Muero peor verte y contarte en persona. Todo ocurrió de forma inesperada, no porque no estuviese al tanto de lo que estaba pasando, es que acababa de leer Crónica de Una Muerte Anunciada y prefería no hacerle caso a mis presentimientos. Mas no te vas a quedar con los deseos en el aire, en algún momento cuando salga de todos los compromisos que tengo, te cuento. Almorzamos un brunch al estilo niuyorkino, ciudad por donde estuvo Lola Pons en su viaje con sabes quién, y de donde me escribió un mail, pidiéndome que no le dijese nada a su mamá sobre su nueva compañía, of course. No sé porque le tiene tanto miedo a doña Mayu, después te cuento. Que si tenía tiempo que la visitara, a la mamá. No, no a la Lola, la trans no piensa regresar. Así lo hice, al otro día.
La doña Mayu sigue igual de avergonzada de todo y sobre todo en su antiguo apartamento de Miramar, leyendo Vanidades y dándole órdenes a la sirvienta. Cuando salimos, después de pasar allí unos minutos, Maxi Narváez y yo nos moríamos de la risa, recordando a doña Mayu, toda nerviosa frente a la nueva criada de la vecina, una señora bastante obscurito: la sirvienta, por supuesto. La vecina es súper blanca, descendiente de catalanes, y ya sabes lo racistas que son. Pues claro, los vecinos.
La sirvienta le hablaba de tú a tú a doña Mayu. Es que, pues la darkie, dahlin, procede de una de las islas donde todo el mundo tutea a todo el mundo. De quedar anonadada, si eres doña Mayu. La trigueñita, ni corta ni perezosa, cuando entró por la puerta se puso a elogiarle los Lladró, y en ningún momento pareció que le preocuparan los gestos y expresiones faciales de incomodidad de la madre de la Pons.
Nena, el país cada día ennegrece más y no es por culpa de los nuevos inmigrantes, aunque gente como doña Mayu juran que son estos los que obscurecen los centros comerciales y restaurantes. Cuentan las malas lenguas que ciertos grupos siniestros andan organizando no sé qué represalias contra quien los contrate. Nos quedaremos sin servicios, los pobres aquí no trabajan y con nosotros que no cuenten para limpiar calles y casas. Muerte al pluralismo es su consigna. C’est la vie.
¿Qué sabes de Pepita Alers? La última vez que la vi, las prozac no la dejaban pensar. Tampoco podemos concluir que ella hubiese tenido mucha materia gris. Me dijo la Santi Santisteban que a la Pepita la han hospitalizado dos veces; dos veces, no una, dos. La llevaron en ambulancia y acompañada por todos los ruidos habidos y por haber, a psiquiatría municipal.
De no creerse, ¡desclasé!, siquiatría municipal. La Santis, a quien también le hace falta psiquiatría municipal, desglosó cada una de las pérdidas de la Alers: desde el marido foráneo, bueno no es foráneo en el sentido estricto de la palabra, los gringos en este país ni son y son, hasta la casita de playa perdió. Le queda el apartamento de Hato Rey, donde ella vive ahora. Sí, el pisito que usaba como pied a terre.
Según la Santis de todas nosotras, para empezar el cuento del desplome, nos contó que la Alers vestía un traje copiado de uno que vende Mayita’s Boutique en la de Diego; luego, no pudo levantarse de la mesa en un almuerzo que tuvieron todas ellas, y al cual no me invitaron, y ellas, sus amigas, optaron por llamar a la ambulancia municipal. La pobre ni seguro médico tiene. No pudo levantarse por la mezcla de pastillas y champán que había ingerido.
Champán argentino. ¡Ok! ¿Te lo imaginas? Champán argentino, el presupuesto obliga y degrada. Hablando de argentinos, llegan por montones, al menos son blancos y según cuentan, muy buenos en la cama. Cuatro de nuestras más preciadas amigas solteronas juran sobre lo antes dicho, incluyendo a la Pepita Alers, a quien el marido la dejó, por otro, my dear, no otra, así como lo oyes, otro, masculino.
