Thursday, February 21, 2019

JÍBARO GAY EN FIESTA, EN CHELSEA, SIN PERRILLO

Ser presenta'o o entrometi'o o apronta'o o carifresco o fanfarrón o jaiba o presumir de ser gran señor y andar con poses y presunciones no eran valores promovidos en los cerros. Defender el honor y guardar respeto y hasta aceptar cierto grado de distancia entre los otros grupos sociales -urbanos, rurales, fenotipos, negros, jabaos. trigueños- que conformaban el Puerto Rico pre sesentas era casi norma. Esas diferencias interseccioandas y sumadas en el todo de una persona llevaron, décadas más tarde en Nueva York, a que un fotógrafo de farándula boricua en revista de chisme, de visita en Nueva York señalara a otro invitado en una fiesta gay: "es bien jíbaro". Tenía razón. La forma de decir algún comentario, la mirada sobre el hombro, saber que hay algo distinto en cómo el fotógrafo santurcino clases medias/obreras, trigueño cepillado, desligado de cualquier vínculo con la vida en el centro de la isla, amigo de la nueva chicquería sanjuanera, se comportaba; los separaba socialmente; históricamente también. 

Basta con leer la literatura constumbrista -cuidadosamente, pues la escrita por burgueses hispanistas a lo René Marqués o la de tipo con tono parcelero a lo Enrique Laguerre caricaturizan ciertos rasgos de sus personajes- para conocer bastante de los que plantaban sus dudas con un buen “nmjú”, recreado magistralmente por Luis Lloréns Torres; y acompañar esas lecturas con los estudios puntillosos, detallistas, casi microscópicos por Fornando Picó. El fotógrafo, muy desenvuelto en la conversación y tuteos, puede que no hubiese leído esa literatura si estudió en colegio privado chipichape de Santurce; y de hacerlo, a saber qué decían los profesores de aquella época, mayoría de blanquitos urbanos que sólo conocían a los campesinos de los cerros, de lejos -Margot Arce de Vázquez, et.al.- desde los balcones de sus quintas. 

Dudo que el fotógrafo fuese invitado a las casas de campo de la antigua -pre sesentas- burguesía criolla; ni que hubiese podido imaginar que los dueños de las quintas sabían que el jíbaro usaba el perrillo para distintas faenas: cortar matojos, desyerbar y dar un buen tajo, si algún tipo -fuese un blanquito de la urbe o un mulato del pueblo con presunciones de estatus superior, presenta'o o entrometi'o o apronta'o o carifresco o fanfarrón o jaiba- le faltaba el respeto, En la fiesta en la 23, entre Séptima y Octava, no había perrillos. 

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