Nací para sorprenderme con la vida. La curiosidad azuzada recorre sus senderos, conoce sus desvíos, regresa donde ellos, los descubre. Cada nueva lectura de un mismo poema camina otro poema; las mismas letras, una nueva vida. Nací para enamorarme de ti.
Friday, January 31, 2020
Thursday, January 30, 2020
MAESTROS PERIPATÉTICOS
Hacia principios de los años sesenta, durante mis estudios en la Escuela de Educación de la Católica en Ponce, fuimos los futuros maestros expuestos a la ideas que subyacen las prácticas didácticas en las escuelas. ¿Cuántos maestros pueden usar un método, un enfoque, donde el estudiante participa en la búsqueda de la solución del problema y, a la vez, en formular o descubrir en la marcha el método que se usa para solucionarlo? Aristóteles con su escuela peripatética, el naturalismo de Simón Rodríguez, las escuelas "libre expresión", Summerhill en Inglaterra, Iglesias en Argentina, Weber, Mercado y Bedoya en Nueva York, los esquemas interpretativos de Cárdenas, Freire, Piaget y Ferreiro apuntan todos hacia un lugar común en la historia de la educación occidental: la participación del estudiante en ambos aspectos del aprendizaje es necesaria para poder conocer y comprender el fenómeno, el objeto estudiado. En este blog he relatado unas cuantas anécdotas, describiendo experiencias didácticas que se fundamentan en una visión peripatética de la educación, y algunas que "pretenden" serlo. Y si necesitan más información para entender el punto anterior, con leer sobre las diferencias entre el desaparecido Workshop Center for Open Education y en lo que luego fue el Center transformado, debe ser suficiente material para aclarar lo dicho.
Sunday, January 26, 2020
AYQUÍA
Regresé para encontrarme con una generación de cultos urbanos tuteando a diestra y siniestra, desbalanceando mi crianza entre jíbaros cerreros de “usted y tenga”. Desestructuré mis esquemas asociados al uso de lenguaje formal en español cuando se trata con personas mayores; la oí. Acababa de conocer a la poco discreta señora treintona con historial bordeando en lo lumpen, perfil de calle en barriada santurcina o esquina de urbanización proletaria en Puerto Nuevo, quien no paró de darme cátedra negativa sobre Ayquía; sonreí.
Wednesday, January 22, 2020
BALAUSTRES EN GUAYAMA
Balaustres, miles de balaustres, de madera, hierro o concreto. ¿Cuántos quedan? ¿Cuántos fueron reemplazados por rejas? ¿Cuántos dejaron de existir, de jugar el papel de árbitro, servir de signo: quién subía al balcón o quién pasaba, quién no era reconocido o quién no podía subir y solo hablar desde la acera?
"Un balaustre o balaústre (del griego, balaustion; latín balaustium, ‘flor de granada’) es una forma moldeada en piedra o madera, y algunas veces en metal, que soporta el remate de un parapeto de balcones y terrazas, o barandas de escaleras. El conjunto de balaustres se denomina balaustrada."*
Bajo otros modelos económicos, los balaustres desaparecieron, cuando las nuevas clases medias reemplazaron las muy elegantes casas por cajones de concreto que no tienen balaustres, lo que una vez servía de clave para determinar las relaciones de clase, color, estatus en Guayama. Hoy las diferencias son marcadas por el salario.
La mulata -"de color" era cómo se les conocía; "ella es una señora de color, trigueña": decían; nadie hablaba de mulatos- paraba frente al balcón y hablaba con los blanquitos del pueblo. Podía parar porque era una de las directoras de escuela y con ese rango se permitía saludar y hablar desde la acera. No la invitaban a subir ni tampoco la invitaban a las fiestas en el club privado donde solo iban los blanquitos. Sus hijos hoy reclaman haber sido parte de aquella blancura -memorias de conveniencia; viven en los cajones de concreto sin balaustres.
"Los ejemplos más antiguos se muestran en bajorrelieves de los palacios asirios, donde se empleaban como balaustradas de ventanas, con lo que en apariencia parecen capiteles de orden jónico. No parecen haber sido utilizados en Grecia antigua ni en el imperio romano.
Ejemplos de finales del siglo XV se encuentran en balcones de palazzi en Venecia y Verona. Estas balaustradas del quattroccento no tienen todavía precedentes identificados en la arquitectura gótica y forman columnatas como alternativa a las arcadas en miniatura."*
Balaustres, miles de balaustres se perdían de norte a sur y de este a oeste en las calles del cuadriculado pueblo; el único que fue planificado antes de ser poblado; el que antecede a los cajones de concreto que lo rodean.
Las nuevas urbanizaciones y condominios, con marquesinas para carros, sin balcones, sin balaústres que pudieran servir para que los hijos del policia, o la maestra, o el tenedor de libros aprendiesen a distinguir entre quién se puede parar frente al balcón, quién puede entrar y sentarse en una de las mecedoras y quién tiene que seguir de camino. En los cajones de concreto se diluyen los tantos grados de separación que existían/existen entre ellos y otros; entre la sierva y el apellido; entre el hijo del policía y el hijo del dueño del colmado, entre el negro y el blanco. Las diferencias siguen; el entorno y las fronteras son otros.
