Puedo salir a comprar, cargo la sensación de que están limitando los espacios, las opciones. Ayer prohibieron la apertura de los puestos de viandas, frutas y vegetales en las placitas de mercado, incluyendo la majestuosa que tengo de vecina, la de Santurce. Tan cerca y tan útil, no la puedo ver cerrada. Me obligo a seguir de largo, caminar por las soiltarias calles -excepto la Ashford en El Condado, donde pude comprar productos orgánicos en el supermercado gourmet, abarrotado de gente y suministros de alta gama; camino de nuevo y busco los vinos en el único colmado en dicha zona de San Juan, el una vez ícono del comercio boricua con buenos tintos de la Rioja y albariños de Galicia, tocino y mortadella.
Ando por zonas en tinieblas sin las nubes obscuras, grises, impuestas en nuestra imaginación por los artistas: raciocinio puro frente a la vida cotidiana, con actividades concretas, enfoque microscópico en lo observable, cada paso, extensión de la mano, toque cuidadoso de la materia, respiración asustada frente a la cajera. Entregas el dinero, notas los guantes plásticos, la sonrisa incómoda de la joven, el espacio exagerado que separa a los que esperan para terminar su compra, pagar y regresar a sus casas, cocinar, comer, beber, esperar.
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