La sonrisa no era de amor o compasión, denotaba cierto grado de gusto vengativo, de tener el poder, la capacidad absoluta para razonar sobre el asunto o problema discutido y de ser omnipotente en cuanto a lo sugerido -a su hijo, quizás-, que no fue seguido al pie de la letra. “Yo se lo dije” no era oido por primera vez; lo había vivido en carne propia. Representaba la lucha entre el libre albedrío, el deseo de explorar el mundo a su manera, aprender a través de logros, errores, o seguir sin cuestionamiento los modelos de otros, obedecer cual vasallo medieval. La madre estaba más preocupada por demostrar que ella tenía el control sobre cómo vivir, y gozaba cuando veía a su hijo fracasar en situaciones que contradecían lo que ella creía era la forma correcta de abordar la vida. Mi madre, y las de otros tantos, quería que yo viviera sus experiencias en mi cuerpo.
Wednesday, March 4, 2020
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