".......Rudolf Wittkower, historiador de principios del siglo XX, .... resalta el antecedente de Giuliano da Sangallo quien las usó profusamente en las terrazas de la Villa Médici, en Poggio a Caiano, alrededor de 1480, las empleó en la reconstrucción de edificios antiguos, y legó el motivo a Bramante y Miguel Angel. Con este último las balaustradas ganaron popularidad ya en el siglo XVI. Wittkower distingue dos tipos, uno de perfil simétrico con una forma bulbosa sobre otra invertida, separadas ambas partes con un anillo, y otra con forma de vasija, que fueron empleadas por primera vez, según Wittkower, por Miguel Ángel."*
Dos novelas, El hijo del Policia y El hijo de la sierva, escritas casi al final de las vidas de sus autores, retratan los laberintos, negaciones y realidades alteradas que viven sus protagonistas en distintos pueblos, con distintos balaustres.
En El hijo del Policía, el autor narraría las vivencias, negadas y alteradas por un joven médico, quien alcanza vivir una vida al borde la burguesía criolla. Sus reflejos en múltiples espejos, no es lo que ve, es lo que ha armado para justificar los tantos grados que lo separan entre él y su verdadera historia: un mulato claro que se autoclasifica como blanco; un homosexual que se casa por puras apariencias; un descendiente del mundo proletario que presume de ascendencia aristocrática.
"El arquitecto y tratadista español Diego de Sagredo publicó en Toledo (1526) su tratado Medidas del Romano que tendrá una influencia notable tanto en la arquitectura española de la época como en la europea a través de diversas traducciones de la obra. En el capítulo De la formación de las columnas llamadas monstruosas, candelabros y balaustres juega con varias combinaciones entre estos elementos arquitectónicos......"*
August Strindberg en El hijo de la sierva, una novela de tintes autobiográficos, recoge las vivencias de la infancia y adolescencia de su vida como hijo de una criada. Aunque el autor reconoce explícitamente en el prólogo que los acontecimientos narrados se corresponden con sus propias experiencias, advierte también de que es humanamente imposible narrarlas con suma sinceridad. Es fácil adivinar que el carácter tumultuoso y muchas veces contradictorio del autor sueco tuvo su germen en esos primeros años que él vivió en un permanente estado de infelicidad y, sobre todo, de lucha.
"El balaustre es a menudo un medio para datar mobiliario o elementos arquitectónicos antiguos. Por ejemplo, el diseño torneado de balaustres en los muebles de roble del período de Carlos II de España, es característico de principios del siglo XVII."*
Ambos personajes, el hijo de la sierva y el hijo del policía, viven en universos paralelos a los que sus verdaderas historias cuentan, un tipo de esquizofrenia social, sintomático de lo que el tan estratificado mundo contemporáneo obliga a muchos: re-escribir sus historias para poder sentirse encajados en algo tangible. Niegan lo fluido, lo nada permanente de la existencia; siguen atrapados por los balaustres que una vez los separaban y vinculaban al entorno.
Muy parecidos a los balaustres en Guayama, la arquitectura normanda agregó "...... basamentos y capiteles, además de utilizar formas cilíndricas simples para los balaustres, asemejándolos, en consecuencia, a pequeñas columnas."*
*http://es.m.wikipedia.org/wiki/Balaustr
Monday, January 20, 2020
/G/ AND /R/ IN MEEAMIE (MIAMI)
The young woman behind the counter looked at me and repeated my name twice with the English sound of the /g/ when facing an /e/ or an /i/. I said nothing, smiled at what was obvious a USA based so called “hispanic” pinching another “herpanic”(In Puerto Rico “hispanicos” or “hispanistas” are those who adore and study Spain’s culture; and claim to be direct descendants of Spaniards “sin mezcla”). It was not the first time it happened with a USA “latina” -who most probably speaks English like a “native”- or with an anglo who cannot switch that quickly from how he or she had learned to say the name in English. Some used the opportunity to learn to roll the “Rs”, learning right away. Others kept calling me “Llerardo” and I had no problem with their limitations. Since most were not interested -or seemed that way- to annoy me, I had no issue with the mispronunciation. I also did it (still do) so many times with my colleagues and friends: Günter became Goonter; Sherrin became Sharon; Gaari instead of Gaerie, and Madelon was Madelin, like Proustian pastries in my mouth. I was very tired and dizzy after a week in a ship, and too old to pay attention to a young fool who could have bought into the racist construct: “if you have an accent, you are not their equals” (not that they could ever be; much less if you are clerk behind a counter from 9 to 5). My “Rs” (two in the name and four in the last names) are strong, and I roll them with pleasure. Was she reacting to my explosive and roaring “Rs” was the question that appeared in my retired full of free time and leisure oriented mind, seven days later, leading me to wonder, if the reason I had to go back twice to her, to get help with the elevator, so I could go up to meet my hosts, was due to my name been said with clarity in Spanish: Gerardo Torres Rivera.
Sunday, January 19, 2020
INTRATRANSCULTURACIÓN LATINOAMERICANA EN MIAMI
Que no los asuste el título, que Miami ni es posmodernista enredador de frases ni traqueteador con palabras, ni lo que viene a continuación es un enjudioso estudio sobre las nuevos modos de ser latinoamericano, exluyentes del tener que bregar directamente, de día a día, con las masas en masas, olorosas a grasa, cual caderamen palesiano por las calles de Caracas.
En Miami han recreado la ciudad deseada sin las frituras en la esquina, mudándolas a los food carts con su propio park, el grafiti controlado dentro del espacio-mala-copia-slumming a lo East Village; paredes para que grafiteros (comisionados) con nombre pinten el placer de estar en el gueto sin los guetis, asombrando tipo Mimi in Disneylandia a las clases medias y altas latinoamericanas de cultura avanzada; por alli pasean.
Bien avanzada. en español neutralizado; nada de “sonar” estancado en los muelles de la Habana ni silbar demasiado las /S/ -vayan a pensar que somos paisas con rastros blancos en las narices.
