Movimiento de pasos y piernas veloces, vestido con una imagen creada para llamar la atención, pantalones con la cintura en las caderas, camiseta estampada, corte de pelo con rayas y diseños hechos por barbero reguetonero, tenis de marca, y porte de “guapetoncito” de barrio, pareja de baile "andrógina a la cuarta potencia" que evocaba a los que en la salas proletarias marcan terreno bailando; y si hay que cortar, formaban ángulos, bajaban casi en cuclillas, subían, paraban, piquetes y gestos como si estuviese intentando moverse sin completar el paso, con la parte izquierda del cuerpo levemente inclinado hacia el lado derecho de quien bailaba con ella, pegaba y despegaba el hombro casi rozando el derecho de la otra, mientras la aguantaba por la cintura, rápidamente cambiando de posición, ángulo, a la vez que creaba una figura geométrica con el brazo y antebrazo, llevando con la mano a que la acompañante diera vueltas, moviendo su amplia falda, sonando sus pulseras, volando su pelo rojo achote, sonrisa en labios y uñas color rojo subido, cachetes pintados con colorete; ambas mujeres movían sus cuerpos y piernas al son de una salsa dura, típica de los combos que tocan los domingos por la tarde en Los Vázquez, un cafetín en La Placita de Santurce,
Ese baile, pasos, gestos, fidelidad a la salsa dura y a los bailarines serios de barrio, hicieron de sus destrezas de bailarines un placer para ser vivido; mucho más, si por detrás había una micro historia que dice algo sobre los hombres y las mujeres que bailan unas con otras. Antes de que la dos mujeres bailaran y dejaran boquiabierto a los demás parroquianos en Los Vàzquez, la de la falda roja y volantes había bailado con otra mujer que, aunque no lucía como la “guapentocita reguetonera” de barrio, igual vestía con ropa de hombre, corte de pelo tipo Ricky Martin, que lideraba el baile con menos pasos rebuscados, cuerpo desestructurado.
Ambas fueron observadas desde otra parte del bar por dos hombres, tipos perfumados, planchados y vestidos para conseguir “novia”. Una vez ellas terminaron de bailar, los dos galanes cincuentones se acercaron a su mesa y las sacaron a bailar. Ellas aceptaron y bailaron. Al completar la pieza, la “guapentocita” -que estaba en la misma mesa con ellas, junto a un hombre que no bailaba y solo se fijaba en otros hombres- sacó a bailar a la vestida de falda y volantes. Y bailaron, no para bailar como tal solamente; para dejar saber que ellas no necesitan hombres que las salven unas de otras.
Ambas fueron observadas desde otra parte del bar por dos hombres, tipos perfumados, planchados y vestidos para conseguir “novia”. Una vez ellas terminaron de bailar, los dos galanes cincuentones se acercaron a su mesa y las sacaron a bailar. Ellas aceptaron y bailaron. Al completar la pieza, la “guapentocita” -que estaba en la misma mesa con ellas, junto a un hombre que no bailaba y solo se fijaba en otros hombres- sacó a bailar a la vestida de falda y volantes. Y bailaron, no para bailar como tal solamente; para dejar saber que ellas no necesitan hombres que las salven unas de otras.
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