Thursday, June 4, 2020

CUARENTENA DE LAS CHULETAS CAN CAN Y LA REAPERTURA DEL CHICHARRÓN

Semanas y semanas pasaban y mi obligada dieta, afectada por muchos factores que no permitían el comer algunos de los platos de la cocina criolla, recibió un alivio cuando Guanda (Wanda), gobernadora de la isla controlada por la Junta de banqueros de derecha -impuesta unilateralmente y sin mramientos por Obama, y como ajusticiadora, una mayordomo negra en el Caribbean Plantation, otra afroamericana, la jueza Swain (so much for Black Americans’ concern for civil rights and equal justice) anunció la reapertura gradual del comercio; incluyendo a El Chicharrón y sus chuletas can can. Deseaba una de las famosas y enormes piezas de carne roja, que con sus onduladas curvas recuerda los volantes de las famosas faldas de los años cincuenta-, acompañada por un mamposteado y ensalada de aguacate. Pa’llá fui. 

El segundo en fila ordenada, fui recibido con una sonrisa bloqueada por la mascarilla, y expresada con un movimiento exagerado de ojos. La mesera me tomó la temperatura -una experiencia que asusta, pone a uno en un posible jaque mate-, “no tiene fiebre”, roció las suelas de mis zapatos, y embarró mis manos con un “sanitizer” tan denso, que las dejaba pegadas a todo lo que tocaran; otro desinfectante matando bacterias que los cuerpos necesitan. Espero que las bacterias desinfectadas no sean necesarias para poder digerir el suculento plato. 

El salón abierto había sido segregado en pequeños cubículos, divididos por paneles; parecía más una oficina que una fonda donde los comensales -dada la mala costumbre de los boricuas de meterse en las convesaciones de los vecinos, preguntar cómo está la mechada, siempre desear u oir un “buen provecho”, pasar una raja de su aguacate a la mesa del lado- pudiesen seguir con la tradición de salir a comer para compartir, chacharear. La comida estaba dellciosa. 

De preámbulo a la reapertura: una hermosa madrugada (como buen jíbaro cerrero de Jájome, me levanto con los gallos), con el sol saliendo por el este de la isla, bañando con sus luces y colores los techos de las casas y edificios Bau-Haus, Art Deco, Neo Clásico Criollo, Zinc PreGehry del Santurce medio abandonado por los mediocres que administran el bien común; y que hablan la misma verborrea que los Obama y la Jueza Swain, cuando se refiern a los boricuas. 

Con una buena taza de café Alto Grande aprecio a mi barrio y los edificios del próximo, El Condado, hasta, a lo lejos, saborear el Atlántico. Distinto a las otras mañanas de la silenciosa, fùnebre y opresiva cuarentena, ésta, lentamente, fue despertando el entorno con los olores de las fondas, las griterías de los placeros;  sentir un enorme placer, al ver de nuevo el surgir de la vida en común en Santurce, y, aunque los protocolos hayan cambiado,  poder comerme una inmensa chuleta can can en El Chicharrón. 

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