Para nada se asusten, que en Miami hay otras historias en la antigua cancha de Jai alai, Jaialea; en la fila de Fema; en la galería de arte naif regida por un tal Maurice, contador de historias que hablan de los Ton Ton Makoute.
Thursday, January 16, 2020
GEMIDOS ENTRE LAS DUNAS DE SAN LUIS
La luz de la tarde palideció a las dos sombras que bañaban los arbustos, las dunas coronadas por un pelo negro -un cuadro, un calco, trazados por David Hockney-, un rostro enredado con la arena. La playa quieta, tranquila: San Luis no grita, no es Punta. Del oeste llegan los rayos de oro, mecen la marea. El rostro desaparece, se esconde, arrodilla. Otro cuerpo alza su cabeza, combina los matices de la tarde. Con San Luis y el Atlántico de fondo, los gemidos acompañan el susurro de las olas.
Tuesday, January 14, 2020
CÁTEDRA SOBRE TRAVESTIS RENACENTISTAS
Eres, una travesti, y al no aceptarlo, eres un descarado. El maestro te vistió con ropas de mujer; te pintó dos veces. Si creían que con tu sonrisita y tu boquita apretujada nos iban a engañar, te equivocas. Te he leído hace mucho tiempo. Conocí quién eres y de dónde vienes. Me informé muy bien sobre tus juegos con tu gran maestro. Travesti. Eso es lo que eres una vulgar y vividora que traviste para esconder su verdadero yo, y no para expresarlo plenamente. ¡Y que ayudante! ¡Y que aprendiz! ¡Ja! Lacra, parásito. La historia te ha delatado. ¡Esos colores! Ese efecto vaporoso, esa superposición de varias capas de pintura extremadamente delicadas, esos contornos imprecisos, esa vaguedad y lejanía no esconden quién eres. ¿Profundidad? ¿Tú? Profundidad tenía quién te hizo. Eras un donnadie, y tu maestro fue el que te dio poder, permanencia, historia, eternidad histórica. Tu yo quedó detrás de los óleos, los contornos imprecisos, y el maestro a propósito te envolvió en esa especie de niebla para difumar tu perfil y darle más importancia a la atmósfera y a la recreación de tu yo que a tu yo mismo. Si no fuera por el cuadro, hoy no estarías aquí. Mira como te miran mis estudiantes, perplejos, no están acostumbrados a que nadie te hable así, a que te las cante sin predicamentos, a mostrar tu verdadera cara. Tan buenos, tan obedientes, tan embelesados ante tanta belleza, cultura, tan impresionados por ti y lo que representas. Tan en busca del lenguaje fosilizado, de las interpretaciones en la academia. No eres la única vividora. Ellos también lo son. Aquí están en espera de hacerse miembros de los escogidos, los que residen en las torres de marfil. Los que flotan sobre las masas son tan vividores como tú. ¿Por qué se van? ¿A qué le tienen miedo? ¿A otra versión del mundo? Mira a quien tienes al lado. A esta, tan doméstica ama de casa, siempre esperando frente a esa ventana, aburrida. Vete a trabajar, vaga, deja de estar dependiendo de tu marido. Vestida para jugar el papel que te corresponde. Por lo menos esta otra se vistió de mujer y transgredió. Tú no te atreviste. Señora pequeño burguesa. Patética. Cumpliste con lo que te decían que fueses. Te ves llena de tranquilidad, feliz y agradecida por lo que Dios te ha dado. Con ese modelito de tejidos flamenco, con ese sombrerito de muy fino lino, tan lindo, blanquito. ¿Se van? Flamenca de mierda, contigo y con Vermeer hablo más tarde. ¿A qué le huyen? ¿A la verdad? Y tú mi querida Mona Lisa, sigues ahí sonreída, riéndote de todos ellos y de todos de nosotros.
(Dedicado a todos mis estudiantes: los que llegaban listos para conocer el mundo y transformarlo en virtud de sus historias y sabidurías, enfrentándolo a mis historias y sabidurías; pero también, a los que procedían de mundos pequeño burgueses o aspiraban a serlo, y usaban el magisterio -para muchos, su única opción, aunque fuesen ingenerios o médicos en sus países de origen- como carrera que les permitía vivir de acuerdo a ciertos valores socio/económicos; deseaban ser parte de -y compartir con sus iguales “americanos”- las clases medias suburbanas de los EEUU. Cómo ocurre ese posible processo de integración/segregación/destrucción es para otro cuento. )
Monday, January 13, 2020
VEJESTORIOS EN SELFIES
Enfoca en una sensación; meta: lograr que sienta la presencia del sujeto retratado. Tiembla por dentro, escoge, reduce, colorea los labios y obscurece la panza setentona, disuelve las arrugas; recorta lentamente, edita, elimina el espejo; solo deja sobre la pantalla los ojos con su mirada insegura, a la vez, auscultativa, directa. Envía por correo electrónico. Espera respuesta. Suena un timbre. Presiona el enlace. Lee: "¿Qué carajo es esto?". Contesta: “Mi vista”.
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No es una toma de un hombre mayor corriendo, ejercitando su cuerpo, comiendo comidas sanas, tomando miles de litros de agua, participando de todas las actividades programadas para los lindos viejitos, los buenos y tiernos ancianos. No, no es una foto de una idealizada vida llena de amor puro; ni la de un sabio entrado en años, con sus barbas blancas, ojos amables y sonrisa comprensiva y tolerante. Es la foto de alguien sobre una cama, casi inmóvil, mirando al techo, convencido de que no se tiene que levantar y que a su memorable edad puede quedarse acostado todo el día, toda una eternidad, sin que nada cambie, aunque todos los jóvenes anden preocupados por causa del mismo deseo: tomarse un selfie el día que deciden no levantarse.
