Abuelo Chago nació en el 1864 en los cerros de Jájome. Su forma de hablar era algo distinta a la de sus hijos; y mucho menos, hoy día, se pareciese a la de sus nietos, bisnietos, tataranietos. Aquel “usted y tenga”, el deje, la entonación suave, tonada melodiosa, sigue igual entre algunos, muy pocos. Otros hablan con el tonito de lumpen proletario cultivado, metido a tipo “cool”: herencia de la cultura urbana juvenil de los sesenta; de barrio, hablar evocando el vivir al borde de los Lavoe salseros. Por otro lado, sin la entonación desentendida, despreocupada del tipo pseudoproletario, los burgueses mantienen la nasalidad. Dicha característica lingüística del español boricua sigue vigente. El antiguo jíbaro fañoso ha repartido y distribuido su hablar por la nariz -en distintas versiones- por las varias clases y colores isleños.
Don Jaime Benitez, dicción impecable, uno de los últimos intelectuales puertorriqueños que mantuvo el acento criollo hispanista decimonónico, era motivo de burla por hablar como hablaba. La generación que vino después de la reorganización socioeconómica impulsada por la colonización gringa, ya no “sonaba” ni apreciaba el modelo de los que nacieron durante la invasión o antes; no era la nueva marca que sellaba el ser culto y pertenecer a cierta clase social.
La transformación del español boricua fue tal, que hasta un periodista chileno residente en Puerto Rico, Carlos Weber, recoge -sorprendido- parte de ese cambio en un ensayo (véase 80grados.net) sobre el “tuteo” entre los jóvenes que asisten a una fiesta de clase media en un suburbio de San Juan. Lo que Weber no discute es que hasta los sesenta, ese “tuteo” sólo se oía en los arrabales, y que con los milenios adquiere uso “aceptado”; aunque algunos de sus progenitores salidos de las clases proletarias lo usaban comúnmente. (En otro escrito posteado en este blog exploro los usos de "cabrón" por parte de esos grupos).
“Ay, qué fino” era como las masas en las escuelas donde estudié respondían a los que hablaban con “propiedad y corrección”. Las clases sociales definían esa actitud y respuesta ante el idioma. En los colegios privados el asunto no era hablar fino -su clase los obligaba. Aprender inglés era el reto, un tema que dos generaciones más tarde incluye a los de las públicas.
Ni el criollo hispanista ni el lumpen salsero guian el hablar de la nueva subcultura en marcha: los milenioides reguetoneros -un estudio y evolución en proceso.
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