No recuerdo un momento agradable o de aprecio que mi hermano -veinte años mayor que yo- demostrase conmigo. No me sorprende, hasta mis padres le tenían tanto miedo, que no se atrevían ni echarle la bendición a su nieto: el hijo fuera de matrimonio que mi hermano reconoció pero que nunca presentó en la casa. Me amenazó unas cuantas veces, pero nunca se me acercó fisicamente. No fue así con mi hermana Nila, a quien el abusador le pegó un puño que la voló de un lado a otro. Ella, años más tarde, contaba la anécdota sin pizca de ira. Miedo, no sé. Mi hermano disfrutaba de su “machsimo”. También era alcohólico; presa fácil de quien lo comprara por un par de pesos o de que lo usaran para acosar y aterrorizar a otros; como lo hizo conmigo hace unos años atrás.
Él nunca me había llamado por teléfono a menos que fuese para pedirme dinero, lo que hacía a menudo bajo la excusa de arreglar la casa, pintar la tumba, comprar no sé qué cosa; mas después de que le paré el caballo a él y una sobrina ladrona de tumbas, cuadros y muebles, comenzó a llamarme y dejar amenazas, burlas y comentarios homofóbicos. Después de hablar con otra sobrina de mi misma edad, de un integridad inviolable, nos dimos cuenta de que las llamadas empezaron a ocurrir cuando yo escribía sobre la familia, el robo de tumbas y cuadros; decidí para cortar el abuso, traspasarle mi casa -donde él vivía gratis- y propiedades personales, cuadros, libros y muebles a mi sobrina mayor y ésta se la traspasó a un sobrino nieto.
Mi hermano ni sabe qué hacer con una computadora, mucho menos leer mi blog; pero cada vez que yo escribía algo, él me llamaba y dejaba mensajes como: “pato, cua, cua”. Hacia el tercer mensaje, el patrón era tan obvio, que mi sobrina confidente, quien lee mi blog, rápido me llamaba para saber si el tirano seguía jodiendo. Ya para la quinta o sexta vez, quizás más, llamé a una amiga que trabaja para Justicia en Puerto Rico, y ella a la sobrina de un amigo que es “field officer” del FBI. Me dieron sugerencias, entre las cuales, que le pidiera a lguien que fuera donde él y le dijera que estaba cometiendo un delito federal y que podía ir preso. Llamé a otro sobrino nada flojo, muy recto, y que conoce la historia de mi familia muy bien. Allá fue, y el hermano, alcohólico al fin, le contó quiénes eran las dos que andaban sembrado cizaña contra mi persona (mi sobrina y una compinche que no tolera que un hombre gay no juegue el papel con ella de la “loquita alcahueta”; sorry darlin, soy gay pero no ando con “fag hags”).
Como resultado del susto, el hermano de casi noventa años paró de joder a su hermano de casi setenta. Al menos, el acoso sirvió para demostrar que la homofobia no tiene edad.
Como resultado del susto, el hermano de casi noventa años paró de joder a su hermano de casi setenta. Al menos, el acoso sirvió para demostrar que la homofobia no tiene edad.
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