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Casi cuarenta años pintando retratos de vuestra cara, cuerpo, las entrañas, disfrazado de joven renacentista, primero; de San Pablo, después. Estudias, disecas cadáveres, revives fantasmas, y registras cada uno de los movimientos de todos nosotros, los que continuamente nos retratamos contigo, por fuera y por dentro, proyectamos nuestras caras, y vestimos con perlas a nuestros sombreros.
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En los ojos inseguros, esperando el ataque, està retratada la historia. Con la sonrisa trata de agradar; no saluda a nadie en particular. “Quiéranme, por favor”, parece decir. Los cachetes lucen rígidos, petrificados por los controles que durante siete décadas han servido de herramienta, armadura, sostén de un cuerpo listo para derrumbarse en cualquier momento, soltar todas las defensas y dejarse fluir con la historia. El selfie protege al cuerpo que tanto teme desaparecer,
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Tanto brillaban las lentejuelas, los relojes y pulseras, que los invitados no tenían necesidad de prender la luz, y podían ser filmados desde el quinto piso, otra ventana, al cruzar del patio interior, en un tenuemente iluminado y solitario apartamento, servía para encuadrar la cara del hombre mayor: se retrataba mientras tomaba una copa de algún licor; celebraba junto a sus vecinos del frente; sirviendo ellos y la fiesta de fondo para su selfie de despedida de año.
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Cada camisa, calzoncillo, pantalón, calcetín, zapato, pañuelo, suéter cuenta una historia, una en particular. Cada -ese- momento grabado recuerda, pregunta: "¿Qué vas a ponerte un suéter amarillo porque vas a marchar? ¿Una marcha gay? ¿Qué prefieres no tener que ponerte un traje de etiqueta, y menos antes de caer la noche porque eso es gusto de mestizos arribistas? ¿Qué te pones calzoncillos de pata desde que los testículos empezaron a caerse todo el tiempo y se salían por los lados de los jockeys? ¿Qué te causan irritación? ¿Qué no importa si te excitas porque ya casi no encuentra oportunidades para que se pare?" El selfie del clóset recoge historias y el perfil de una cara "curada de espantos", madurada, tranquila y feliz, que observa su armario abierto, completamente abierto.
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El fondo de la foto no muestra, pregunta: “¿Qué hago aquí?”; mueve al observador hacia un calentador de agua, la ducha antigua, mohosa, una toalla con flecos amarillentos, descoloridos, que rozan unos azulejos despintados por la edad, y enfilan la vista hacia un algo opaco espejo de baño, encuadrando otra imagen: una nalga fofa, pėrdida de masa, desnuda reposa sobre el borde del inodoro. La foto fue tomada usando un lente para paisajes amplios.
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Sin callos, las huellas que el roce con la piel ha dejado sobre las líneas, las que tienen escrito el futuro en la palma de la mano derecha -la que tanto placer ha dado- marcan, retratan, y a su vez son retratadas, el pasado de un encogido pene.
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En palabras de la muy pragmática voz de la psicología norteamericana, "reality check" es lo que obliga a retratar y comparar. La todavía lozana, ligeramente coloreada por el sol del verano y blanqueda por el invierno, cara, sin arrugas notables, con sus canalitos y desbordes de piel por los lados cercanos al cuello, explorados por el leve toque de las envejecidas manos, cuestionan los esquemas que juzgan el lucir; plantean problemas estéticos (no puedo ponerme cuellos tortuga), románticos (nostalgias y boleros), éticos (cirugías plásticas, jamás), y muchos otros, muchos otros asuntos de la tercera o cuarta edad. Archivo la foto en la nube.
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La primera no puede ser considerada como un selfie: en un laboratorio, tomada por unos entes anónimos ínterconectados entre sí, y con una enorme estructura que podía retratar microscópicamente. Vestidos de blanco, con sus voces genéricas y cuerpos parecidos, en continuos y diversos movimientos, ordenaban a otros cuerpos electrónicos que hacer. Enorme cámara en mano, desde la pantalla de un ordenador retrataron al virus que una vez bautizaron unos gays en la Calle 23 y Avenida 7ma con el nombre de Elvira.
La segunda, un selfie en propiedad: el aniversario, treinta años más tarde, registra una transformación: desde el tope de la foto, con una cara mucho más experimentada, relajada, curtida por el tiempo, madurada a golpe del estudio de los obligados autoretratos, observa un sobre abierto que está sobre su falda. El una vez infectado, hoy asesino de viruses, evita mirar directamente a la cámara, estudia el fragmento que sale del sobre: una lámina negra muestra bolitas, líneas, luces y espacios obscuros; la ausencia de Elvira.
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Prohibido el no compartir esta foto de mi cuerpo levitando, este sentido del yo más bello, más puro, más fino, totalmente depurado de valores y expectativas mundanas. Me elevo por las calles sin aceras de Santurce, sobre sus charcos de aguas negras y deambulantes (así le llama la historia oficial de este país de encantos, desencantos y cantos de sirena, canto de país, país a medias, a los que no tienen ni en que caerse muertos). Floto sobre los abandonados por los otros, los buenos y caritativos, los que le “da pena” (la pena mata, me decía mi querida hermana), y que también se elevan sobre los pobres, los negros, los putos y patos de La Quince. Levito cual Terence Stamp en Teorema sobre hombres y mujeres, santos y demonios, amos y criados, poetas y pintores, editores y correctores, gatos y perros, mierda en la calle y los hambrientos que hacen fila para comer una vez al día en el Santurce de Nechodema y Cortijo y su Combo. Rozo, levemente rozo a los de abajo.
