La gloria fuiste tú en aquellas camas del desaparecido Hotel Palace en el Viejo San Juan, el Casablanca de Montevideo; quizás, quizás, quizás nos amamos sobre las arenas en las playas de Punta del Este o en el asiento trasero del Porsche.
Frenesí. Extasiados, de acuerdo a los testigos: el bolero, el autor, boleristas, las camas o las muchas superficies que las sustituyen. ¡Qué importa! En un momento muy particular, nos adoramos sobre los escalones de unas ruinas en Yucatán y nos acompañaron Armando Manzanero y Plácido Domingo.
Nos despedíamos, tratábamos de separarnos. "Nos vamos": decíamos, mentíamos. Volvíamos; nos veníamos, siguiendo la corriente hasta remontarnos a las estrellas donde nadie nos veía.
"Quiero que vivas solo para mí". Llenos de placer, explotábamos, gritábamos: "que no te vengas cuando yo no estoy". Jugábamos con nuestros cuerpos, los boleros, nos reíamos. "Te extraño".
Volvíamos: "Acércate más y más, y más, pero mucho más", y hoy, "mía, sigues siendo mía" y mío cuando estoy contigo, contigo, contigo, "todo es alegría", sin importar la cama, el césped, las arenas.
No existen "madrugadas frías", y sin tener que separarnos, cuando estoy contigo nos alejamos de nuestros cuerpos, nos elevamos, regresamos, venimos, volvemos a decirnos: "quiero que vivas solo para mí", enroscados en las sábanas de una cama, cualquier cama, y que tú vayas o vengas donde yo también.... contigo, contigo, contigo...., "cuando estoy contigo".
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