Monday, March 7, 2016

CCNY: HOMOPHOBIA AND THE COLONIALS

Cuando empecé a trabajar en el College, en el otoño del 1973, ya estaba fuera del clóset. Fui testigo del motín en el Stone Wall, y asistí a las primeras marchas y manifestaciones, antes de que se convirtieran en un desfile carnavalesco.

En una reunión de la facultad, el único profesor que también estaba fuera del clóset, nos contó a tres de mis compañeros en el programa donde comencé a trabajar (mis compañeros eran "niuyoricans" y conocían muy bien lo que era la discriminación, muy solidarios conmigo, y el mencionado profesor estaba al tanto de sus posturas sobre la homosexualidad), que algunos  miembros en su departamento dejaron de saludarlo. Cometió el grave error de celebrar una fiesta en su casa, en Brooklyn Heights, para los compañeros de la facultad, donde presentó a su pareja, pues se había cansado de hablar de él como su compañero de apartamento. "No more roommate's bullshit." Luego moriría como resultado de SIDA, y ni un anuncio en las reuniones de facultad.

El final de los ochentas trae un cambio en lo concerniente al tema sobre la homosexualidad de tal o cual profesor, deja de ser un tema controvertido como lo había sido hacia el 1973-4.

Entré a trabajar fuera del clóset, y no es hasta años mas tarde que reconozco por qué algunos me trataban como me trataban. Después de todo, un puertorro con acento, fuera del closet -protegido por doña Lillian Weber-, no es lo que los profesores, con unos perfiles culturales y étnicos bastante definidos por la vida en los suburbios, consideraban "acceptable standards". Mi carácter algo hostil me protegió contra el racismo disfrazado de buenos liberales que caracterizaba a esa manada de intelectualoides. Too bad!, sweeties.

Lo que esos profesores y otros más tolerantes, que vinieron luego pero igual de elitistas, no entendían es que en los cincuenta, en la López Landrón de Guayama, leíamos a Doña Barbara, capítulos de El Quijote, Poe; y la Señora Olazagasti, maestra de Español 11, y su colega, la Señora Ortiz, Español 10, debatían públicamente en el pasillo sus posturas sobre los recursos literarios.

Ambas maestras tenían que haber conocido a Palés Matos. En la Superior de Guayama, en los cincuenta del siglo pasado, aprendí a apreciar las ideas y los debates. Una de las tareas escolares era debatir frente a nuestros compañeros. Yo nunca fui muy bueno debatiendo, pero aprendí a apreciar las ideas y sus medios.

A principio de los sesentas, los periódicos de las islas de los encantos informaban sobre las universidades, y el enfoque humanista era presentado como el modelo que seguían, empujado desde el Siglo XIX por la Sociedad Amigos del Pais y muy bien representado en el XX por los intelectuales de aquellos entonces. Y por aquella época, todavía, en menor grado, los líderes intelectuales del país y los pueblos eran comentados en las plazas. Frente a la hermosa plaza de Guayama, en un hermoso caserón  se encontraba una muy reconocida biblioteca privada, y en San Germán, los juegos florales eran un tema cotidiano.

Al venir de ese mundo (no lo idealizo, pues he escrito sobre sus fallas en otros ensayos) - la Superior de Guayama, las guerras ideológicas entre los Escolapios, Jesuits y una orden estadounidense en la Pontificia Universidad Santa Maria Reina en Ponce, Puerto Rico - el muy especializado, pequeñito y bastante provinciano entorno del CCNY resultaba fácil de entender; mentes tan especializadas pero estrechas en su conocimiento.

En otras palabras, mis compañeros no sabían por qué estudiaron lo que estudiaron o por qué enseñaban cómo enseñaban.  En la Pontificia de Ponce leíamos en Pedagogía a Summerhill. En CCNY leían revistas especializadas. Cada vez que me llegaban estudiantes graduados de ciertas universidades en PR, suspiraba de alegría, sabía lo estimulante que iba a ser el proceso de enseñanza-aprendizaje.

Para la década de los noventa todo cambió, entre algunos, y la tolerancia disfrazada comenzó a salir del clóset. El SIDA era/es demasiado poderosa para ignorarlo, y las conversaciones eran menos estreñidas entre los que genuinamente querían/quieren aprender sobre los que viven al margen de los valores oficiales.

Como he escrito en otros ensayos, el cuento no termina con un final feliz a lo Hermanos Grimm. Llegaron otros que supieron camuflar sus prejuicios y "jodieron/jodían" a los que se le oponían. Por años, fui el único  puertorriqueño en la facultad, el acento seguía, el desarmariado seguía, y eso no lo perdonan muchos, incluyendo algunos latinos que no perdían tiempo para "joder y discriminar" por otros lados; y como hemos aprendido muchos, a los poderosos "blancos liberales" y sus alcahuetes, le es más conveniente contratar latinos no boricuas, pues así pueden mirar de lejos el asunto de la colonia y sus consecuencias. Y si es un gay que no separa tal tipo de colonización de este otro tipo de colonización, ¡ay bendito!, pues prepárese, que "lo que viene no es pan de piquito" (sobre el significado de lo que viene no es pan de piquito, busque por su cuenta)

Pasaron los años y hacia el final de mi carrera,  me entero que me habían estado difamando. Decían que yo había acosado a un tipo, que para nada era de mi gusto: un estreñido profesor de inglés que no comparaba en nada con mi pareja, la que luego conocieron: un hombre comprometido con luchas sociales, de barricada. El estreñido "jincho papujo" me invitó a su casa en los suburbios, no dudo que tenía piscina y embelecos burgueses, varias veces y yo no acepté. No se me pasaba por mi cabeza que él tuviera otros intereses o que mintiese. Él era y hoy seguiría siendo el tipo de persona que ni me gusta fisicamente, mucho menos como amigo. Mi mundo nunca fue el de los falsos burgueses con sus mores y prejucios. A mi parecer, un mundo tóxico, lleno de deshonestidad e hipocresía.

Yo era miembro en un grupo de teatro popular, Teatro de Orilla, escribía poesías y publicaba panfletos con otros compañeros, integré mi clases en lo que fue el maravilloso Workshop Center, marchaba en pro de los derechos de los LBGTT, la independencia de PR, etc. etc. tenía una pareja guapa y con principios políticos claros, y estos "enfundados pedorros" pensaban que yo iba a tratar de conquistar aquella pieza de museo, copia de viejo burgués, con treinta años entre nosotros. Hay que ser bien hdp, racista y homofóbico para concluir que iba a tratar de "ultrajar" (para muchos heteros los homos somos enfermos sexuales sin ningún tipo de discreción o decoro) aquel adefesio. Quizás pensaron que como el tipo era un gringo blanco, yo un "person of color" lo deseaba perdidamente. En una ocasión, una profesora trató de arrinconarme con el asunto, y lo único que pude hacer fue sonreír y no hablarle más a la izquierdosa de salón. ¡'dito! Como si yo no fuese lo suficiente inteligente para entender que mi trabajo allí no tenía nada que ver con mi culo o mi pene. Creo que de haber estado mis compañeros puertorriqueños, comprometidos con mis mismas ideas, yo me hubiese enterado de lo que estaba pasando, y le hubiesen puesto un freno a esos racistas-homoföbicos. La homofobia en ese momento estaba empañada por el color y lo étnico.

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