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Desnudo, panza, canas, arrugas, tetillas caídas, pies descalzos, sonrisa, ojos de mirada profunda e inquisitiva, dinero, muebles: materia casi ausente, diluida entre las luces que alumbran la bañera. La mezcla de rayos emitidos por la bombilla en el techo y las que bordean el espejo del botiquín, con sus fuertes destellos, despojaron al cuerpo de su substancia, posesiones y orgullo, para transformarlo en un ser de pura luz eléctrica. Lo retrata.
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Quienes se atreven a escarbar en los terrenos de la imaginación para indagar sobre las razones que los llevan a tomarse un selfie, usan la foto para conocer si su cuerpo concuerda con su sentido de quiénes son en ese momento o por qué, a la tardía edad de setenta y pico de años, se ponen las gafas de moda, la gorra de pelotero con las visera de medio lado, pantalones capri y una camisa de reguetonero, posando con un grafiti de fondo: lienzo urbano.
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En el dedo meñique está escrita la historia: hoy sobresale, no toca la copa; muchos años atrás agarró un vaso, hizo lo mismo. La burla quedó grabada, y por años el meñique era el primero en esconderse hasta que la contracultura, las guerras anti-homofóbicas, y un rechazo a todo modelo pequeño burgués del comportamiento y los buenos modales sirvieron para dejar que una vez más, el meñique se atreviese a alzar y exhibir su cuerpo, su alma, su historia. Lo retrata cuando se separa de la copa.
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Frente a la cámara: cualidades de animal y vegetal, cuyos actos han sido modificadas por la historia, en continua pose, se pierde entre las tonalidades grises que cubren la panza, usa la luz para enfocar en los sensuales labios, morunos ojos; busca poseer. Eso espera. Duda, retrata, edita.
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La yema de un dedo explora contornos, huecos; escoge el estrechamente ligado al génesis; otra yema presiona, flash, graba con un “close-up” el cráter microscópico; vestigio de la primera separación amorosa. La variedad de ombligos retratados y presentados en la red comprueba que muchos son los que miran su centro, y se atreven a exhibirlo con fotos retocadas; todos retocados.
Thursday, January 9, 2020
RETAZOS DE AMORÍOS EN SELFIES
El selfie que muestra la cara asombrada, algo desubicada, de un pretendido por el fotógrafo/cronista/pretendiente, revisando los distintos selfies, desde el #2 añadido a la foto de la composición original del cuadro Doña Fructuosa, hasta los que trasgreden la obra, recreando lo narrado en la misma, con sus personajes revertidos y travestidos, dos siglos más tarde convierten al espectador en un sujeto integral de la pintura más allá de lo pintado en el s.XIX en Lima; logran absorber y, a su vez, confundir el espacio real del presente con el mundo criollo del s.XIX, creando la ilusión de estar dentro de existencias y tiempos convergentes. Después de familiarizarse con la colección de selfies que exploran y expanden los límites del cuadro Doña Fructuosa, y haber recibido fotos #11, 12 , -1 del pretendiente, el pretendido prefiriò no volver a ser retratado por el pretendiente y le dejó saber que estaba enamorado de un oso.
El relato mixto, selfie/texto #2, recrea un entorno distinto al que dos siglos más tarde es armado en un camarote cuyas comodidades contrastan radicalmente con el que doña Fructuosa describió, y desde donde escribió sobre sus vajes por el Caribe en una goleta de piratas; sin los lujos del camarote en el del s.XXI: aire acondicionado, nevera y una despensa surtida con paté, galletitas integrales, frutas de todo tipo, licores y refrescos. Rodeado de comodidades que no salen en la foto, el fotógrafo/cronista/sujeto viste -a la usanza del siglo XIX- una copia del traje con el que doña Fructuosa es retratada en el cuadro con el mismo nombre: una capa de muselina que cubre el cuerpo, ajustado al torso con una amplia y pesada falda que casi toca el suelo, mangas que bajan hasta la muñeca y un cuello alto, bien alto. De fondo el mar en un muelle de Roatán. Darle continuidad en otros ambientes a la historia que la pintura Doña Fructuosa cuenta, a la vez que la desdobla en el selfie que muestra una versión de la obra representativa del Barroco Criollo, con personajes y roles invertidos.
“Que buscas un amante que te sirva de colchón y de peluche, atrevido, gordofilo empedernido” decía la nota que acompañaba la foto del pretendiente -un hombre maduro, espigado y con un cuerpo delineado por el gimnasio-, en respuesta al correo que había recibido, un “Dear John email", despedida, enviado por el pretendido, ni tan joven ni tan maduro: “tengo buenos recuerdos de ti”, y, por aquello de imprudencia, anexó un selfie, mostrando su pelo enrizado, ojos morunos y morocha cara sonriente, posando al lado de una imagen tomada de la revista especializada en osos latinoamericanos.
Soprendida, la cara del destinario delataba su incredulidad: la foto del vello púbico rasurado mostraba un pene más grande que el una vez conocido de frente, acariciado y servido como fuente de placer. Decidió responder con un selfie. Filmó su sorpresa y asombro: boca y ojos abiertos, párpados expandidos, hasta el punto que las pestañas parecían estar tocando los bordes de la piel, e incluyó en su selfie la foto del pene rasurado, poniéndola al lado de su cachete izquierdo. Nunca fue lo que se conoce en la jerga gay como una “size queen”, y el tamaño de los penes no eran su norte. Junto a la foto escribió un mensaje: “No me envíes selfies de pingas. Me enamoré y desenamoré de ti por otras razones.”
