Hacia el sexto dia cambió las bebidas y la música: de una botella de vino diaria, acompañada por hip-hop o electrocontemporánea a más de dos tercios de un cuarto de litro de vodka y la Sara Vaughn. El espacio exterior se contraía a la par con las sensaciones. Era preferible sentir el Nueva York del jazz y los speakeasy a la ciudad enferma. “Hay que cambiar el momento”: dijo.
Santurce siempre fue lo opuesto a Guayama. El gran escape hacia una vida de ciudad con hoteles, barrios populares y tres-chic, bares, restaurantes, olores y colores, grandioso y algo decadente; olida, observada, disfrutada. Cada atardecer, preámbulo, con el Atlántico de fondo, la música de conjunto señalando los puntos, los techos, árboles cuyas raíces levantan aceras, casas bajitas de colores, por un lado, hoteles y condominios de blanco, torres, por otro, invitaba a relajarse y olvidar al clautrofóbico Guayama. El balcón y la vista física es la misma. Sin la gente y los conjuntos, respondo y siento una ausencia de cierto placer, puesto en cuarentena. Espero.
Santurce siempre fue lo opuesto a Guayama. El gran escape hacia una vida de ciudad con hoteles, barrios populares y tres-chic, bares, restaurantes, olores y colores, grandioso y algo decadente; olida, observada, disfrutada. Cada atardecer, preámbulo, con el Atlántico de fondo, la música de conjunto señalando los puntos, los techos, árboles cuyas raíces levantan aceras, casas bajitas de colores, por un lado, hoteles y condominios de blanco, torres, por otro, invitaba a relajarse y olvidar al clautrofóbico Guayama. El balcón y la vista física es la misma. Sin la gente y los conjuntos, respondo y siento una ausencia de cierto placer, puesto en cuarentena. Espero.
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