El escritor, vecino de los anfitriones, fue testigo junto a la visita alemana de esta lucha de clases por asuntos de los buenos modales. Solo fueron testigos porque ni al escritor ni a la alemana los impresionan los falsos protocolos.
Uno de los personajers -hijo de una empleads doméstica, criado en un modelo de corte feudal: su madre era una mujer que vivió toda su vida en una casa al servicio de una familia clase media latinoamericana- se vio obligado a aprender el manejo de los buenos modales; rígidos comportamientos que años màs tarde fueron usados por el segundo personaje -su amante burgués, izquierdoso de salón- para continuar el control sobre el pobre venido a clase media, sin nunca éste poder superar su dependencia del control que dichos valores pequeño-burgueses y otros personajes ejercían sobre él, incluidos los buenos modales.
La mano izquierda sobre la falda era una copia exacta de lo que las clases medias niñas americanas estudiaban con Miss Prim and Proper, y para nada reflejaba la educación ni los modales que aprendían las estudiantes de la Maggie Smith en "The Prime of Miss Jean Brodie", y su muy europeo uso de los cubiertos, con ambas manos agarrando el cuchillo y tenedor a la misma vez. Cuando la visita alemana -una feminista madurada bajo los esloganes de la contra cultura europea- vio por primera vez al hombre de casi cuarenta años con aquella manita sobre la falda, preguntó - cinismo puro - si él ponía la mano allí para recoger las migajas.
Sonreír ante el comentario fue la mejor respuesta, incómodos movimientos de labios fueron seguidos por un postre y luego, una vez fregados los trastes, la lectura del cuento de Tennessee Williams sobre el deseo, la relaciones de clase y raciales entre un hombre blanco y un masajista negro. El cuento sirvió como principio del desenlace, el destape, la ruptura con los buenos modales. Al otro día, su primer paso fue el de negarse a poner la mesa.
-Coman ustedes que yo me sirvo luego-: dijo el proletario al vecino escritor, a la visita alemana, y a su amante burgués.
El escándalo formado por la gritería, comer juntos, "atender bien a la visita.... el yo no soy cocinero tuyo...... no soy sirvienta tuya, .....no soy, no soy, no soy esto y aquello" terminó con la comida echada en la basura, los platos volando sobre la mesa, los reproches, los reclamos, "cómo te atreves, eras un don nadie, eres, eras, eres, eras"; y la visita alemana, mudándose a la casa del otro amigo gay, escritor solterón, donde se podían poner las manos en cualquier sitio menos en ciertas áreas del cuerpo, a menos que fuese para un buen masaje de mutuo y consciente acuerdo.
En el relato por Tennessee Williams, los deseos del masajista negro y los del blanco que recibía el masaje no ofrecían otros espacios, otros caminos, otras faldas donde poner las manos excepto en los cuerpos de ellos dos mismos. La pareja burguesa-proletaria se separó. Por aquellas vueltas circulares tan extrañas que da la vida, el burgués siguió buscando novios proletarios y el proletario continuó poniendo su manita sobre la falda.
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