En el arte del antiguo Egipto el vello púbico femenino era representado en forma de triángulos negros. Al "David" de Miguel Ángel le rasuraron parte de su vello púbico. Francisco de Goya protege, tras un velo, el vello púbico de su maja; y en "El origen del mundo", Gustave Courbet pinta el vello de una mujer en un primer plano. Ninguno recreó o registró su propio vello púbico. Con los teléfonos inteligentes todo aquél que así lo desea puede retratar, representar los pendejos en sus distintos tiempos: de negros y voluminosos a -pendejos al fin- ese momento cuando, escasos y descoloridos, se cansan, pierden volumen, y empiezan a desaparecer. O, como en este caso, al ser afeitados para un selfie, cuya fecha no puede ser fácilmente identificada, logran con su ausencia un cambio de perspectiva: aumenta el tamaño del pene; y destapa el narcisismo e intenciones del sujeto: si se gusta a sí mismo, le gustará al destinatario recibir una foto sin pelos.
# XI: EMBRUJO
"Te aspiraré siempre, oleré todo el cuerpo" inhala: un brujo, trabajo espiritual, hechizo concretado y transmitido por el flash, dedo, sensación, intención, imagen de la pronunciada nariz. La retrata. "Pinocho, Pinocho": azuzaban en años tempranos, escuelas primarias. Embruja, atrapa cual personaje de Sūskind, se apodera del pretendido; reduce la función del selfie a su esencia y logra la meta: huele al otro, lo posee y siente un escalofrío.
El selfie incluía un mojón como los que aparecen en las fotos tomadas en cabinas de feria -en sí mismos, copias de los que indican en las carreteras los kilómetros: amarillos, azules, rojos-, que eran usados por los fotógrafos ambulantes hasta los sesenta del pasado siglo, viajando de fiesta patronal en fiesta patronal, como "props” para comunicar distintos mensajes: “te quiero, a mi madre, para ti, soy tuyo”. Cincuenta años más tarde, el mojón del selfie, hecho en casa, color anaranjado, tiene un mensaje escrito en mayúsculas y negritas. El sujeto en la foto agarra con la mano derecha el móbil, se restrata: un hombre cuyos ojos lucen asombrados, un cuerpo recto, rígido, estirado, una cara seria, el pelo negro azabache aplastado con brillantina, viste una camisa blanca almidonada, planchada a nivel de filo de navaja, y un cigarrillo que le cuelga del borde de los labios, la mano izquierda descansando sobre el mojón que dice: "No me olvides".
La foto pedía que quien la mirara no redujera su observación a lo estético, entornos o épocas sugeridas. Pedía que entraran en ella, exploraran las interioridades del sujeto/fotógrafo retratado, motivos, asociaciones con sus propias vidas; incluyendo a quien fue dirigido el selfie. Ese tercer sujeto (o segundo, de ser él quien lo juzga), sabe si la foto dice que la separación entre ellos se ha completado o no; si deseaba estar de nuevo en sus brazos o si la ansia no era ya sentida. La cara con la sonrisa monalizada fue grabada en el selfie desde un ángulo que también incluyó un tercio del pecho, y en la parte de atrás, el espejo de piso mostrando un reflejo de la ancha espalda y sólidas y bien contorneadas nalgas. El trípode no logró enfocar la cámara para que salieran las piernas.
Desde las fotos tomadas durante los años previos al Stone Wall, hasta los retratos de amoríos más recientes, cubren la pared detrás de la cara arrugada, esculpida por los recovecos de la identidad: procedencia de clase, étnica, color de piel, acento, nivel educativo, libros leídos, deseos, cumpleaños, graduaciones, bodas, bautizos, fiestas patronales en caseta de fotógrafo ambulante-pre-celulares, antiguas, manchadas junto a selfies impresos en papel de cartas, recogen cada eslabón entrevidas; rellenan la memoria. Los últimos, selfies, discretamente tomados en el bar dirigen la vista hacia la gente sentada en las dos mesas que están detrás del sujeto autoretratado, en espera de un pretendido: 1) el pretendido se acerca a la mesa compuesta por hombres gays, incluyendo al fotógrafo/cronista/pretendiente, los saluda, les dal espalda, mueve y saluda a un grupo de gente aparentemente hetero, que está a menos de tres pies de distancia, no presenta a ambos grupos. Va y viene entre las dos mesas y dice dos o tres bobadas: un tipo simpático en busca de un "ese tipo es bien chévere", solidario entre mesas.
Nunca está quieto. Viaja continuamente, no para, por todo el mundo y sólo envía fotos personales. Él en el centro, frente a los monumentos que usa como referentes: Roma, una fuente; París, las patas de la Eiffel; Madrid, el AVE en Atocha rozaba su cara; Cuba, un helado de Coppelia sin la Alonso; San Juan, cual virgen en nicho, en la Garita del Diablo; Nueva Orleáns, junto al trasnochado tranvía, bajo el nombre del tenesiniano vagón, con la cara marcada por la búsqueda, tratando de satisfacer un deseo.
# X: LA DESPEDIDA
Cuando se fue sin despedirse, un beso en el lado izquierdo del cuello y una salida apresurada, evitó la foto, el retrato donde en ese momento una vez más hubiese reafirmado su placer, una sonrisa, al estar juntos, de nuevo juntos. El selfie sella el fin, inesperado cierre de un ciclo que no tuvo ni grandes dificultades ni batallas y convenios de paz románticas. Una relación muy armoniosa, llena de comprensión y tolerancia; bordeaba en un control psicosocial, en un modelo de comportamiento algo parecido a los tipos conocidos como "pasivo agresivos", tratando de proteger lo que nunca se solidificó. Un “close-up” muestra el asombro de una cara ante la partida súbita del otro -quién se fue sin incluirse, a la vez que no indicaba si terminaban por completo- y la realización frente al lente de que la foto no iba a contar la historia completa; mucho menos la de un hombre muy seguro con su vida, amante, trabajo. Años más tarde la foto era el pasado, archivada digitalmente bajo el nombre de cuna del otro: un selfie numerado dentro de una serie con un final y una despedida.
