El mapa de nuestra piel no permite olvidar las dimensiones del espacio sobre el que nunca dejamos de bailar sin mover los pies más allá de un centímetro del centro donde por primera vez juntamos nuestros cuerpos. El bolero y yo bailamos en una loseta.
Baldosas cargan la memoria de los dos cuerpos, "almas que en el mundo, había unido Dios", en un continuo baile: en blanco y negro, las del apartamento en el antiguo edificio del San Juan de antes; opacas, despintados azules, las muy envejecidas en Montevideo; puro concreto, sin losa, cepillado por el tiempo y tantos bailarines en la plaza llena de palmeras en Veracruz. "Dos almas, que se amaban, eso éramos tú y yo".
- ¿Bailamos?
- Sí.
Losetas sobre las cuales "quedan alegrías para darte", durante "mil noches de amor que regalarte", de nuevo, nos llevan con sus recuerdos a frotar cuerpo con cuerpo, respirar lentamente, palpitar en conjunto, acariciar las espaldas, mojar los pelos, repetir en voz casi inaudible: "ámame por piedad yo te lo pido"; hoy, nos remontan a las estrellas y llevan, aunque rodeados por otros, donde nadie nos ve; convierten a la soledad en mi amiga, "ven, ven que vamos a....".
-¿Quiénes cantan?
- Lucecita, Valeria Lynch, José Feliciano.
- ¿Para decir adiós?
- No. ¿Bailamos?
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