"Hay que inventárselas…aquí estamos lavando ropa, cocinando un arroz con jamonilla y salami y hasta aproveché y me afeité”, dijo con jocosidad Rubén Rivera."*
Hacia el 1930, "Por allá, por San Felipe" -contaba mamá (como lo hacían muchos puertorriqueños de su generación, que miraban y relataban las épocas anteriores a través de los huracanes)- regresó papá a Jájome, montado a caballo en un viaje de dos o tres días, después de haberse ido por unos años a vivir en la costa; y ella se enteró que él venía de vueltas, porque abuela -con quien mamá vivía, ya que el muy bullanguero padre la había abandonado: algo que hizo unas cuantas veces- envió un muchacho para que le avisara, que "dejara de lavar ropa en el río, porque Felipe venía por el camino de Jájome Bajo y quería ver la nena" (mi hermana mayor, quien tenía unos cuatro o cinco años). Es la imagen más poderosa que tengo sobre lavar ropa en el río; por razones algo distintas a las que cubre el artículo anexado, pero con variables muy parecidas: la carencia y la capacidad para enfrentarse a la vida y resolver. Mi generación fue, quizás, la última -o se pensó ser la última- en ver a sus padres o conocer parientes que lavaron ropa en el río. Hoy, María nos ayuda a recuperar la memoria.
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