Está muy de moda lo de cambiar de ruta en la cama y la pobre Pepita lo tuvo que vivir en carne propia. Perderlos es siempre difícil, no sabes cómo lo viví. ¡Horrores! Perderlos por otro hombre, horror, horror, horror. Dicen que con quien se fue el marido gringo de la Pepita es también argentino. Se multiplican por sí mismos.
A mí los argentinos ni que se me acerquen, con esas voces chillonas y esa manía de dar discursos me ponen los nervios de punta. ¡Cómo hablan los cretinos! A la Pepita la castigaron dos veces: un argentino se le quedó con lo poco que tenía y el marido la dejó por otro. Al lado de todo lo que ella ha vivido, lo mío es casi sacrificio cristiano.
La Pepita se enteró por boca de su peluquero. Si quieres saber lo que pasa en ciertos círculos de la isla, lo único que tienes que hacer es arreglarte el pelo con el peluquero de Pepita. Ex peluquero. Con lo insoportable y avaro que es, dudo que le vaya a arreglar el pelo. Si no paga, ¿gratis?, sorry, my dear.
Pobre Pepita, sin dinero, sin marido y sin peluquero. En un bar gay del Viejo San Juan se encontró el peluquero, ex peluquero, con el súper macho ex marido de Pepita, de lo más acaramelado con un argentino más. Mártir parezco ante tanta falta de moral.
Que te peguen cuernos y que luego te los peguen con un hombre es de perder todo lo que le queda a una de autoestima, y a las mujeres el yo seguro no nos viene gratis. No es que sea feminista ni cosa que se parezca. Me gustan demasiado los hombres para ser feminista.
Es que de lo poco que he leído sobre el tema junto a los años de terapia concluí que el problema mayor que tenemos las mujeres es la falta de estar cómodas con nosotras mismas. Por todo pedimos perdón, por todos andamos de mártires, por nada no volvemos un ocho, y por nada, quedamos desahuciadas.
Pobre Pepita, en un hospital municipal, sin seguro médico, sin marido y sin peluquero. Y sin amante argentino. Lo peor del caso sería que fuese el mismo con quien se fue su marido. Por eso conmigo los extranjeros nada de nada, yo consumo lo que mi tierra produce, siempre y cuando sean blancos y de ojos claros. De esos te cuento luego.
Con la Narváez ando de socia, negocios; ni por escrito te puedo dar información. No es que sea nada ilegal, es que como está el servicio de correo en estos días una no puede arriesgarse a que le roben las ideas o que le tergiversen sus proyectos.
Estoy casi segura que ya te habrás enterado de lo que le pasó a la Pepita. Por ser tan confiada, terminó de testigo en un juicio donde tuvo que testificar en contra de uno de sus socios, a quien había conocido en una fiesta que su marido, ex marido, me corrijo, auspiciaba en honor a un señor que estaba dispuesto a invertir dinero en su negocio de importación de maderas centroamericanas. Aquí no se pueden talar árboles, pero todo el mundo quiere tener pisos de caoba o, por lo menos, imitación a caoba.
Las maderas venían repletas, rellenas, de todo menos de lo que deben tener por dentro. Perdona si no sé cómo se llama lo que las maderas tienen por dentro, nunca me interesó ese mundo, a menos que sea para decorar. Pepita perdió sus negocios, el socio desapreció antes de que lo sentenciaran, y el marido, como ya te dije, se fue con un argentino, que puede ser el mismo amante argentino que la abandonó sin fu ni fa.
Peor que te dejen por un argentino, es encontrar un certificado de nacimiento con un nombre de un padre distinto al del que te crió como hija, y quien pensabas era tu padre natural. Quizás esta situación no es tan devastadora si naces en un caserío o en una barriada de negros, allí nadie tiene hijos legales y todos se acuestan con todos. Pero, en una urbanización de familias bien, católicas, apostólicas y romanas, es marcarte para el resto de tus días. Marcarte como adoptada o bastarda, ¡Dios nos coja confesados!
De ahí surge el colapso nervioso de Pepita Alers. Perdió sus negocios, perdió su marido, y cuando fue a reclamarle el hecho de que éste la dejó por un argentino, con la amenaza de que lo iba a delatar públicamente, el gringo le mostró la copia del certificado de nacimiento, y muy clarito, el certificado establecía que el padre de Pepita era argentino. Colapsa cualquiera.
Besos,
Lulú
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