Comencé de maestro normalista acabadito de cumplir los 18 años, y mi vida por dentro era una tormenta y, muchas veces, por fuera, un infierno. Entre mi primer grupo de estudiantes de tercer grado se encontraba un nene que era flaquitito, muy amanerado, con los gestos y modos que recuerdan más a las nenas que a los nenes. Era, si no el mejor de la clase, uno de los mejores. Yo le tenía un cariño especial porque algo en él -sin estar consciente en aquel entonces- me recordaba a mí.
Recuerdo como ahora que durante el recreo no se juntaba con los otros pupilos a jugar, y se sentaba al lado mío en los escalones desde donde yo supervisaba el grupo. En algún momento, le pregunté: "¿No quieres jugar?". Nunca olvidaré su cara de simpatía, su vocecita más aguda que lo esperado, cuando me contestó: "No". Estoy casi seguro que en alguna ocasión, me uní a los estudiantes en sus saltos y correrías por el patio, y me lo llevé para que saltara y brincara sin miedo.
Años mas tarde, durante mi trabajo como profesor en la Escuela de Educación de CCNY tuve que "tragar gordo", para no tener que "mandar para el carajo" a unos cuantos estudiantes de maestría, que sin ningún tipo de vergūenza se burlaban de los estudiantes que no respondían a sus ideas sobre la heterosexualidad. Incluso, también hubiese deseado hacerlo con unos cuantos colegas profesores. Puede que mis estudiantes y colegas, como muchos a los que les gusta provocar violencia, estuviesen tratando de obtener una reacción de mi parte o de enfurecerme; puesto que los homofóbicos no solo detestan a los gays/transgéneros/lesbianas, disfrutan el perseguirlos y humillarlos. No dudo que la alta incidencia de suicidios, alcoholismo, adicciones y, según un reciente estudio por Rosario, hasta cáncer, estén vinculados al terror que viven/vivimos los que temem que algún momento ser atacados. En algunos sitios hasta nos/los asesinan.
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