De Philllip Aries haber estado vivo, hubiese tenido que revisar su libro El hombre ante la muerte: "¿Pero cómo explicar la dimisión de la comunidad? Mucho más, ¿cómo ha llegado esa comunidad a invertir su papel y a prohibir el luto que ella tenía por misión hacer respetar hasta el siglo xx? Es que esa comunidad se sentía cada vez menos implicada en la muerte de uno de sus miembros. Ante todo, porque pensaba que ya no era necesario defenderse contra una naturaleza salvaje abolida a partir de entonces, humanizada de una vez por todas por el progreso de las técnicas, médicas en particular.".
La naturaleza ha vuelto al ataque, ella "humanizada", deshumaniza el entorno, revuelve el cómo entendemos estar, ser, partir, despedir. Sigue influyendo, transformando los funerales: luto, ritos, duelo. La comunidad pierde un eslabón, segregada, expresa, comparte a través de una pantalla virtual; separados unos de otros.
De no dudar que este nuevo orden funerario también ha parado una moda que comenzó en Puerto Rico hace unos años; evidenciaba y expandía lo propuesto por Aries en cuanto a la comunidad y el funeral. Descartado el ataud tradicional, los muertos eran preparados para aparecer en diversas escenas y posiciones: una barbería recreada en una funeraria, silla de barbero y el muerto sentado en la misma; una difunta en un sillón frente a un televisor; un cadáver sentado en su silla, jugando dominós sobre una mesa. Los diarios, asombrados, no paraban de documentar los nuevos modos y escenografías armadas por funeriarias especializadas en dicha forma de velar al muerto. Nada que ver con el más allá o la despedida que los vivos quieren sentir durante el velorio, y mucho con registrar el gusto del difunto por la "jodedera" parcelada de la isla.
No todos abandonaron la relación del entierro con el todo que ellos creen nos conjuga. Para algunas comunidades caribeñas, la naturaleza domada no forma parte integral de los modos de ver el conjunto que conforma el ser. No la han eliminado de sus creencias. Obligados a mover la función del funeral, un espacio para ayudar al muerto y otros seres ligados al mismo en su camino por el "dream time", cómo hacen los animistas y espiritistas caribeños para resolver el conflicto creado por tener que "asistir" a un velorio a través de una pantalla, sin comprometer el que ellos (creen) pueden ayudar a las almas que se quedan rondando cerca de los vivos. Cómo harán para hacer sus limpias, espantar a esos seres en busca de luz, el camino. Los ritos caribeños no son explorados directamente por Aries, aunque en el lbro citado, el autor hace referencia a un fenómeno parecido.
La falta de cierta intención y tendencia que Aries cuestiona, "que esa comunidad se sentía cada vez menos implicada en la muerte de uno de sus miembros", la explica, argumentando que la sociedad pasó del luto por asuntos de una perdida del todo existencial e integridad con el resto de la naturaleza, a una nueva función del entierro: cumplidos, mostrar respetos, vínculos sociales. "Nos equivocamos de entierro", dijo mi amiga en voz baja, que no la oyesen los demás asistentes, en el preciso momento cuando el que daba la despedida de duelo terminaba de elogiar al difunto. Ese tipo de rito boricua, el chiste sobre el muerto o sus dolidos, dicho en voz baja en los funerales, ha sido eliminado -por ahora, espero-; no funciona dentro de un velorio virtual.
De no dudar que este nuevo orden funerario también ha parado una moda que comenzó en Puerto Rico hace unos años; evidenciaba y expandía lo propuesto por Aries en cuanto a la comunidad y el funeral. Descartado el ataud tradicional, los muertos eran preparados para aparecer en diversas escenas y posiciones: una barbería recreada en una funeraria, silla de barbero y el muerto sentado en la misma; una difunta en un sillón frente a un televisor; un cadáver sentado en su silla, jugando dominós sobre una mesa. Los diarios, asombrados, no paraban de documentar los nuevos modos y escenografías armadas por funeriarias especializadas en dicha forma de velar al muerto. Nada que ver con el más allá o la despedida que los vivos quieren sentir durante el velorio, y mucho con registrar el gusto del difunto por la "jodedera" parcelada de la isla.
No todos abandonaron la relación del entierro con el todo que ellos creen nos conjuga. Para algunas comunidades caribeñas, la naturaleza domada no forma parte integral de los modos de ver el conjunto que conforma el ser. No la han eliminado de sus creencias. Obligados a mover la función del funeral, un espacio para ayudar al muerto y otros seres ligados al mismo en su camino por el "dream time", cómo hacen los animistas y espiritistas caribeños para resolver el conflicto creado por tener que "asistir" a un velorio a través de una pantalla, sin comprometer el que ellos (creen) pueden ayudar a las almas que se quedan rondando cerca de los vivos. Cómo harán para hacer sus limpias, espantar a esos seres en busca de luz, el camino. Los ritos caribeños no son explorados directamente por Aries, aunque en el lbro citado, el autor hace referencia a un fenómeno parecido.
La falta de cierta intención y tendencia que Aries cuestiona, "que esa comunidad se sentía cada vez menos implicada en la muerte de uno de sus miembros", la explica, argumentando que la sociedad pasó del luto por asuntos de una perdida del todo existencial e integridad con el resto de la naturaleza, a una nueva función del entierro: cumplidos, mostrar respetos, vínculos sociales. "Nos equivocamos de entierro", dijo mi amiga en voz baja, que no la oyesen los demás asistentes, en el preciso momento cuando el que daba la despedida de duelo terminaba de elogiar al difunto. Ese tipo de rito boricua, el chiste sobre el muerto o sus dolidos, dicho en voz baja en los funerales, ha sido eliminado -por ahora, espero-; no funciona dentro de un velorio virtual.
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