Doña Fructuosa fue retratada en un gran salón de algún palacio barroco en Lima, jugando un papel protagónico, junto a otras figuras situadas en primer plano, representadas a tamaño natural: una pintura realizada al óleo sobre un lienzo de grandes dimensiones; formado por tres bandas de tela cosidas verticalmente. El punto de fuga de la composición se encuentra en un foco de luz que está cerca de un personaje que aparece al fondo abriendo una puerta y un espejo que refleja las imágenes de dos señores con piel color cobrizo, pelo negro y ojos oblicuos, vestidos con ropas europeas de la época. Con esta técnica el pintor (de acuerdo a algunos críticos, el hombre abriendo la puerta es el pintor de la pieza) consigue hacer recorrer la vista de los espectadores por toda su representación, para sugerir, de acuerdo a algunos historiadores, que lo que el cuadro suponía representar no era tanto un retrato familiar; mas bien, era una premonición de los eventos que vendrían después. En el lado izquierdo, ángulo inferior, de la pintura se observa un lienzo recostado sobre una pared que reproduce lo representado en el cuadro “Doña Fructuosa”, y sobre parte del mismo, dos siglos más tarde, el fotógrafo del selfie añade su perfil y el de su último pretendido, y los sobreimpone sobre las caras de los dos sujetos cobrizos. Retrata la nueva composición: una foto transforma el original. El pintor anónimo de principios del siglo XIX se anticipó al realismo de la fotografía; y abrió el camino para que el fotógrafo del selfie reinterpretara el cuadro; reconstruyera la historia.
Wednesday, January 8, 2020
SELFIE #10: REALITY CHECK
El selfie que muestra la cara asombrada, algo desubicada, de un pretendido por el fotógrafo/cronista/pretendiente, revisando los distintos selfies, desde el #2 añadido a la foto de la composición original del cuadro Doña Fructuosa, hasta los que trasgreden la obra, recreando lo narrado en la misma, con sus personajes revertidos y travestidos, dos siglos más tarde convierten al espectador en un sujeto integral de la pintura más allá de lo pintado en el s.XIX en Lima; logran absorber y, a su vez, confundir el espacio real del presente con el mundo criollo del s.XIX, creando la ilusión de estar dentro de existencias y tiempos convergentes. Después de familiarizarse con la colección de selfies que exploran y expanden los límites del cuadro Doña Fructuosa, haber recibido fotos #11, 12 , -1 del pretendiente, el pretendido prefiriò no volver a ser retratado por el pretendiente y le dejó saber que estaba enamorado de un oso.
SELFIE #1: PREFACIOS
El relato mixto, selfie/texto #2, recrea un entorno distinto al que dos siglos más tarde es armado en un camarote cuyas comodidades contrastan radicalmente con el que doña Fructuosa describió, y desde donde escribió sobre sus vajes por el Caribe en una goleta de piratas; sin los lujos del camarote en el del s.XXI: aire acondicionado, nevera y una despensa surtida con paté, galletitas integrales, frutas de todo tipo, licores y refrescos. Rodeado de comodidades que no salen en la foto, el fotógrafo/cronista/sujeto viste -a la usanza del siglo XIX- una copia del traje con el que doña Fructuosa es retratada en el cuadro con el mismo nombre: una capa de muselina que cubre el cuerpo, ajustado al torso con una amplia y pesada falda que casi toca el suelo, mangas que bajan hasta la muñeca y un cuello alto, bien alto. De fondo el mar en un muelle de Roatán. Darle continuidad en otros ambientes a la historia que la pintura Doña Fructuosa cuenta, a la vez que la desdobla en el selfie que muestra una versión de la obra representativa del Barroco Criollo, con personajes y roles invertidos.
Monday, January 6, 2020
SELFIE #15: AMANTE DE OSOS
“Que buscas un amante que te sirva de colchón y de peluche, atrevido, gordofilo empedernido” decía la nota que acompañaba la foto del pretendiente -un hombre maduro, espigado y con un cuerpo delineado por el gimnasio-, en respuesta al correo que había recibido, un “Dear John email", despedida, enviado por el pretendido, ni tan joven ni tan maduro: “tengo buenos recuerdos de ti”, y, por aquello de imprudencia, anexó un selfie, mostrando su pelo enrizado, ojos morunos y morocha cara sonriente, posando al lado de una imagen tomada de la revista especializada en osos latinoamericanos.
Sunday, January 5, 2020
SELFIE #2: INTERTUALIDAD
Doña Fructuosa fue retratada en un gran salón de algún palacio barroco en Lima, jugando un papel protagónico, junto a otras figuras situadas en primer plano, representadas a tamaño natural: una pintura realizada al óleo sobre un lienzo de grandes dimensiones; formado por tres bandas de tela cosidas verticalmente. El punto de fuga de la composición se encuentra en un foco de luz que está cerca de un personaje que aparece al fondo abriendo una puerta y un espejo que refleja las imágenes de dos señores con piel color cobrizo, pelo negro y ojos oblicuos, vestidos con ropas europeas de la época. Con esta técnica el pintor (de acuerdo a algunos críticos, el hombre abriendo la puerta es el pintor de la pieza) consigue hacer recorrer la vista de los espectadores por toda su representación, para sugerir, de acuerdo a algunos historiadores, que lo que el cuadro suponía representar no era tanto un retrato familiar; mas bien, era una premonición de los eventos que vendrían después. En el lado izquierdo, ángulo inferior, de la pintura se observa un lienzo recostado sobre una pared que reproduce lo representado en el cuadro “Doña Fructuosa”, y sobre parte del mismo, dos siglos más tarde, el fotógrafo del selfie añade su perfil al de los otros sujetos, y retrata la nueva composición: una foto transforma el original. El pintor anónimo de principios del siglo XIX se anticipó al realismo de la fotografía; y abrió el camino para que el fotógrafo del selfie reinterpretara el cuadro; reconstruyera la historia.
