadora sentencia que la etno-céntrica había sostenido antes de los pedos.
Sorprendido ante su casi automática respuesta, lo miré detenidamente. Estaba algo descolorido, amarillenta su tez, adormecidos los ojos, con una cara que proyectaba felicidad, paz interna; y, distinto a la etno-céntrica, no hacía muecas, ni trataba de cerrar la nariz. Su metal de voz, más suave que de costumbre, recordaba a otro personaje.
Abrí la boca, en shock, No podía creerlo. Era el Jibaro quien hablaba. Cual espíritu a lo Allan Kardec había entrado en el cuerpo del lingüista. Sus planes no eran entrar en mi cuerpo solamente.* Sus maquiavélicos planes* incluían penetrar en todos los cuerpos posibles. Claro, valga la aclaración, donde no pudo entrar fue en el cuerpo de la etno-céntrica o en el de quien se negara a reproducir sus cuentos, oler sus pedos.
http://memoriasdeungaysesenton.blogspot.com/2012/09/eructos-y-el-jibaro_2219.html
Wednesday, January 11, 2017
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