La nieve vino a buscar a Myriam. Fue por medio de Roy y Carmen -y toda la gente de un programa de formación de maestros bilingūes para párvulos en CCNY, mediados de los setentas- que la conocí. El ideario que subyacía el ser y la docencia del Workshop Center nos empataba; y nuestros temperamentos nos llevaron a concordar muchas veces; a reírnos o quejarnos en conjunto sin tener que hablar.
Myriam estudiaba la maestría en CCNY, dirigía un reconocido centro educativo "Head-Start" en el Upper West Side, y tenía un estudio en el downtown pre-chicquería; un taller, un espacio en uno de los muchos pisos abandonados por las pequeñas industrias, donde, además de crear sus esmaltes y bisutería, mantenía un salón, mise-en-scene de los últimos años del SoHo de arte en vivo. Allí "jangueabamos" -variopintos- y de allí subíamos hasta mi casa en el Village o a la de Ariel o a la de ella en Inwood, y seguíamos jangueando con los temas, libros leídos, exhibiciones de arte vistas, mis poemas concretos, joyas esculturales, pro y anti anti los antis y cosas -¡a saber de qué hablábamos o fumábamos!-, gozadas, revolcadas, discutidas -¡qué se puede esoerar de los setentas!-: explorábamos, junto a Myriam, entretejíamos la vida con el arte.
En su caso, ese vivir atrapaba todo: su bisutería, esmaltes, pinturas, medios mixtos, su escuela: emblema internacional, su trabajo como directora de una institución extraordinaria, un centro de aprendizaje y enseñanza donde muchos aprendimos a aprender, fijarnos en obras como en estudiantes. Mirar con Myriam era un entrar en lo de enfrente con un ojo o dos o tres o cuatro, y de ahí en adelante, no se volvía a ver el enfrente de igual manera. Con ella descubrías el revés de las cosas.
Myriam estudiaba la maestría en CCNY, dirigía un reconocido centro educativo "Head-Start" en el Upper West Side, y tenía un estudio en el downtown pre-chicquería; un taller, un espacio en uno de los muchos pisos abandonados por las pequeñas industrias, donde, además de crear sus esmaltes y bisutería, mantenía un salón, mise-en-scene de los últimos años del SoHo de arte en vivo. Allí "jangueabamos" -variopintos- y de allí subíamos hasta mi casa en el Village o a la de Ariel o a la de ella en Inwood, y seguíamos jangueando con los temas, libros leídos, exhibiciones de arte vistas, mis poemas concretos, joyas esculturales, pro y anti anti los antis y cosas -¡a saber de qué hablábamos o fumábamos!-, gozadas, revolcadas, discutidas -¡qué se puede esoerar de los setentas!-: explorábamos, junto a Myriam, entretejíamos la vida con el arte.
En su caso, ese vivir atrapaba todo: su bisutería, esmaltes, pinturas, medios mixtos, su escuela: emblema internacional, su trabajo como directora de una institución extraordinaria, un centro de aprendizaje y enseñanza donde muchos aprendimos a aprender, fijarnos en obras como en estudiantes. Mirar con Myriam era un entrar en lo de enfrente con un ojo o dos o tres o cuatro, y de ahí en adelante, no se volvía a ver el enfrente de igual manera. Con ella descubrías el revés de las cosas.
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