SELFIE #-11: SIZE QUEENS
Soprendida, la cara del destinario delataba su incredulidad: la foto del vello púbico rasurado mostraba un pene más grande que el una vez conocido de frente, acariciado y servido como fuente de placer. Decidió responder con un selfie. Filmó su sorpresa y asombro: boca y ojos abiertos, párpados expandidos, hasta el punto que las pestañas parecían estar tocando los bordes de la piel, e incluyó en su selfie la foto del pene rasurado, poniéndola al lado de su cachete izquierdo. Nunca fue lo que se conoce en la jerga gay como una “size queen”, y el tamaño de los penes no eran su norte. Junto a la foto escribió un mensaje: “No me envíes selfies de pingas. Me enamoré y desenamoré de ti por otras razones.”
Saturday, January 4, 2020
SELFIE # 12: EL VELLO PÚBICO
En el arte del antiguo Egipto el vello púbico femenino era representado en forma de triángulos negros. Al "David" de Miguel Ángel le rasuraron parte de su vello púbico. Francisco de Goya protege, tras un velo, el vello púbico de su maja; y en "El origen del mundo", Gustave Courbet pinta el vello de una mujer en un primer plano. Ninguno recreó o registró su propio vello púbico. Con los teléfonos inteligentes todo aquél que así lo desea puede retratar, representar los pendejos en sus distintos tiempos: de negros y voluminosos a -pendejos al fin- ese momento cuando, escasos y descoloridos, se cansan, pierden volumen, y empiezan a desaparecer. O, como en este caso, al ser afeitados para un selfie, cuya fecha no puede ser fácilmente identificada, logran con su ausencia un cambio de perspectiva: aumenta el tamaño del pene; y destapa el narcisismo e intenciones del sujeto: si se gusta a sí mismo, le gustará al destinatario recibir una foto sin pelos.
Friday, January 3, 2020
SELFIE # X: LA DESPEDIDA
Cuando se fue sin despedirse, un beso en el lado izquierdo del cuello y una salida apresurada, evitó la foto, el retrato donde en ese momento una vez más hubiese reafirmado su placer, una sonrisa, al estar juntos, de nuevo juntos. El selfie sella el fin, inesperado cierre de un ciclo que no tuvo ni grandes dificultades ni batallas y convenios de paz románticas. Una relación muy armoniosa, llena de comprensión y tolerancia; bordeaba en un control psicosocial, en un modelo de comportamiento algo parecido a los tipos conocidos como "pasivo agresivos", tratando de proteger lo que nunca se solidificó. Un “close-up” muestra el asombro de una cara ante la partida súbita del otro -quién se fue sin incluirse, a la vez que no indicaba si terminaban por completo- y la realización frente al lente de que la foto no iba a contar la historia completa; mucho menos la de un hombre muy seguro con su vida, amante, trabajo. Años más tarde la foto era el pasado, archivada digitalmente bajo el nombre de cuna del otro: un selfie numerado dentro de una serie con un final y una despedida.
Thursday, January 2, 2020
SELFIE # -1: EL MOJÓN
El selfie incluía un mojón como los que aparecen en las fotos tomadas en cabinas de feria -en sí mismos, copias de los que indican en las carreteras los kilómetros: amarillos, azules, rojos-, que eran usados por los fotógrafos ambulantes hasta los sesenta del pasado siglo, viajando de fiesta patronal en fiesta patronal, como "props” para comunicar distintos mensajes: “te quiero, a mi madre, para ti, soy tuyo”. Cincuenta años más tarde, el mojón del selfie, hecho en casa, color anaranjado, tiene un mensaje escrito en mayúsculas y negritas. El sujeto en la foto agarra con la mano derecha el móbil, se restrata: un hombre cuyos ojos lucen asombrados, un cuerpo recto, rígido, estirado, una cara seria, el pelo negro azabache aplastado con brillantina, viste una camisa blanca almidonada, planchada a nivel de filo de navaja, y un cigarrillo que le cuelga del borde de los labios, la mano izquierda descansando sobre el mojón que dice: "No me olvides".
Wednesday, January 1, 2020
SELFIES #12.1.2.3: AÑO NUEVO ARREBATADO
Primer selfie. 1:00 p.m.: El conjunto formado por el encuentro de vientos y nieve, en un continuo remolino, extiende sus extremidades por un enorme espacio, a la vez que baña el cristal de la ventana, sirve de fondo y bordea la cara sonreída frente al dispositivo.
Segundo selfie. 8:00: Se acerca la hora de la llegada, y la espera obliga a probar hierbas enervantes, degustar vinos, aceitunas, galletas, sardinas, arenques y quesos, junto a los porros y sus atenuantes efectos.
Tercer selfie: 12:05 a.m.: Caras arrebatadas, una mesa llena de sobras, botellas de vino y copas, papel bambú; triunfantes, los vientos, la nieve y el flash, sonríen.
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