Wednesday, January 11, 2017

LOS ERUCTOS Y EL JÍBARO


Tremendo susto: sentí un dolor en el pecho; azorado, me levanté, corrí a buscar una aspirina, y en camino a llenar un vaso de agua, eructé. Era un gas atorado en el pecho. ¡Qué alivio! Después de todo, a esta edad se puede uno ir para el otro lado más ligero que rápido, y sin querer, puede terminar hecho polvo o espíritu o simplemente volverse otro gas. 

El eructo tenía un sabor muy particular que no era el del biftec encebollado con mucho ajo que me acababa de comer, y mucho menos evocaba los residuos del desayuno, dos huevos pasados por agua. Sabía a metal. El eructo, no los huevos del desayuno. Otro susto. Sabor a metal en el paladar no es algo que un cuerpo normal desee. 

¡Eureka! Era el Jíbaro. * Aunque hacía meses que lo había digerido, seguía mandando mensajes. Recordé su sonrisa y carcajadas, sus dientes de oro y sus muelas empastadas con plomo. Cuando entró en mi cuerpo (véase relato sobre este asunto en otro blog) no dejó nada fuera, incluyendo su engalanada dentadura. Por suerte, se había quitado la gruesa cadena de dieciocho quilates, el reloj de oro y sus sortijas cargadas de piedras preciosas; las que nunca soltaba. Hasta cuando se ponía pantalones cortos y zapatillas se encasquetaba la extensa joyería; “look” de bolitero del Sur del Bronx en pleno verano. 

No que hubiese sido un problema, digerir y triturar el oro, me comentó un médico. Ese metal es usado por los homeópatas como elemento que combate las tendencias suicidas. Quizás era por eso el Jíbaro no tenia tendencia suicidas; por la cantidad de oro que siempre tenía puesto encima. Ni las novias hindúes se ponen tanto metal amarillo; y si Bollywood está en lo correcto, las novias hindúes tampoco son suicidas porque la gente se pasa bailando y cantando. El Jíbaro era transformista y esa creencia y su escuela, los transformistas, lo llevó hasta donde se relató en cuentos anteriores, y hoy, hecho gas; eructos, pedos y otras emisiones no materiales lo comprueban. 

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