Son tantas las voces que hablan. Es preferible caminarlas a lo Palés Matos, quien a pie iba desde San Juan a Santurce, y que decía, pedía que lo dejaran tranquilo. No quería hablar con nadie; el gran poeta de las calles y modos antillanos, cuando era abrumado por las voces, las caminaba para tranquilizarlas; preferible darles un paseo a pegarles un tiro cual macho Hemingway, o incinerarlas en un horno, ¿la recuerdan?, la Plath, o ahogarlas en alcohol, "ya la gente murmura", o seguir a la Storni hasta las aguas de Mar de Plata, diluirlas en ellas, o neutralizarlas con cascabeles y alcohol por las calles del East Village vestida de Odalisca o las pastillas de moda, o dejar la escuela porque la muy diligente y metódica profesora de literatura no entendía que las voces del estudiante lo arropaban, y ella, tan enciclopédica, amargaba al joven, preocupada por la comita aquí o la comita allá. El joven creador no se tranquilizaba hasta que llegaba al Workshop Center, donde encontraba refugio y al otro profesor oidor de voces, que no andaba detrás de comitas aquí y comitas allá, aquėl, quien también oía muchas voces. Juntos las callaban, las tranquilizaban, las pintaban, las oían, las escribían: las de ambos; porque antes que callar las voces, el Centro permitia conocer sus furias, confrontarlas, borrarlas, tacharlas, expresarlas en las libretas que Lillian Weber disponía para que todos los que por alli pasaran, encontrasen sus voces, y las dejasen hablar con otras voces; que allí en el Workshop Center era preferible tranquilizar las voces a matarlas como hacen muchos maestros de comitas y puntitos.
Wednesday, June 10, 2020
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