“While reading, we can leave our own conscioussness, and pass over into the consciousness of another person, another age, another culture.” (Maryanne Wolf: Proust and the Squid, 2007)
“Son chinas de chupar”: contestó el chiquilín boricua en la clase, explicando lo que había escrito sobre su fruta favorita; y la maestra, rigurosa, desculturalizada, facistoide y estandarizada corrigió al estudiante. Esa maestra sabe leer, pero a medias.
¿Se chupan las chinas unas a otras o son chupadas por otros/otras? son preguntas que pueden ser contestadas, dependiendo de los lectores/hablantes, y del tipo de china, ya que están las chinas chinas, las chinas poblanas, y las achinadas no chinas, que no son lo mismo que las frutas chinas oriundas de la China, ni las chinas que son frutas: chinas mandarinas, chinas nebos, chinas valencianas y chinas de jugo criollas, las de cáscara verde y no amarillas o anaranjadas como la gran mayoría de las otras chinas, y con un dulce, distinto a las agrias, que nada tiene que ver con las que saben a salsa de soja, y mucho menos con la que describe a un chino que le dio chino a una china mientras se chupaba una mandarina. Es obvio que quién se chupaba la china no es el mismo que se chupaba a la china; o el chino que le dio chino al chino ¿o fue a una china?
Otra maestra, profesora de español estandarizado, galardonada con cintas y medallas, premio nacional de no se sabe por qué, corregía todo menos los recovecos de las chinas porque para ella solo había un tipo de china y ni la conocía como china, y por ende corregía, mas no investigaba las razones que llevaban al estudiante medio chino-achinado-criollo a escribir sobre las chinas. El achinado-medio-chino escribía sobre el rococó de las chinas; y la profesora nada-china, al tener que escribir largos ensayos sobre el barroco guatemalteco, tejer a lo china poblana, que son otras chinas que nos son chinas chinas, con sesenta estudiantes todas las semanas, no podía ponerse a averiguar sobre los motivos afectivos y los esquemas psico-históricos-culturales que llevaban a su estudiante achinado-medio-chino a escribir sobre las chinas; las que dicho estudiante achinado tanto amaba, pues eran parte de su trasfondo chino. Al menos, la galardonada profesora se tomaba el tiempo, el poco que tenía, para poner circulitos rojos, no anaranjados, sobre cada uso de la china.
Que ni el médico chino puede resolver este problema didáctico. Con sesenta estudiantes a la semana, tres artículos por semestre que escribir, asistir a congresos y estar lista para recibir medallas, a quién le da tiempo para averiguar sobre las historias de los chinos no chinos en Puerto Rico y los múltiples usos de la china; mucho menos investigar por qué un estudiante medio-chino-achinado piensa cómo piensa y escribe sobre las chinas.
En cuanto al estudiante medio-chino-achinado, pues, le tocó, por su cuenta, averiguar si entendía las reglas, las excepciones a las reglas e investigar su propia forma de pensar, escribir y leer a lo Ferreiro, Teberosky, Contreras, Freire, Irigoyen, Torres, Iglesias, Wolfe y un montón más de eruditos, y el por qué escribía cómo escribía o entendía como entendía cuando leía sobre los distintos tipos de chinas, las que se chupan unas a otras, las que él chupa y las que no chupan.
(El físico Philip Morrison dictó una conferencia en el antiguo CCNY Workshop Center sobre los símbolos y el aprendizaje, y una de las ideas discutidas sostenía que el énfasis en la letra separaba a los estudiantes de la “experiencia” misma. El ensayo fue publicado por el CCNY Workshop Center, antes de que los modelitos didácticos vestidos de “inquiry”, pero programados, reemplazaran a las diversas experiencias culturales, lingüísticas y anímicas que una vez guiaban y le eran permitidas a los profesores y estudiantes. Es que esos modelitos traen fama, tenure y comodidad pedagógica. Fue esa cita y los trabajaos de los que investigan los procesos del aprendizaje de la lecto-escritura los que me llevaron a escribir el texto anterior: una caja china)