Desde los tomados durante los años pre-Stone Wall hasta los retratos más recientes, cubren la pared que aparece detrás de la cara arrugada, esculpida por los recovecos de la identidad: procedencia de clase, étnica, color de piel, acento, nivel educativo, libros leídos, deseos.
Cumpleaños, graduaciones, bodas, bautizos, fiestas patronales en caseta de fotógrafo ambulante-pre-celulares: fotos antiguas, manchadas junto a selfies impresos en papel de cartas recogen cada eslabón entre vidas, rellenan la memoria.
Los últimos, tomados en el bar El Patio de Lila, dirigen al observadori hacia la gente sentada en la mesa que está al lado del sujeto auto-retratado. Un hetero se acerca, saluda, se vira y saluda a un grupo de gente que está a menos de tres pies de distancia, no los presentan; se vira unas cuantas veces y dice dos o tres bobadas (simpático en busca de un "ese tipo es bien chévere"). Cuando por fin se queda en la otra mesa, preguntas, por dentro, en silencio, sobre el por qué de tanto payaso pretensioso: solidaridad borrosa.
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