Friday, June 19, 2020

BOTEROS CON LLADRÓS SOBRE MESAS

Gordos en físico; cuando no lo son, sus masas existenciales los incluye en el universo de los arquetipos boteranos que recrean al burgués -o pequeño arribista- latinoamericano. 

Desde los que pasean sus limoges con la excusa de servir un Montserrat sobre galletitas integral, ya “leídos” en versión del outing criollo en este blog, o los que se ahogan en su propia voz -el síndrome estudiado y detallado anteriormente en otro ensayo-, que no hablan, “supuran” fonemas, creando ondas sonoras. Los que discuten a la Callas como si fuesen chismes de farándula fueron retratados en un escrito que explora un momento donde alcapurrias y zarzuelas coincidieron en La Placita de Santurce. 

Aunque la gran mayoría son cultos, quién sirve para esta otra versión del arquetipo boterano es un técnologo médico que estudió en uno de los colegios para éltes en San Juan, pero, distinto a esa clase y colegio, él no fue a la universidad y asitió a un instituto técnico, acompañado por proletarios boricuas e inmigrantes dominicanos tratando de subir de clase. Ante los más estrictos códigos y marcas sociales, él bajó de clase. Lo sabe y pone sus defensas en alerta total; ataca preventivamente si lo cree necesario. 

En la reunión prepandemia, un grupo de unos seis conocidos, hablaron, pues, como siempre: “la Taylor, la Callas, Price, Arroyo, el Louvre, MoMa, los amoríos de El Cholo y La Chinita, que si Reinaldo Arenas”; temas a los que el tecnólogo médico aportó poco, supo indagar y comentar cuidadosamente, hasta que, cuando no podía más, lleno de impaciencia, preguntó a quien parece haber dejado, frente a sus ojos, de ser el hombre maduro que sabía bastante, para convertirse en un gay que lo impacientaba, lo rozaba, levantaba ronchas, molestaba: “En qué escuela estudiaste?”. 

El aludido, consciente de lo que estaba pasando, tantos años enredado en las luchas estudiantiles, proindependecia de PR, marchas y firmas de cartas demandando derechos civiles, parlanchín, pueblerino, depurado en los niuyores, contestó -“A la pública de Guayama”-, y por ahí siguió elogiando a las maestras de español de la high, la bibliotecaria, y los antiguos caserones del palesiano pueblo, historias de distintas épocas, décadas atrás. 

El Botero no repondía verbalmente; inflamado por el sentirse obligado a callar, expandía su cuerpo, respiraba incomodamente, erguido, miraba a su alrededor, buscaba atención, "que alguien hable, diga algo", de los otros invitados gays, excompañeros de colegio privado y exclusivo, donde no hablaban como salidos del cerro. Fijó la vista en las Lladró que el anfitrión tenía sobre una mesa, y logró relajarse, suspiró: “No dejan de impresionarme. Hermosas, sublimes”.

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